sábado, 1 de diciembre de 2012

Revolución - Capítulo 7



7

Nos perdemos por otro de los caminos de tierra que salen de la ciudad de Shat, hacia el lugar donde entrenaremos hoy. He pedido específicamente que no nos entrene mi madre. La verdad es que no sé por qué. Quizá sea porque no estoy preparado todavía, pero el caso es que no la veremos durante nuestra preparación.
Alicia va delante, guiándonos, tratando de explicarnos todo, sin embargo no presto atención. Hay gente, chicos y chicas de nuestra edad saltando de árbol en árbol, luchando con palos y piedras. Tienen muchísima agilidad, casi no parece importarles estar a diez metros sobre el suelo.
- Tranquilos – dice Alicia, percatándose de mi preocupación. – Esos soldados son los más avanzados. Se están preparando para la Iniciación. Vosotros no llegaréis a ese nivel hasta dentro de un tiempo.
- ¿Qué es la Iniciación? – pregunta Jennifer.
- Un ritual. Todos los soldados deben demostrar que están listos para servir a La Revolución. Es una prueba física, la cual se debe pasar en equipo.
 - Así que nosotros dos debemos finalizar con éxito la Iniciación para poder participar en el rescate de mi hermana.
- Si. El Líder está formando un equipo, pero tiene reservadas dos plazas para vosotros. Si conseguís completar los entrenamientos en menos de un mes, podréis ir a la Zona 5.
Al menos me tranquiliza saber eso. No dependo de alguien para participar en el rescate; dependo de mi mismo, de mi actuación. Puedo poner toda la presión sobre mis hombros, en vez de esperar a que alguien decida dar la orden de añadirme a la lista de soldados que irán a la Zona 5.

