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Nos perdemos por otro de los caminos de tierra que salen de
la ciudad de Shat, hacia el lugar donde entrenaremos hoy. He pedido
específicamente que no nos entrene mi madre. La verdad es que no sé por qué.
Quizá sea porque no estoy preparado todavía, pero el caso es que no la veremos
durante nuestra preparación.
Alicia va delante, guiándonos, tratando de explicarnos todo,
sin embargo no presto atención. Hay gente, chicos y chicas de nuestra edad
saltando de árbol en árbol, luchando con palos y piedras. Tienen muchísima
agilidad, casi no parece importarles estar a diez metros sobre el suelo.
- Tranquilos – dice Alicia, percatándose de mi preocupación.
– Esos soldados son los más avanzados. Se están preparando para la Iniciación.
Vosotros no llegaréis a ese nivel hasta dentro de un tiempo.
- ¿Qué es la Iniciación? – pregunta Jennifer.
- Un ritual. Todos los soldados deben demostrar que están
listos para servir a La Revolución. Es una prueba física, la cual se debe pasar
en equipo.
- Así que nosotros dos
debemos finalizar con éxito la Iniciación para poder participar en el rescate
de mi hermana.
- Si. El Líder está formando un equipo, pero tiene reservadas
dos plazas para vosotros. Si conseguís completar los entrenamientos en menos de
un mes, podréis ir a la Zona 5.
Al menos me tranquiliza saber eso. No dependo de alguien para
participar en el rescate; dependo de mi mismo, de mi actuación. Puedo poner
toda la presión sobre mis hombros, en vez de esperar a que alguien decida dar
la orden de añadirme a la lista de soldados que irán a la Zona 5.
A medida que nos acercamos al lugar vemos pequeñas
construcciones de madera, con estrechos patios donde hay diversos artilugios de
madera con los que los más jóvenes entrenan movimientos de combate. Todo parece
tranquilo, se respira un ambiente acogedor a pesar de todo. Este lugar no es
como la ciudad. Estar aquí es como haber viajado al pasado. Todo se hace de una
manera distinta, lejos de la alta tecnología de los aparatos de la ciudad. Finalmente,
llegamos al lugar donde hoy nosotros practicaremos nuestros movimientos. Es un
gran terreno, con decenas de obstáculos en su superficie para escalar y
esquivar.
Los objetos son formas muy básicas. La mayoría son cilindros
y prismas superpuestos uno encima de otro, pero que realmente forman un
circuito complicado. A penas puedo visualizar el recorrido, pero sospecho que
tendré que enfrentarme con cosas que nunca antes había visto.
Un hombre nos espera de pie, con los brazos cruzados y
mirando al infinito. Parece examinarnos con su mirada oculta tras unas gafas de
sol oscuras, pero su rostro no dibuja ningún gesto. Viste un uniforme extraño,
distinto al nuestro pero igualmente de un mismo estilo. Su cuerpo está en
forma, y quizá sea por su pelo moreno y despeinado, pero hay algo en él que me
despierta confianza, y Jennifer no parece estar molesta.
- Maestro – dice Alicia, postrando su mano derecha sobre su
hombro izquierdo y haciendo una reverencia. – Estos son.
- Con que los Elegidos, ¿verdad? – nos mira. – Si os soy
sincero esperaba algo más. Pero si el Líder confía en vosotros para acabar con
el Gobierno, yo os transmitiré todos mis conocimientos.
No sabemos qué decir. Nos miramos pero no gesticulamos una
sola palabra. Todo esto es nuevo para nosotros. Cuando yo entrenaba con mi
padre solíamos ir a alguno de los edificios del centro, como el colegio de mi
hermana o la Central, pero nunca me he encontrado un escenario como este.
- Poneos esto – dice él, tirándonos algo. – Son guantes. Os
protegerán de las rozaduras.
Me cubro las manos con ellos, me ajusto las botas y me
preparo en la línea de salida que el hombre me indica. No sé si estoy
preparado. Me rondan la cabeza muchas cosas y no logro concentrarme. Debo hacer
esto por Debby, para poder ir de nuevo a casa y sacarla para siempre de allí.
Al menos aquí estará a salvo.
En cuanto me da la señal corro hacia el primer obstáculo. Es
un simple cilindro tumbado en el suelo que supero fácilmente de un salto,
apoyando una mano sobre él para poder elevar las piernas. No ha sido muy
complicado, sin embargo lo que viene a continuación es algo nuevo para mí. Tengo
delante dos primas de diferentes alturas, prácticamente juntos el uno del otro,
a los que se supone que tengo que subir. No sabría explicarlo, pero a pesar de
que nunca entrené para una situación parecida, mi cabeza conoce los movimientos
que tengo de hacer. ¿Será cierto entonces que funcionó el Proyecto 2 conmigo?
