domingo, 16 de diciembre de 2012

Revolución - Capítulo 9






9




Espero ver un gesto de burla en el rostro de Alicia que me indique que todo esto es una simple broma, pero su comportamiento es más serio de lo habitual. Realmente tiene intención de que realice su misión.
No deja de sacar cosas de la camioneta, enganchando cables y activando botones de diferentes maletines. Se mueve de un lugar a otro, pero no me dirige la palabra. Solo espero de pie, intentando que alguien me dé una explicación.
- Ponte esto – me extiende algo. – Es un intercomunicador. Con él estaremos en contacto en todo momento. Es muy importante que no te lo quites en ningún caso, y sobre todo que nadie consiga quitártelo. Si lo hacen descubrirán el paradero de La Revolución. También me conectaré a las cámaras de seguridad de la ciudad para poder vigilarte de cerca.
- Sigo sin saber el motivo de todo esto – rechazo el objeto. - Si no conseguiste completar tu misión, el Gobierno ya se habrá dado cuenta de ello y habrá aumentado la vigilancia.
- Todo eso no importa si no pueden verte.
- ¡No lo entiendes! – me desespero. – Aunque mi padre consiguiese hacer funcionar en mí todas las habilidades, no existe ninguna que me permita camuflarme. Es imposible.
- Lo sé. Pero existe una habilidad que todo el mundo posee. La inteligencia – insiste Alicia. – Para hacer este tipo de misiones necesitas pensar rápido, intuir los movimientos de las personas que te rodean. Si lo consigues siempre irás un paso por delante de ellos.
- ¿Y si no lo consigo?
- Corre.
Camino de un lado a otro del callejón, nervioso, indeciso. Puedo realizar la misión y ganar puntos para formar parte definitivamente del grupo que rescatará a Debby, o puedo negarme y arriesgar todas mis posibilidades. Parece una decisión fácil, pero todo puede salir mal. En el momento en el que me descubran, toda una ciudad tratará de matarme.
- ¿Qué tengo que hacer? – pregunto, cogiendo el intercomunicador y poniéndomelo en la oreja.
- Tienes que infiltrarte en el ayuntamiento.
- ¿Y cómo se supone que voy a hacer eso?
- Con esto – dice, dándome una pequeña tarjeta. – Te harás pasar por empleado.
- Bien. ¿Y luego qué?
- Entra en los servidores de la ciudad. Yo te iré diciendo qué datos debes guardar.
- Nunca he manejado un ordenador.
- Tranquilo yo te guiaré.
Respiro profundamente. Aun no muy seguro de lo que voy a hacer, pero Alicia se acerca a mí, enseñándome su mejor sonrisa y tratando de calmarme. Me rodea con sus brazos, cogiendo la capucha de mi chaqueta y ponérmela sobre la cabeza de la manera más suave posible. Sus ojos me miran fijamente, tranquilizándome de inmediato, hasta que puedo notar como sus labios me besan en la mejilla.
- Entrar, conseguir los datos y salir. ¿Nada más? – digo yo, tratando de romper la tensión del momento.
- Nada más – afirma ella. – Solo ve un paso por delante de los demás.
Una vez que he comprobado que el aparato que llevo en la oreja funciona, doy media vuelta y salgo del pequeño callejón, intentando mezclarme con la gente.
Las calles están abarrotadas. Ni si quiera en el momento de la misión Jennifer y yo nos encontramos este lugar tan congestionado de personas. Casi no puedo andar sin hacer fuerza para abrirme paso. Supongo que esto debe ayudarme, pero siento como todos los ojos de este lugar se fijan en mí.
Trato de andar mirando al suelo, ocultando mi rostro tras la capucha, pero no sé a donde voy. Me dejo llevar, movido por la marea humana, hasta que soy yo el que se da cuenta de que así no llegaré a ninguna parte. Tengo que vencer mis miedos. No puedo seguir así. Quizá me descubran, pero si no intento llegar hasta el ayuntamiento, jamás sabré si lo hubiera podido lograr.
