sábado, 17 de noviembre de 2012

Revolución - Capítulo 6






6




Estoy sumergido en un sueño del que no puedo salir. Por mucho que lo intente no consigo abrir los ojos y despertar. Me rodea una atmosfera familiar, un lugar que reconozco, mi ciudad, en la Zona 5. Sin embargo, hace mucho tiempo que ocurrió lo que ahora recuerdo.
Estoy en mi casa, la casa de mis padres, junto a mi hermana, sentados en el sofá del salón. Ellos salieron hace unas horas, cuando empezó a anochecer. Aseguraron que volverían pronto, pero nos dejaron la comida servida en los platos para que cenásemos y nos acostásemos cuanto antes.
No podemos dormir. Nunca conseguimos conciliar el sueño cuando ellos se marchan. No sabemos a dónde van, ni lo que hacen, y tampoco quieren decírnoslo. Aseguran que es mejor para nosotros, que así estaremos más tranquilos, pero es mentira. Desde hace unos días hay tiroteos a cada minuto, provocados por la amenaza de parte del Gobierno de una macrorredada en los próximos días. Nadie sabe cuándo será, por lo que si alguien tiene sospechas a cerca de si eres un policía, lo más probable es que acabes con un disparo en la cabeza.
Abrazo a Debby, intentando calmarla. Los ruidos son cada vez mayores y los destellos de los disparos más intensos. Se están acercando. Se oyen gritos de furia y de dolor. Algo malo está pasando fuera, y es cada vez más grande.
Me levanto del suelo, cogiendo a mi hermana de la mano. Abro la puerta del pequeño trastero de nuestra casa, encerrándonos en la habitación. Al menos aquí nos sentimos seguros. Cada vez que ocurre algo, me escondo en este lugar, intentando huir. Al menos pienso que aquí no nos encontraran.
Pasan las horas, pero los disparos no cesan. Por la cerradura de la puerta entra la luz de las llamas que calcinan las calles. Esto nunca había ocurrido, y mis padres están fuera. ¿Les habrán capturado? Lo dudo. No intentarán acabar con los policías. Huirán para luego volver a casa a escondidas.
Noto que mi hermana está tensa, seguramente por hacerse las mismas preguntas que yo. Aun es una niña, pero no es tonta. Se ha criado en la Zona 5, aprendiendo de sus peligros. Quiere a mis padres, y sufre más que yo cada vez que se marchan de casa.
- ¿Van a volver? – pregunta ella.
- En cualquier momento – respondo, tratando de simular una sonrisa. – Duérmete. Yo les espero despierto.
Se acurruca en mi regazo, cerrando los ojos. Le acaricio el pelo, hasta que por fin noto que está dormida.
Los ruidos son cada vez más cercanos. Alguien a entrado en casa, pero ni si quiera se a acercado a esta habitación. No son mis padres. Ellos saben que siempre nos escondemos aquí. Oigo el sonido de unas duras botas chocar contra el suelo. El sonido del roce de la ropa me indica que la persona viste con prendas gruesas, seguramente fabricadas en cuero. De repente, distingo una silueta a lo lejos. Sostiene un arma, mientras que inspecciona nuestra casa. Es uno de los soldados del Gobierno.
Noto como todo mi cuerpo se tensa, incluso mi respiración se detiene para evitar hacer más ruido. Se hace un extraño silencio en el exterior, seguido de una enorme ráfaga de disparos. Cuando cesa, solo veo como el soldado da media vuelta, dibujando una mueca de satisfacción en su rostro.
Ha ocurrido algo, y sospecho lo que puede ser. Me imagino la horrible escena. No puedo evitar pensar en que mis padres, junto a muchos otros Traidores, pueden haber sido fusilados.
Salgo del trastero, dejando que mi hermana siga durmiendo. Cierro la puerta, asegurándome de que nadie puede verla desde fuera. Camino por los pasillos de mi casa, deteniéndome en cada esquina para observar que realmente está vacía, hasta que finalmente llego a la puerta principal.