Antes de poder pensar una respuesta, mis pies caminan ya por la pared del
prisma más alto, y dando un último impulso, consigo saltar más alto y subir a
la base del más pequeño con gran rapidez.
Me detengo un momento, tratando de analizar la situación y
recuperando un poco de aire. ¿Qué acaba de ocurrir? No sé explicarlo, pero me
gusta. No quiero parar. Algo me recorre el cuerpo y me impide detenerme.
Salto al otro prisma, apoyando los pies en la pared antes de
agarrarme con las manos al borde. Estoy suspendido en el aire. Si ahora mismo
decidiera soltarme, caería al suelo, aunque parece que a mi cerebro no parece
importarle. Realmente es como si esto fuese algo natural para mí. Finalmente,
subo a pulso hasta la base.
Desde aquí puedo ver como Jennifer me observa asombrada,
mientras que Alicia solo muestra una mueca; por otro lado, el hombre ni si
quiera se fija en mí. ¿Por qué será? ¿A caso no lo estoy haciendo bien? Yo
mismo estoy sorprendido de mis movimientos. Debe de ser por otra cosa.
Hay un poste que conecta con una gruesa cuerda desde aquí
hasta la superficie de otro de los prismas, unos metros más allá. Sé que debo
agarrarme y cruzar, pero en un principio dudo. Tengo que convencerme a mi mismo
varias veces antes de conseguir el valor para saltar.
La cuerda roza a gran velocidad con mis guantes. El aire me
golpea la cara, me libera, haciendo que me olvide de todo. La brisa es pura,
sin el molesto polvo y la contaminación del de la Zona 5. Me permito incluso
dar un grito de alegría, pero cuando me quiero dar cuenta, mi cuerpo choca
contra el otro poste, haciéndome caer al suelo.
Me cuesta respirar. Mi garganta se ha llenado de tierra y el
golpe en el pecho no me permite moverme. Veo todo distorsionado. Solo al cabo
de unos segundos distingo a Jennifer delante de mí.
- ¿Estás bien?
- Si. Solo necesito recuperarme un momento – contesto,
tratando de fingir.
- Tienes las habilidades, chico, eso es cierto – oigo la voz
del hombre, el cual viene acompañado de Alicia. – Pero ni si quiera tú sabes
cuales son tus limites.
- ¿Qué va a saber? Si ni si quiera me estaba mirando.
- Él no necesita mirar para ver – dice Alicia. – Él es ciego.
- ¿Cómo es posible entonces que sepa cómo lo hago si ni si
quiera puede verme?
- Por favor, llamadme Dárius – me interrumpe.
- ¿Ah si? – vacilo. – Bueno Dárius, siento decirte que no
tengo tiempo que perder si quiero salvar a mi hermana, así que os rogaría que
nos asignarais un mentor que al menos pueda corregir nuestros movimientos.
Sin esperar a que alguien me conteste, me levanto del suelo,
caminando de nuevo hacia la ciudad, sin embargo, antes de poder perderles de
vista, Dárius me grita algo.
- Sé que tu pie derecho resbaló al intentar subir al segundo
prisma.
Me detengo, atónito a lo que acabo de oír. Es cierto. Mi pie
derecho resbaló, pero conseguí apoyarlo en la pared de nuevo antes de que fuese
demasiado tarde. ¿Cómo es posible?
- También sé que dudas a la hora de saltar. Puedo oír como
das pequeños pasos miedosos antes de decidirte.
- ¿Cómo lo sabe? – pregunto, acercándome a él de nuevo.
- No siempre el ver está relacionado con saber.
- Dárius es uno de los maestros más veteranos de La Revolución
– dice Alicia. - Logró pasar el solo la Iniciación, y en cuanto lo hico, el
Líder le nombró maestro.
- ¿Tú lo viste? – pregunta Jennifer.
- No. Yo solo era un bebé. Pero es una leyenda. Aquí no
encontrarás nada mejor.
- Probémoslo entonces.
Dejo que sea Jennifer la que complete esta vez el circuito.
Se supone que es ella la que más entrenamiento necesita, aunque más de una vez
la he visto sortear obstáculos. Ella asegura que solamente observando es capaz
de luego imitarlo, y yo puedo dar fe de ello.
Cuando me acompaña a alguna misión sencilla o cuando la
escolto en el bosque, solemos escalar árboles y pequeños edificios. No es muy
rápida, pero al menos hace algo que la gente nunca haría sin preparación. Ella
es una chica a la que no le gusta estar quieta. Necesita moverse y aprender,
sin embargo ahora no parece estar muy convencida.
- ¿Estás bien? – me acerco a ella al ver que está petrificada
en la línea de salida.
- No puedo hacerlo.