Obligo a que mis pies se anclen en el suelo, inmovilizándome en medio de la calle. La gente me golpea y me insulta, pero yo sigo sin levantar la mirada del suelo. Finalmente, logro caminar en la dirección correcta.
- Quita la mano de la capucha – oigo por el auricular.
- ¡¿Cómo?!
- La gente sospecha de ti porque te ven tirando de la capucha para ocultar tu rostro – dice Alicia. – Tienes que disimular mejor. Si solamente caminas como uno más de ellos nadie se fijará en ti, aunque te escondas debajo de un trozo de tela.
Trato de hacer lo que me dice. En un comienzo me cuesta tener que mirar de frente, evitando los ojos de los que caminan por aquí, pero logro vencer la tentación. Realmente es sencillo cuando no piensas en ello, aunque supongo que ya estoy acostumbrado a tratar de pasar desapercibido por mis misiones en la Zona 5. A pesar de todo, me pongo nervioso y acelero el paso cada vez que noto que alguien se detiene a mirarme.
- ¿Cómo consigo entrar ahora? – pregunto, una vez me encuentro delante del ayuntamiento.
- Simplemente dirígete a la zona de empleados. No hagas preguntas a nadie y solo responde con las mínimas palabras a todos aquellos que te soliciten algo. Yo te iré guiando.
Tiro de la vieja puerta de madera del edificio, entrando en su interior. Me esperaba algo más moderno y nuevo, parecido al edificio de Shat, pero desde luego no esto. El ambiente podría describirse parecido al de mi casa, con las paredes rotas y los muebles a punto de ceder, sin embargo, este debe de ser el lujo del que disfruta todo el mundo en la Zona 4. No entiendo cómo es posible que el Gobierno permita esto en un lugar donde se supone que ellos gobiernan, pero no he venido aquí para hacerme preguntas.
Distingo un viejo letrero anclado a la pared donde se lee “Reservado para empleados”. Camino despacio por el pasillo indicado hasta que me topo finalmente con un control. Un guardia revisa las identificaciones de todos los empleados que pretenden acceder a su zona de trabajo, asegurándose que nadie se cuela en el recinto.
- Dale la tarjeta que te he dado – habla Alicia de nuevo.
Me acerco, hasta tenerlo justo en frente. Me habla, pero la tensión del momento no me deja escucharle. Me lo repite varias veces, hasta que por fin me doy cuenta de que solo me pide mi identificación. Le extiendo con la mano temblorosa el documento para que pueda identificarlo, rezando para que los falsificadores de La Revolución hayan sido lo suficientemente buenos como para saltarse todos estos sistemas de seguridad.
- ¿A qué has venido? – me pregunta el hombre.
- A recoger un paquete – dice Alicia.
- A recoger un paquete – repito yo, sin alzar la mirada del suelo.
- Está bien, chico. Solo necesito que pongas tu huella dactilar aquí.
Escanea mi dedo pulgar. A pesar de todo, el ordenador da el visto bueno a mi identificación, por lo que me deja pasar. Al parecer La Revolución sabía lo que hacía. Pero, ¿cómo es posible que la base de datos no haya detectado que en realidad soy el chico al que todo el mundo busca? Supongo que el vivir en la Zona 5 hace que realmente no existas. Nadie sabe que realmente estás vivo, y eso es lo que más habrá sorprendido al Gobierno de mi ataque.
Busco por todos los pasillos la habitación de los servidores. No me paro a preguntar a nadie ni a mirar un letrero, solo camino e intento tener la suerte de toparme con mi objetivo. Solo consigo llegar a mi destino cuando Alicia me guía desde su puesto en el callejón.
La sala es inmensa. No tiene nada que ver con el resto del edificio. Las enormes torres de ordenadores ordenadas en filas llenan el lugar, frío y oscuro para mantener los aparatos a pleno rendimiento. Hay luces parpadeando por todos lados, sumado al estruendo de los ventiladores. Jamás había visto nada igual antes, y eso me hace dudar de por dónde empezar.