A medida que nos acercamos al lugar vemos pequeñas construcciones de madera, con estrechos patios donde hay diversos artilugios de madera con los que los más jóvenes entrenan movimientos de combate. Todo parece tranquilo, se respira un ambiente acogedor a pesar de todo. Este lugar no es como la ciudad. Estar aquí es como haber viajado al pasado. Todo se hace de una manera distinta, lejos de la alta tecnología de los aparatos de la ciudad. Finalmente, llegamos al lugar donde hoy nosotros practicaremos nuestros movimientos. Es un gran terreno, con decenas de obstáculos en su superficie para escalar y esquivar.
Los objetos son formas muy básicas. La mayoría son cilindros y prismas superpuestos uno encima de otro, pero que realmente forman un circuito complicado. A penas puedo visualizar el recorrido, pero sospecho que tendré que enfrentarme con cosas que nunca antes había visto.
Un hombre nos espera de pie, con los brazos cruzados y mirando al infinito. Parece examinarnos con su mirada oculta tras unas gafas de sol oscuras, pero su rostro no dibuja ningún gesto. Viste un uniforme extraño, distinto al nuestro pero igualmente de un mismo estilo. Su cuerpo está en forma, y quizá sea por su pelo moreno y despeinado, pero hay algo en él que me despierta confianza, y Jennifer no parece estar molesta.
- Maestro – dice Alicia, postrando su mano derecha sobre su hombro izquierdo y haciendo una reverencia. – Estos son.
- Con que los Elegidos, ¿verdad? – nos mira. – Si os soy sincero esperaba algo más. Pero si el Líder confía en vosotros para acabar con el Gobierno, yo os transmitiré todos mis conocimientos.
No sabemos qué decir. Nos miramos pero no gesticulamos una sola palabra. Todo esto es nuevo para nosotros. Cuando yo entrenaba con mi padre solíamos ir a alguno de los edificios del centro, como el colegio de mi hermana o la Central, pero nunca me he encontrado un escenario como este.
- Poneos esto – dice él, tirándonos algo. – Son guantes. Os protegerán de las rozaduras.
Me cubro las manos con ellos, me ajusto las botas y me preparo en la línea de salida que el hombre me indica. No sé si estoy preparado. Me rondan la cabeza muchas cosas y no logro concentrarme. Debo hacer esto por Debby, para poder ir de nuevo a casa y sacarla para siempre de allí. Al menos aquí estará a salvo.
En cuanto me da la señal corro hacia el primer obstáculo. Es un simple cilindro tumbado en el suelo que supero fácilmente de un salto, apoyando una mano sobre él para poder elevar las piernas. No ha sido muy complicado, sin embargo lo que viene a continuación es algo nuevo para mí. Tengo delante dos primas de diferentes alturas, prácticamente juntos el uno del otro, a los que se supone que tengo que subir. No sabría explicarlo, pero a pesar de que nunca entrené para una situación parecida, mi cabeza conoce los movimientos que tengo de hacer. ¿Será cierto entonces que funcionó el Proyecto 2 conmigo? Antes de poder pensar una respuesta, mis pies caminan ya por la pared del prisma más alto, y dando un último impulso, consigo saltar más alto y subir a la base del más pequeño con gran rapidez.
Me detengo un momento, tratando de analizar la situación y recuperando un poco de aire. ¿Qué acaba de ocurrir? No sé explicarlo, pero me gusta. No quiero parar. Algo me recorre el cuerpo y me impide detenerme.
Salto al otro prisma, apoyando los pies en la pared antes de agarrarme con las manos al borde. Estoy suspendido en el aire. Si ahora mismo decidiera soltarme, caería al suelo, aunque parece que a mi cerebro no parece importarle. Realmente es como si esto fuese algo natural para mí. Finalmente, subo a pulso hasta la base.
Desde aquí puedo ver como Jennifer me observa asombrada, mientras que Alicia solo muestra una mueca; por otro lado, el hombre ni si quiera se fija en mí. ¿Por qué será? ¿A caso no lo estoy haciendo bien? Yo mismo estoy sorprendido de mis movimientos. Debe de ser por otra cosa.
Hay un poste que conecta con una gruesa cuerda desde aquí hasta la superficie de otro de los prismas, unos metros más allá. Sé que debo agarrarme y cruzar, pero en un principio dudo. Tengo que convencerme a mi mismo varias veces antes de conseguir el valor para saltar.
La cuerda roza a gran velocidad con mis guantes. El aire me golpea la cara, me libera, haciendo que me olvide de todo. La brisa es pura, sin el molesto polvo y la contaminación del de la Zona 5. Me permito incluso dar un grito de alegría, pero cuando me quiero dar cuenta, mi cuerpo choca contra el otro poste, haciéndome caer al suelo.
Me cuesta respirar. Mi garganta se ha llenado de tierra y el golpe en el pecho no me permite moverme. Veo todo distorsionado. Solo al cabo de unos segundos distingo a Jennifer delante de mí.
- ¿Estás bien?
- Si. Solo necesito recuperarme un momento – contesto, tratando de fingir.
- Tienes las habilidades, chico, eso es cierto – oigo la voz del hombre, el cual viene acompañado de Alicia. – Pero ni si quiera tú sabes cuales son tus limites.
- ¿Qué va a saber? Si ni si quiera me estaba mirando.
- Él no necesita mirar para ver – dice Alicia. – Él es ciego.
- ¿Cómo es posible entonces que sepa cómo lo hago si ni si quiera puede verme?
- Por favor, llamadme Dárius – me interrumpe.
- ¿Ah si? – vacilo. – Bueno Dárius, siento decirte que no tengo tiempo que perder si quiero salvar a mi hermana, así que os rogaría que nos asignarais un mentor que al menos pueda corregir nuestros movimientos.
Sin esperar a que alguien me conteste, me levanto del suelo, caminando de nuevo hacia la ciudad, sin embargo, antes de poder perderles de vista, Dárius me grita algo.
- Sé que tu pie derecho resbaló al intentar subir al segundo prisma.
Me detengo, atónito a lo que acabo de oír. Es cierto. Mi pie derecho resbaló, pero conseguí apoyarlo en la pared de nuevo antes de que fuese demasiado tarde. ¿Cómo es posible?