La escena del exterior es terrible. Jamás había visto nada parecido. La mayoría de las casas están ardiendo, hay cadáveres por todas partes, mujeres buscando a sus maridos muertos y aves carroñeras disfrutando de la situación. A penas puedo moverme. Mis ojos no quieren mirar al suelo, pero algo dentro de mí les obliga a buscar a alguien familiar entre la pila de cuerpos.
Mis padres no están. Al menos no aquí. Si supiese a dónde fueron, quizá podría buscarles allí. Pero este no es un lugar para mí. Tengo catorce años. No puedo hacer nada.
- ¡Guillermo! ¡¿Qué haces aquí?! – me grita una voz.
Doy media vuelta, rezando para que sea mi padre el que me llama, pero cuando la figura que me habla sale de la nube de polvo que la ocultaba, distingo a Pit.
- Vuelve a casa – insiste él.
- ¿Dónde están mis padres? ¿Están bien?
- No hagas preguntas. El Gobierno ha enviado a un ejercito entero para matar a los Traidores de su lista negra, pero si te encuentran también te mataran.
- ¿Por qué? – pregunto, pero sigue sin haber respuesta.
- ¿Dónde está tu hermana?
- En casa.
- ¿La has dejado sola? ¡¿Estás loco?!
Sale corriendo en dirección a nuestra casa. Yo le sigo muy de cerca, pero en cuanto veo las llamas que emergen del interior, le adelanto, asustado.
Mi hermana está dentro. Está atrapada por el fuego. El trastero está en la planta superior. Las llamas todavía no han llegado hasta allí, pero no tardarán en hacerlo. Aunque haya despertado, dudo que pueda escapar ella sola.
Pit grita en cuanto me ve entrar por la puerta. No le hago caso, a pesar de que sé lo peligroso que es. Pero es mi hermana. Es mi vida, la persona de mi familia con la que más cosas he compartido. No puedo dejarla morir.
El fuego rodea toda la sala. El calor es insoportable y se hace casi imposible respirar. Me quito la chaqueta, quedándome solamente con una camisa larga que al menos me protegerá en parte de las quemaduras. Trato de respirar usando la prenda de algodón como filtro, pensando lo más rápido que puedo en un plan.
La casa no tardará en derrumbarse. Las vigas de madera que la mantienen en pie están empezando a ceder. Cuando cae un trozo del techo del salón al suelo, veo por fin mi manera de llegar a la planta superior.
Sin saber explicar cómo, y ni si quiera pensarlo, corro hacia el agujero. Doy un paso sobre uno de los muebles, otro sobre la pared, y con un último impulso, consigo agarrarme al saliente. Hago fuerza con los brazos, subiendo a pulso a la planta superior.
Sorteo los obstáculos con una velocidad que a penas sabía que poseía, prácticamente caminando por la pared para evitar el fuego. Finalmente, llego al pequeño trastero, pero cuando lo abro, mi hermana no está dentro.
Golpeo con fuerza todo lo que me rodea. La he perdido. No sé dónde está. Habrá tratado de salir por su propio pie y se habrá encontrado atrapada. Los ojos se me llenan de lágrimas ante la impotencia, pero cuando salgo por la ventana al tejado de mi casa intentando huir, oigo sus gritos.
Busco por todos lados hasta que la encuentro. Está en la calle. Uno de los soldados la agarra con fuerza por el brazo, arrastrándola hasta un furgón. Quiere llevársela presa.
No soy yo el que actúa. Algo me domina, impidiéndome detenerlo. Todo ocurre más despacio. Salto al suelo, dando una voltereta para levantarme rápidamente. Me acerco al furgón, decidido a enfrentarme al soldado. Mi hermana me ve e intenta agarrarme la mano, sin embargo, su captor  no se ha percatado de mi presencia. Con un último chute de adrenalina, cojo el cuchillo que tiene enfundado en su cinturón, para luego clavárselo en el pecho.