- Justo en el centro de la sala tienes el ordenador central.
- Lo veo – digo cuando logro encontrarlo. – Pero me pide una clave para entrar.
- Tiene que haber una ranura por algún lado donde puedas meter la tarjeta de identificación.
- Sí.
- Insértala. Tiene un virus que logrará darte acceso.
Veo como la pantalla comienza a llenarse de números y letras tan rápidamente que no puedo llegar a leer nada. Poco a poco se imprimen en la pantalla letreros de “Acceso permitido”, hasta que el virus logra darme control total sobre todos los servidores de la sala. Pero, ¿ahora qué? Hay miles de archivos que podría llevarme. Ni si quiera sé lo que busco.
- Coge el teclado y busca “Zona 0” – me indica Alicia.
- ¿Por qué Zona 0?
- ¡No hay tiempo! – grita histérica. – ¡Tú hazlo!
En cuanto el ordenador realiza la búsqueda, empiezan a aparecer uno a uno decenas de diferentes archivos clasificados. Mapas, contratos, videos, grabaciones de voz, todo a cerca de lo que parece ser una Zona desconocida por todos nosotros.
¿A caso nos ocultan la existencia de un lugar donde habitan más personas? Es imposible. No hay ni un solo lugar sobre la superficie de la Tierra que esté sin ocupar. Pero ¿qué son todos estos datos entonces? Puedo leerlo perfectamente en todos ellos: “Proyecto Zona 0 aprobado”. Existe. ¿Dónde y para qué? Supongo que para eso estoy aquí, para averiguarlo, pero sigo confuso.
Una vez que todos los archivos han sido transferidos a la tarjeta, la guardo en mi bolsillo. Intento apagar el ordenador y así dejar la sala de la manera más parecida a la que me la encontré, pero antes de poder salir por la puerta, un nuevo grito a través del intercomunicador me sorprende.
- ¡Mierda!
- ¡¿Qué ocurre?!
- Saben que estás ahí, Guillermo. Tienes que salir cuanto antes – dice, inquieta. – Han detectado el virus en su sistema y han localizado de donde procede. Van a por ti.
- ¿Qué debo hacer? – pregunto asustado.
- Lo que mejor sabes hacer: correr. Van armados y no dudarán en dispararte. Ve por los tejados; irás más rápido.
- Pero…
- Puedes hacerlo – me interrumpe. – Ve un paso por delante de ellos - antes de poder preguntar nada más, la comunicación se corta.
Me levanto del suelo, nervioso por toda esta situación. No puedo asimilar el hecho de tener que salir de aquí saltando por una ventana. Sin embargo, antes de ponerme en marcha, recuerdo algo. Cojo el intercomunicador y lo tiro al suelo, pisándolo. El pequeño aparato se rompe en diminutos pedazos, dándome la seguridad de que al menos a ella no la encontrarán.
Oigo los gritos y el sonido de las botas de los guardias que me buscan. Está subiendo por las escaleras, y si no salgo pronto de aquí me encerrarán en esta sala. Me aseguro de tener a buen recaudo la tarjeta antes de por fin salir por la puerta hacia las escaleras.
Tengo que subir. Si llego a la azotea del ayuntamiento al menos podre saltar a los edificios contiguos y así tratar de llegar a la camioneta. Pero ese no es el principal problema. Lo complicado es despistarles. No puedo dejar que nos sigan hasta Shat. Espero que Alicia tenga un plan para eso.
Abro la puerta metálica de la última planta reventando la cerradura de una patada. Me falta el aire. He subido las seis plantas sin pararme casi a respirar, pero tampoco puedo detenerme ahora. Desde aquí puedo ver como una horda de policías entra sin parar por la puerta del ayuntamiento, buscándome por cada sala. La gente que antes caminaba tranquilamente por la calle ahora observa expectante, mientras que otros tres agentes mandan las ordenes desde fuera al resto de sus compañeros.