- Si, sí puedes – le aseguro. - ¿Recuerdas la vez que tuvimos
que trepar hasta lo alto del viejo ayuntamiento para entregar un paquete? Lo
hiciste bien, y sé que ahora también puedes.
- Allí era distinto. Estaba contigo.
- Y ahora estamos aquí, juntos también.
La miro a los ojos hasta que consigo que respire
profundamente y se prepare. Realmente no he tratado de engañarla, solo le he
dicho la verdad. Consiguió llegar hasta la azotea del ayuntamiento. Quizá sí
fuimos un poco más lento, pero con los entrenamientos necesarios pronto esto
será tan natural para ella como respirar.
En cuanto Dárius da la salida, Jennifer corre hacia el primer
cilindro. Hace el mismo movimiento que yo en cuanto lo tiene cerca, con la
diferencia de que ella se queda clavada en el suelo cuando consigue pasarlo. La
verdad es que ese obstáculo es el que menos me preocupa, pero la cara de
nuestro mentor no parece reflejar satisfacción por el hecho de que al menos mi
amiga conozca algunos movimientos.
Corre ahora hacia los dos prismas. Creo que pretende hacer
algo parecido a lo mío, pero no estoy seguro de que lo consiga. Sin embargo, trata
de dar unos pequeños pasos en la pared del más alto, para luego impulsarse hacia
el más pequeño. Realmente ha sido una buena combinación, pero no ha sido
suficiente. Su estómago golpea con una de las esquinas debido a que no ha
conseguido la suficiente altura. Finalmente, consigue llegar a la base haciendo
fuerza con los brazos.
Se sienta en el suelo, dando arcadas, luchando por no
vomitar. El golpe debe de haber sido duro, sin embargo, se levanta de nuevo con
la intención de seguir adelante. No va a rendirse ahora. Nunca lo ha hecho. Es
fuerte, más que nadie que haya conocido, y supongo que eso es lo que me ha
sacado de un apuro más de una vez.
Se prepara para saltar de un prisma a otro. Veo como amaga,
acercándose con lentos pasos hasta el borde de la base. Trata de pensar en
algo, pero finalmente salta.
Sus manos consiguen agarrarse en un principio a los bordes,
pero no ha amortiguado el salto con las piernas, por lo que su cuerpo choca
contra una de las caras del prisma, provocando que sus dedos resbalen y ella
caiga.
En cuanto oigo el sonido de su cuerpo golpear el suelo, corro
hacia el lugar donde ha caído. Tengo miedo de que le haya podido pasar algo,
aunque parece que soy yo el único que se preocupa. Dárius sonríe, mientras que
Alicia sigue con los brazos cruzados, dibujando una mueca.
¿Por qué ríen? ¿A caso les hace gracia que uno de sus
soldados se haga daño? Pero en cuanto consigo atravesar el prima y ver a
Jennifer, entiendo que realmente se ríen de mí. Mi amiga ha caído en una
especie de bolsa de aire, algo que se ha activado en cuanto ella se ha
resbalado, amortiguando la caída.
- Aunque no lo parezca, Shat está repleta de la más alta
tecnología – dice Alicia, antes de que pueda inventarme una excusa para mi
reacción. – Obviamente no vamos a dejar que un soldado se hiera de manera
innecesaria.
- ¿De dónde sacáis todo esto? – pregunto.
- Hay más gente en Shat a parte de los maestros y los
soldados – continua. - Muchas veces llegan hasta aquí personas ya mayores o con
diferentes problemas que les impiden luchar, por lo que son de ayuda para
realizar diferentes tareas. Entre ellos hay increíbles ingenieros que fabrican
todas estas cosas.
- Entonces, ¿por qué a mí no se me activó esto cuando yo caí?
- Porque yo lo desactivé – dice Dárius. – Cuando estabas en
la cuerda pude notar en ti confianza.
- Creí que eso era bueno.
- Sí, pero en su justa medida. En ese momento llegaste a
pensar que todo estaba resuelto, que era imposible que cayeras porque realmente
tenías el don del que todos hablan. Y resultó que eso fue lo que te hizo caer.
Si una bolsa de aire te hubiese amortiguado la caída, seguirías haciendo lo
mismo.
Sé que tiene razón, pero no quiero que me deje como un
idiota. Da la sensación de que soy el novato, que no tengo ni idea de nada, y
realmente es así, pero no quiero que me lo recuerden. Solo puedo agachar la
cabeza, intentando convencerme de que no puedo volver a hacer lo mismo que hace
un momento.
- No va a ser tan fácil como crees formar parte del equipo de
rescate de tu hermana, Guillermo. Pero yo puedo hacerte entrar.
- Está bien, Dárius – digo, incorporándome. – Entrenaré
contigo, seguiré tus normas, haré lo que me digas, pero tienes que hacerlo
antes de que la entrada al equipo de recate quede cerrada.
- Lo haré.
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