Me despierto de un salto, con dificultades para respirar, sudando. El sueño ha parecido real. Es como si hubiese vuelto a vivir la noche en la que mis padres desaparecieron. Cada acción, cada detalle, todo ha sido exactamente igual que aquella noche de hace cuatro años.
Tengo un paño mojado en la frente. Alguien me lo ha puesto por alguna razón. Cuando intento incorporarme, veo a Jennifer dormida en el sofá de la habitación. Ella me ha colocado la toalla por la noche. Debe de estar agotada. No quiero despertarla, pero en cuanto los muelles del colchón rechinan al levantarme, ella se despierta alarmada.
- Descansa un poco más – le digo. – Aun no es la hora de ir a los entrenamientos.
- ¿Cómo estás? – pregunta. Yo me siento a su lado, impidiendo que se incorpore.
- Bien. Un poco mareado.
- Estabas ardiendo. Tenía fiebre. Vine porque oí tus gritos desde mi habitación.
- Ha sido un mal sueño, nada más.
- Pues nunca había visto nada parecido.
- He recordado la noche en la que mis padres nos abandonaron.
- ¿Y?
- Que tenían razón a cerca de mí. Me entrenaron sin que yo mismo me diese cuenta. Escalé a la segunda planta de nuestra casa en llamas.
- Pero a mí siempre me has dicho que tu padre te enseñó técnicas de movimiento.
- Si, pero nunca tan avanzadas. Maté a un soldado del Gobierno utilizando un cuchillo, y yo nunca uso armas para mis misiones – le explico. - ¿Recuerdas lo que pasó hace dos días en el bosque? Disparé a un hombre donde yo quise sin saber usar una pistola.
- Es todo muy extraño. ¿Cómo es posible que tengas unas habilidades que jamás has entrenado?
- Yo os lo puedo explicar – dice alguien desde la puerta.
Es Alicia la que nos habla. Ha entrado en la cueva sin que nos demos cuenta. Nos mira atentamente, sorprendida por nuestra conversación. Quizá hayamos tocado algo que no es de nuestra incumbencia, pero realmente es sobre mí de lo que trata.
- ¿Qué sabes tú de todo esto?
- Más de lo que tú crees. Yo misma fui entrenada en secreto por La Revolución. Me cogieron cuando solo era un bebé, como a ti. Mis padres me entregaron para formar parte del llamado Proyecto 2, pero nada funcionó.
- ¿El Proyecto 2?
Alicia mira de un lado a otro, intentando ver si alguien nos escucha. No parece que en este lugar este permitido hablar de todo esto, pero ella está decidida a hacerlo. Supongo que será por el hecho de que ella también estuvo inmersa en él.
- Vamos a dar un paseo – dice por fin. – No es seguro hablar de esto aquí.
Me levanto del sofá, apoyando ligeramente mi pierna sobre el suelo, sin embargo, cuando lo hago ya casi no siento dolor. Es cierto que está curando rápido. Aun así, me obligo a coger la muleta por si acaso. Me ato las botas, me visto con el uniforme que nos dieron, al igual que Jennifer, y salimos por la puerta, siguiendo a Alicia.
El día acaba de comenzar. Muy pocas personas se mueven por la ciudad. Se supone que hoy deberíamos empezar con los entrenamientos, pero aun no puedo moverme con total libertad. Además, lo prefiero. Hablar el otro día con mi madre me enfureció mucho. No quiero verla hoy en los gimnasios.
Nos alejamos del núcleo de Shat por uno de los senderos del bosque. Los árboles, los pájaros, las flores, todo rebosa vida. Nunca pensé que un lugar como este pudiese existir tan cerca de nuestro hogar en la Zona 5. Todo es tan…distinto a lo que estoy acostumbrado a ver, que no acabo de creérmelo. Pero hemos caminado hasta aquí por otro motivo, y eso me hace perder todo pensamiento positivo.
- ¿Qué es el Proyecto 2? – vuelvo a preguntar.