De repente, un potente foco se enciende, deslumbrándome, casi haciéndome caer al suelo por el golpe de luz. No puedo abrir los ojos, sin embargo sé que me han encontrado. Me ordenan detenerme a través de un megáfono, amenazándome con disparar si no colaboro. Los soldados han entrado ya por la puerta rota y me apuntan con sus armas. Ya no hay vuelta atrás.
Quiero rendirme, levantar las manos para que ninguna de sus balas me atraviese el pecho, pero algo me impide hacerlo. Es igual que aquel día en el incendio de mi casa. Igual que durante los entrenamientos. Es algo que crece dentro de mí y me obliga a actuar, a no rendirme todavía, dibujando una pequeña sonrisa en mi boca.
Camino con pasos cortos hacia atrás. Los soldados cada vez se acercan más a mí, tensos, dudando si disparar o no, hasta que llego al borde de la azotea. Me miran sorprendidos, en silencio, quizá con miedo a que salte y se queden sin recompensa, pero no pretendo hacer caso a sus órdenes. Miro de un lado a otro, observando las luces de las sirenas que iluminan toda la escena, el foco que me sigue apuntando desde algún lugar en el suelo, la gente que me mira desde las terrazas de sus casa y los edificios que me rodean. Solo me queda respirar profundamente y saltar.
Siento el aire golpear mi cara durante unas décimas de segundo. Por mi cabeza todo pasa más lento. Puedo pensar en todas las posibilidades que tengo para llegar al suelo sin matarme y soy capaz de aprovechar eso para huir.
Caigo sobre unas vigas metálicas que una de las grúas mantenía suspendidas en el aire a unos pocos metros de la azotea. Al menos así puedo saltar al edificio en construcción contiguo al ayuntamiento. Pero he cantado victoria demasiado pronto. Creía que nadie me seguiría, que era imposible que los soldados del Gobierno supiesen las técnicas de escalada que nosotros aprendemos en La Revolución, pero me equivoqué.
Tres de las personas que me persiguen ahora llevan bordado en el hombro el logotipo del Gobierno, sin embargo, estos soldados no son como los que iban armados. Estos visten uniformes mucho más cómodos. No llevan chalecos repletos de artilugios o cascos protectores, simplemente unos pantalones holgados, una camiseta estrecha y unos guantes para proteger sus manos. Visten prácticamente igual que yo pero con diferentes colores. Pero, ¿a caso sabían desde un principio que era yo el que se estaba infiltrando en sus servidores? Si no, ¿por qué traer soldados que conozcan técnicas de movimiento?
No puedo detenerme a pensar ahora. Puedo oír su respiración cada vez más cerca y no tengo tiempo. La oscuridad del edificio al menos me camufla, a pesar de todo, yo tampoco puedo verles a ellos.
Me deslizo por cada agujero, salto cada pared, cada obstáculo, intentando descender lo más rápido posible a las plantas inferiores. Atravieso las grandes ventanas de cristal para alcanzar otros edificios, pero no logro llegar hasta la camioneta. No está a más de dos calles de aquí, sin embargo, no puedo arriesgarme a que descubran a Alicia también. Tengo que hallar la manera de despistar a los tres soldados que me persiguen antes de que el resto del ellos logre alcanzarme.
Cada vez que me detengo, oigo disparos que van dirigidos hacia mí y que chocan contra las vigas metálicas que me rodean. No me queda tiempo. Están armados, y por una parte eso me puede beneficiar. No estoy seguro de lo que hago, pero sigo sin poder controlar todos mis impulsos. Me escondo detrás de un pequeño muro de ladrillos, aun sin terminar, anclados al suelo solo débilmente.
Trato de respirar más despacio, agudizando el oído para captar los pasos de mis perseguidores sobre el duro suelo de cemento. Pero es una situación extraña. Debería escuchar el ruido de la calle, de las sirenas, sin embargo solo oigo la respiración de los tres soldados. Sé que uno de ellos está justo detrás del muro, por lo que antes de que mi cabeza pueda plantearse lo que me está ocurriendo, actuó.