- También sé que dudas a la hora de saltar. Puedo oír como das pequeños pasos miedosos antes de decidirte.
- ¿Cómo lo sabe? – pregunto, acercándome a él de nuevo.
- No siempre el ver está relacionado con saber.
- Dárius es uno de los maestros más veteranos de La Revolución – dice Alicia. - Logró pasar el solo la Iniciación, y en cuanto lo hico, el Líder le nombró maestro.
- ¿Tú lo viste? – pregunta Jennifer.
- No. Yo solo era un bebé. Pero es una leyenda. Aquí no encontrarás nada mejor.
- Probémoslo entonces.
Dejo que sea Jennifer la que complete esta vez el circuito. Se supone que es ella la que más entrenamiento necesita, aunque más de una vez la he visto sortear obstáculos. Ella asegura que solamente observando es capaz de luego imitarlo, y yo puedo dar fe de ello.
Cuando me acompaña a alguna misión sencilla o cuando la escolto en el bosque, solemos escalar árboles y pequeños edificios. No es muy rápida, pero al menos hace algo que la gente nunca haría sin preparación. Ella es una chica a la que no le gusta estar quieta. Necesita moverse y aprender, sin embargo ahora no parece estar muy convencida.
- ¿Estás bien? – me acerco a ella al ver que está petrificada en la línea de salida.
- No puedo hacerlo.
- Si, sí puedes – le aseguro. - ¿Recuerdas la vez que tuvimos que trepar hasta lo alto del viejo ayuntamiento para entregar un paquete? Lo hiciste bien, y sé que ahora también puedes.
- Allí era distinto. Estaba contigo.
- Y ahora estamos aquí, juntos también.
La miro a los ojos hasta que consigo que respire profundamente y se prepare. Realmente no he tratado de engañarla, solo le he dicho la verdad. Consiguió llegar hasta la azotea del ayuntamiento. Quizá sí fuimos un poco más lento, pero con los entrenamientos necesarios pronto esto será tan natural para ella como respirar.
En cuanto Dárius da la salida, Jennifer corre hacia el primer cilindro. Hace el mismo movimiento que yo en cuanto lo tiene cerca, con la diferencia de que ella se queda clavada en el suelo cuando consigue pasarlo. La verdad es que ese obstáculo es el que menos me preocupa, pero la cara de nuestro mentor no parece reflejar satisfacción por el hecho de que al menos mi amiga conozca algunos movimientos.
Corre ahora hacia los dos prismas. Creo que pretende hacer algo parecido a lo mío, pero no estoy seguro de que lo consiga. Sin embargo, trata de dar unos pequeños pasos en la pared del más alto, para luego impulsarse hacia el más pequeño. Realmente ha sido una buena combinación, pero no ha sido suficiente. Su estómago golpea con una de las esquinas debido a que no ha conseguido la suficiente altura. Finalmente, consigue llegar a la base haciendo fuerza con los brazos.
Se sienta en el suelo, dando arcadas, luchando por no vomitar. El golpe debe de haber sido duro, sin embargo, se levanta de nuevo con la intención de seguir adelante. No va a rendirse ahora. Nunca lo ha hecho. Es fuerte, más que nadie que haya conocido, y supongo que eso es lo que me ha sacado de un apuro más de una vez.
Se prepara para saltar de un prisma a otro. Veo como amaga, acercándose con lentos pasos hasta el borde de la base. Trata de pensar en algo, pero finalmente salta.
Sus manos consiguen agarrarse en un principio a los bordes, pero no ha amortiguado el salto con las piernas, por lo que su cuerpo choca contra una de las caras del prisma, provocando que sus dedos resbalen y ella caiga.
En cuanto oigo el sonido de su cuerpo golpear el suelo, corro hacia el lugar donde ha caído. Tengo miedo de que le haya podido pasar algo, aunque parece que soy yo el único que se preocupa. Dárius sonríe, mientras que Alicia sigue con los brazos cruzados, dibujando una mueca.
¿Por qué ríen? ¿A caso les hace gracia que uno de sus soldados se haga daño? Pero en cuanto consigo atravesar el prima y ver a Jennifer, entiendo que realmente se ríen de mí. Mi amiga ha caído en una especie de bolsa de aire, algo que se ha activado en cuanto ella se ha resbalado, amortiguando la caída.
- Aunque no lo parezca, Shat está repleta de la más alta tecnología – dice Alicia, antes de que pueda inventarme una excusa para mi reacción. – Obviamente no vamos a dejar que un soldado se hiera de manera innecesaria.
- ¿De dónde sacáis todo esto? – pregunto.
- Hay más gente en Shat a parte de los maestros y los soldados – continua. - Muchas veces llegan hasta aquí personas ya mayores o con diferentes problemas que les impiden luchar, por lo que son de ayuda para realizar diferentes tareas. Entre ellos hay increíbles ingenieros que fabrican todas estas cosas.
- Entonces, ¿por qué a mí no se me activó esto cuando yo caí?
- Porque yo lo desactivé – dice Dárius. – Cuando estabas en la cuerda pude notar en ti confianza.
- Creí que eso era bueno.
- Sí, pero en su justa medida. En ese momento llegaste a pensar que todo estaba resuelto, que era imposible que cayeras porque realmente tenías el don del que todos hablan. Y resultó que eso fue lo que te hizo caer. Si una bolsa de aire te hubiese amortiguado la caída, seguirías haciendo lo mismo.
Sé que tiene razón, pero no quiero que me deje como un idiota. Da la sensación de que soy el novato, que no tengo ni idea de nada, y realmente es así, pero no quiero que me lo recuerden. Solo puedo agachar la cabeza, intentando convencerme de que no puedo volver a hacer lo mismo que hace un momento.
- No va a ser tan fácil como crees formar parte del equipo de rescate de tu hermana, Guillermo. Pero yo puedo hacerte entrar.
- Está bien, Dárius – digo, incorporándome. – Entrenaré contigo, seguiré tus normas, haré lo que me digas, pero tienes que hacerlo antes de que la entrada al equipo de recate quede cerrada.
- Lo haré.

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