- Será mejor que empiece por el principio. Por el Proyecto 1 – dice Alicia, sentándose en una roca. – Hace veinticuatro años que se formó La Revolución. Como ya sabes, fueron tu padre junto al Líder los que se unieron para tratar de crear una organización con la que derrocar al Gobierno. Pero esto era imposible si no tenían los aliados necesarios, y no los consiguieron. Pensaron varias formas de lograr apoyos, hasta que finalmente dieron con la solución: crear supersoldados. Guerreros tan fuertes que a penas necesitasen entrenamiento para acabar con las tropas de nuestros enemigos.
- Pero eso no es posible – dice Jennifer.
- Puede parecer que sí, pero no lo es cuando tienes los medios y los conocimientos necesarios.
- Mi padre no tenía esos conocimientos – salto yo.
- ¿A no? – dice irónicamente.
- Era ingeniero. Diseñaba coches.
- Esa era su tapadera. Trabajaba diseñando la máquina del Proyecto 1. Al fin y al cabo, es algo parecido.
- ¿Qué ocurrió?
- No salió bien. Querían conectar la máquina directamente en los bebés mediante incisiones, para tratar de introducir los datos directamente en sus cerebros. Al principio pareció funcionar. Muchos de los chicos y chicas conseguían habilidades increíbles en cuanto cumplían los cinco o seis años, pero finalmente entraban en la locura y morían antes de cumplir los ocho.
- Es horrible – dice Jennifer.
- Lo es. Sin embargo siguieron adelante con el Proyecto 2. Nos cogieron a nosotros, gente de nuestra generación, y experimentaron con una nueva máquina. Esta vez no existían conexiones, por lo que al menos aseguraron la integridad de los sujetos. Pero el tiempo pasó y ninguno consiguió nada. Todos los que fuimos entrenados no adquirimos ningún tipo de habilidad, excepto tú.
- ¿Yo?
- Si. Tu padre decidió seguir con su investigación lejos de aquí, por lo que os trasladasteis a la Zona 5. Te utilizó sin que te dieses cuenta, hasta que finalmente logró que tu subconsciente almacenase los datos necesarios. Eres el único que posee todos esos conocimientos.
Me quedo pensativo. ¿Es por eso por lo que mi padre fue desterrado? ¿Por no acatar las normas y seguir con el Proyecto 2 conmigo? ¿Entonces por qué el Líder me quiere ahora? Se supone que soy aquel que mi padre creó. No encaja nada. Si realmente tuviese esas habilidades, las habría usado en mis misiones.
- Eso es imposible – lo niego. – Mi cerebro no tiene esas capacidades. Nunca las he usado. Solo cuando intentaron coger presa a mi hermana. Hace ya mucho tiempo de eso.
- El subconsciente no elimina datos. Sabemos que están hay. Solo hay que hacerlos salir. Por eso mismo sabes escalar y moverte, porque tu padre comprobó que su experimento funcionó. Hizo florecer de tu mente esos datos ocultos.
No soy capaz de soportar tantas cosas. Cientos de imágenes me llegan a la cabeza, pasando tan rápidamente que a penas soy capaz de verlas. Todo parece una pesadilla, pero no hay nada que me demuestre que realmente lo que Alicia dice es mentira. Lo hice cuando capturaron a mi hermana, sin darme cuenta. Maté a una persona, y es cierto que sé escalar a pesar de que mi padre apenas me entrenó. Fue como si ya supiera todos esos pasos, como si realmente los tuviera grabados a fuego en la mente.
- ¿Y qué facilita todo esto? – pregunto, poniéndome en pie, obligando a Jennifer y a Alicia a levantarse. – No voy a encabezar una guerra.
- Contigo tendremos el soldado que nadie posee. La Revolución pretende que comiences con misiones sencillas, como las que realizabas en la Central.
- ¡No! Una de esas misiones me trajo hasta aquí. Quiero volver a mi casa junto a mi hermana y obligarme a creer que todo esto fue un sueño.