La pila de pesados ladrillos cede en cuanto la empujo. Siento como el suelo tiembla en cuanto cae, produciendo un estruendo que camufla el grito del hombre. Cuando la nube polvo se disipa, distingo su cuerpo lapidado, el cual sostiene todavía con fuerza la pistola entre los dedos de la mano.
Le observo. No me siento culpable a pesar de todo. ¿Debería? Supongo que no, pero sigue siendo una persona. Me he criado en la Zona 5 y he vivido con la muerte mucho tiempo, llegando a acostumbrarme a ella. Aun así, algo dentro de mí debería sentirse culpable. Trato de agacharme para cerrar sus ojos, pero antes de poder hacer nada, una bala impacta sobre una de las tubería, haciéndome reaccionar.
Ruedo por el suelo, cogiendo la pistola de los dedos agarrotados del soldado muerto, cubriéndome detrás de una pila de sacos de arena. Los otros dos hombres me han encontrado y no deben de estar muy contentos por la muerte de su compañero.
- Sal de ahí – habla uno de ellos. – Eres más valioso para todos vivo que muerto.
Pero no contesto, solo corro. En cuanto salgo de mi escondite, oigo disparos. Les da igual si no me consiguen capturar con vida. Ahora mismo soy una amenaza para el Gobierno, por lo que mi muerte no será un problema para nadie.
Las tuberías comienzan a romperse por los agujeros de bala. Cae agua al suelo y cuesta cada vez más mantener el equilibrio y no resbalar. Oigo como mis dos perseguidores hablan entre ellos, mientras que sus pies se hunden en los charcos. ¿Por qué trato de huir? Tengo un arma y puedo utilizarla. Quizá no quiero matar a nadie más, pero no tengo por que hacerlo.
Por primera vez controlo mis movimientos. Soy capaz de pensar en lo que quiero hacer para luego simplemente hacerlo. He divisado un pequeño agujero en la parte más baja del muro del final del pasillo. Creo que conecta la tercera planta con la segunda, así que también es mi vía de salida. Solo me deslizo por el suelo, ayudándome del agua, tratando de conseguir la posición necesaria para que mi cuerpo pase sin problemas por la pequeña ventana de la pared.
Todo pasa más lentamente otra vez. Puedo ver el agua salpicar por todas partes, mi mano agarrar con fuerza la pistola, mientras que apunto a uno de los dos hombres que se mueven justo detrás de mí. Sin pensarlo, aprieto el gatillo dos veces, dejando que las balas salgan disparadas hacia el hombro y la rodilla de uno de ellos. Veo como cae al suelo, incapaz de volver a levantarse. Trata de dispararme, pero antes de que pueda intentarlo, mi cuerpo cae a la segunda planta del edificio.
Espero, apuntando al pequeño agujero, convenciéndome de que debo disparar en cuanto vea el cuerpo del otro soldado deslizarse hacia aquí, pero no ocurre nada. ¿Dónde está? ¿Se ha detenido a socorrer a su compañero? No puede ser. Solamente tiene que pedir ayuda por la radio y en seguida un grupo de soldados le socorrerá. Y así es. Siento un duro golpe el la cara en cuanto me doy la vuelta, propinado por el último de mis perseguidores.
- Debería matarte ahora. La recompensa que ofrecen no es tan sustanciosa y has matado a mis dos compañeros.
Le miro a los ojos. Quiero hablar, tratar de salvar mi vida, pero antes de poder hacerlo, oigo un fuerte silbido que recorre el aire. Sé lo que es. Un pequeño misil choca contra una de las paredes, estallando, provocando una fuerte onda expansiva que nos lanza varios metros hacia atrás. Por suerte no hay nada en mi trayectoria que me haga sufrir más daños.
A pesar de todo mi vista es borrosa. Poco a poco comienza a aclararse, distinguiendo el estado en el que ha quedado la sala después del ataque. Algunas columnas están a punto de ceder, por lo que un nuevo impacto acabaría de tumbar el edificio. Veo a lo lejos al hombre que hace unos segundos amenazaba con matarme, enterrado en una pila de escombros. Está vivo pero aturdido, por lo que esta es mi oportunidad de escapar.