Doy media vuelta y camino de nuevo hasta la ciudad. Pretendo irme de aquí, aunque no sé cómo. Por una parte agradezco todo lo que han hecho por mí, pero no quiero quedarme. Antes de que pueda perder a las dos chicas de vista, Jennifer corre hacia mí, gritando mi nombre para que me detenga.
- Espera – se para delante de mí. – No puedes abandonar este lugar.
- ¿Por qué no? Sabes que no hacemos nada aquí.
- Te necesitan, Guillermo.
- No. Ellos creen que me necesitan, pero en realidad no hago más que estorbar aquí.
- Eso no es cierto. Te salvaron de las heridas de la explosión.
- Fueron ellos los que provocaron la explosión – me desespero. – Aquí hay cosas que no terminan de encajar, Jenn, y tú lo sabes. No podemos confiar plenamente en esta gente.
- Pues yo sí confío. Nos han salvado la vida, ofrecido un hogar y ahora la posibilidad de acabar con el Gobierno. Tú puedes irte, no puedo impedírtelo, pero yo me quedo.
- Bien… - suspiro. – Como tú quieras.
Sigo mi camino, sin dejar de pensar en ella. No puedo hacer nada para que venga conmigo, como ella ha dicho. Me parece que todo esto es demasiado arriesgado. Siempre he vivido lo suficientemente bien en la Zona 5 y quiero seguir con mi vida.
Entro en mi cueva, cojo una pequeña mochila que encuentro en el armario y meto en ella todo lo que encuentro por la habitación. Cualquier prenda de ropa, sábana, zapatos o comida me servirá para llegar de nuevo a casa. No estoy seguro de la localización exacta de Shat, pero puedo guiarme por el sol.
Contemplo el lugar vacío desde la puerta. Parece que no me dejo nada, sin embargo, veo algo encima de la mesilla que hay al lado de la cama. Es una fotografía. Es la foto en la que aparecemos Jennifer, Debby y yo juntos, sonriendo. Un nudo se me forma en la garganta y los ojos empiezan a empapárseme en lágrimas. Ellas son mi familia. No puedo abandonar a ninguna de las dos.
Siempre estaremos juntos
Eso es lo que está escrito a mano en el reverso de la imagen y lo que prometimos cumplir. No puedo abandonar a Jennifer en este lugar a su propia suerte.
Trepo a la habitación de mi amiga por la trampilla. La encuentro en su cama, llorando desconsoladamente. Supongo que por un momento a creído que realmente iba a estar sola, todo por mi culpa.
- Eh – le susurro al oído, acariciándole el pelo.
- Al menos has venido a despedirte – solloza.
- No. He venido para decirte que me quedo.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Revolución - Capítulo 5




5


No controlo mis movimientos. El miedo, la inseguridad, la furia, me hacen perder el control. Sin darme cuenta, agarro con fuerza al Líder por el cuello de su uniforme, estampando su cuerpo contra el cristal.
- Mis padres están muertos – digo, acercando mi rostro al suyo cada vez más.
- Tus padres nunca estuvieron en el lugar de la redada. Fue una escusa para explicar su huida de la Zona 5.
Por cada palabra que pronuncia mi ira aumenta, haciendo que golpee su cabeza, haciéndole caer al suelo.
- ¡¿Dónde están?! – grito desesperado. Sin embargo, no recibo más que una risa por su parte.
- Ves como si que tienes potencial para formar parte de nosotros. Aunque vas a tener que dominar esas formas. Mis soldados personales te están apuntando con sus armas, y te aseguro que no fallan. Pero tranquilo, tienen orden de no abrir fuego.
Levanto la mirada y veo postrados en una pasarela en lo alto de la habitación a casi una docena de hombres armados. Todos mantienen el dedo fuera del gatillo de sus rifles, pero no dejan de observarme por la mirilla.
Tengo que respirar profundamente unas cuantas veces, hasta que por fin me tranquilizo y le tiendo la mano al Líder para ayudarle.
- ¿Dónde están ellos? – digo ya calmado.
- Tu madre está aquí, en Shat. Se encarga de la lucha cuerpo a cuerpo. Ella entrena a los novatos.
- ¿Y mi padre?
- No estamos seguros.
- ¡¿Cómo que no estáis seguros?! ¡¿Qué significa eso?!
- Sabemos que está vivo, pero no dónde exactamente. Fue desterrado hace dos años.
No sé por qué no me sorprende. Mi padre siempre fue una persona que luchaba por lo que él creía. Supongo que eso aquí le costó ser expulsado de la organización. A pesar de tener curiosidad por lo que ocurrió, tampoco quiero preguntar. Ahora mismo solo deseo salir de aquí y reunirme con Jennifer. De todas formas, tengo que caminar de un lado al otro de la habitación, intentando tranquilizarme para no estallar otra vez.
- ¿Cuándo podré ver a mi madre?
- Esta noche, en la fiesta.
- ¿Qué fiesta?
- Llevamos mucho tiempo esperando vuestra llegada, Guillermo. No tienes ni idea de lo fundamentales que sois Jennifer y tú desde vuestro ataque al ayuntamiento. Estas cosas merecen una celebración. Alicia te recogerá sobre las diez. Vístete con la ropa que hemos dejado para ti.
Me acompaña hasta la salida de la habitación, cerrando la puerta en cuanto he cruzado el marco.
Sigo pensando, y hay cosas que no me acaban de encajar. Si mis padres nunca murieron, ¿por qué no llevarnos con ellos hasta aquí? Si mi padre le entregó a Pit la piedra que llevo ahora colganda del cuello, él debía saber sus planes. ¿Por qué nunca me dijo nada? Supongo que realmente sí lo hizo, mandándome una misión exclusiva para mí con la que pudiese infiltrarme en la Zona 4. Entonces, ¿Dot está metido en esto también? Él sabía que poniendo una bomba en el ayuntamiento, conseguiría que La Revolución me encontrara.
Antes de poder darle más vueltas, me doy cuenta de que he llegado hasta mi cueva. Habré memorizado el camino, por lo que he caminado de manera automática. No importa, la verdad. Ahora tengo que cambiarme y arreglarme para una supuesta fiesta en nuestro honor. Antes de poder hacer nada, el pomo gira. Alguien desde dentro abre la puerta y sale a la tenue luz del atardecer.
Jennifer se mantiene de pie, mirándome fijamente, sorprendida. Su rostro solo tiene unos pequeños cortes y en su brazo parece tener una pequeña quemadura vendada. No sabe qué hacer, amaga con avanzar hacia mí, pero no hace nada. Finalmente, con los ojos envueltos en lágrimas, nos abrazamos, muy fuerte, liberando toda la tensión que teníamos acumulada.
- Estás bien – me susurra al oído.
- No tanto como tú – bromeo. – Aunque hemos estado mejor - despega su rostro del mío, mirándome a los ojos y sacando una tímida sonrisa.
- Los médicos me aseguraron que te recuperarías. ¿Cómo estas?
- Las quemaduras ya se me han curado. Ni si quiera han dejado marca. Pero la pierna es otra historia, aunque parece que mejora.
- Ha sido todo tan rápido y raro. A penas puedo mentalizarme de dónde estoy.
- Yo tampoco. Cuando desperté creí que el Gobierno nos había capturado.
- Pero nos han capturado otros. No podemos salir de aquí, así que tampoco hay mucha diferencia.
- El Líder asegura que pueden sacar a mi hermana de la Zona 5 y que hasta entonces no le faltarán medicamentos.
- ¿Y tú lo crees?
- Lo creeré en cuanto hable con mi madre. Mis padres están vivos, Jenn.
- ¡¿Cómo?!
- Nunca fueron a la redada. Huyeron aquí.
- Pero os abandonaron a Debby y a ti.
- Lo sé. Por eso quiero más respuestas. No voy a participar en esto si no sé cuál es su objetivo.