Me levanto a duras penas del suelo. Cojo de nuevo la pistola que robé, guardándomela en el bolsillo. Me limpio como puedo la sangre que cae por mi rostro, poniéndome en marcha de nuevo. Estoy algo mareado, pero oigo como alguien carga un nuevo misil en el arma que me apunta desde el edificio contiguo. No tengo tiempo. Alicia me espera en la camioneta, puedo verla desde aquí.
Me tambaleo en mis primeros pasos. Tengo que apoyarme en las paredes para no caer. Estoy cerca de conseguirlo, sin embargo un paso en falso arruinaría todo. Después de varios intentos, consigo comenzar a correr hacia la ventana rota que me permite salir a la pequeña calle, pudiendo saltar por ella justo en el momento en el que el vuelvo a oír el silbido del misil.
Caigo sobre el capó de la camioneta, dando una voltereta para amortiguar la caída. La explosión oculta los gritos de Alicia, que me espera en el asiento del copiloto para que entre en el vehículo inmediatamente. No puedo evitar ver como el enorme edificio se tambalea, a punto de caer. Solo cuando su mano me golpea el hombro consigo despertar y entrar en la camioneta.
Enciendo el motor rápidamente, pisando al máximo el pedal del acelerador. Ni si quiera me preocupo por chocar contra los estrechos muros cuando cojo una curva cerrada. Tenemos que salir de aquí cuanto antes y no importa cómo lo hagamos.
Salimos a la calle principal. Todo está cercado por los soldados del Gobierno, rodeado por los curiosos que se han acercado a ver qué ocurría. No podemos salir de aquí. Nos disparan, obligándome a conducir agachado, sin casi poder ver a dónde voy. Es imposible escapar.
De repente, Alicia coge de mi bolsillo la pistola. Veo como rompe la ventanilla de una patada, sacando medio cuerpo por el lateral del vehículo. Se concentra, apuntando a un objeto que no acabo de distinguir, pero cuando dispara algo estalla, dejándonos el camino libre.
- ¡Rápido, acelera! – grita ella.
Yo solo obedezco, llevando el motor de la vieja camioneta hasta el límite. Pero todavía no hemos terminado. Un convoy de coches del Gobierno nos persigue por la carretera. Si consiguen seguir nuestro ritmo conseguirán llegar a Shat. No podemos poner en peligro a La Revolución. A pesar de todo, Alicia lo sabe. Coge algo de uno de los maletines que hay tirados por todo el interior, sacando un extraño artefacto en forma de plato grueso que activa para luego tirar por la ventana. Cuando el primer coche pasa por encima, se produce una nueva explosión, formando un socavón imposible de sortear por los demás.
Estoy tenso. Todo ha ocurrido de verdad. No es uno de mis sueños. Ha sido muy rápido y a penas he podido pensar en ello. Conseguimos salir finalmente de la ciudad, asegurándonos que nadie nos sigue. Es entonces cuando me permito relajarme un poco.
- ¿Qué ha sido eso? – pregunto, queriendo gritar.
- Una mina – dice ella, muy tranquila para todo lo que ha pasado. – Nos dará el tiempo suficiente como para huir sin problemas.
- ¡No me refiero a eso! ¡Por si no lo sabías casi consigues que me maten! – me desespero.
- Pero no lo han conseguido.
- ¡¿A qué estáis jugando?! Se supone que esto era un simple entrenamiento.
- En realidad no.
- ¡¿Cómo?!
- Era una prueba – trata de explicarme ella. – Nos dijiste que durante tus años en la Zona 5 tus habilidades solo florecían en casos extremos. Por eso actuaste así el día en el que tus padres desaparecieron.
- ¿Y eso qué tiene que ver? Ya sabéis que poseo las habilidades. Por eso mismo entreno combate y movimientos.
- Pero eso es solo una pequeña parte.
- ¿Una pequeña parte? ¿A caso hay más?
- Creemos que tu padre consiguió seguir adelante.
- ¿Con qué?
- Con la Fase 2.

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