- Ten cuidado.
- Sabes que siempre lo tengo.
- Pero esto es distinto. Es demasiado grande para los dos.
- No nos pasará nada, te lo prometo. Si corremos peligro, abandonamos. Estamos juntos en esto, tú y yo.
Me quedo unos segundos mirando sus ojos, intentando convencerla con la mirada de que realmente hablo en serio. Finalmente, acaba cediendo.
- Solo quiero que seas consciente del peligro – dice ella.
- Estaré atento – aseguro. – Ahora será mejor que nos cambiemos para la fiesta de esta noche. Entraré a buscarte cuando termine.
Ella asiente, acercándose a la escalera que le ayuda a subir hasta su cueva. Yo por mi parte entro en mi habitación.
Abro el armario, buscando lo que han dejado para mí. En su interior encuentro ropa nueva, elegante, pero no demasiado. Hay unos vaqueros, parecidos a los que tenía yo en mi casa, sin embargo, nuevos y sin cortes. Además, hay una camisa blanca y una americana azul marino colgadas de una percha. Todo parece ser de altísima calidad, caro y por tanto algo que jamás me podría permitir. ¿Cómo es posible que en un lugar como este haya este tipo de cosas? Tampoco me explico por qué han decidido darme a mí esta ropa, pero no es momento para estas cosas.
Cambio mi uniforme por todo lo que había en el armario. Me ato los zapatos y me observo en el pequeño cristal que hay colgado de unos de los salientes de las rocas. A penas me reconozco. El chico que veo reflejado parece sano, a pesar de la muleta, con el rostro lleno de vida, diferente. Nunca había tenido la oportunidad de estar limpio y con ropa nueva al mismo tiempo. Me gusta la sensación, pero no quiero acostumbrarme a ella.
Trato de peinarme, pero no sé cómo. Hago lo que puedo con mi pelo, sin preocuparme si quedará bien o no, me pongo la americana y busco la trampilla del techo que conecta con la cueva de Jennifer. No es más que un simple tablón de madera. Dando un pequeño salto consigo abrirla, pero no hay nada que me facilite el subir. Me agarro con las manos de uno de los salientes y subo a pulso hasta la habitación.
El lugar solo está iluminado por la suave luz de unas velas. Todo está desordenado, con diferentes vestidos tirados encima de la cama. No pasé más de veinticuatro horas en el hospital, pero parece ser que han sido más que suficientes para que Jennifer se adapte a todo esto. Por el pequeño pasillo que conecta con el baño, asoma una luz amarilla, junto con el débil sonido de unos tacones chocando contra el suelo. Debe ser ella.
- ¿Jenn? – pregunto, sin llegar a adentrarme por el pasillo. - ¿Estás bien?
- Si. Enseguida salgo.
Me quedo de pie, caminando por todo el cuarto, observando cada detalle. Ninguno de los dos trajo nada de la Zona 5, debido a que no imaginábamos que acabaríamos en un lugar como este. Sin embargo, encuentro encima de la mesa una pequeña fotografía.
Estamos los tres. Sara está en mis brazos y Jennifer a mi lado. Sonreímos a la cámara, sin ningún tipo de miedo. Recuerdo que fue Pit el que nos la hizo, hará ya dos años. Fue mi regalo de cumpleaños. Consiguió que uno de los mercaderes de la Central le dejara la cámara. Supongo que es el único recuerdo que nos queda de casa.
Jennifer tose a propósito para que yo me dé la vuelta, para que la mire. Está de pie, dando vueltas sobre si misma para mostrarme su vestido. Está como jamás la había visto antes. Lleva un vestido rojo y largo, con el pelo recogido y adornado con flores naturales. Me quedo totalmente boquiabierto. No puedo dejar de mirarla y ella se sonroja.
- ¿Qué te parece?
- Estás…estás preciosa – tartamudeo.
- Gracias. Me ha costado mucho decidirme por un vestido.
- Ya lo veo – bromeo, mirando de nuevo la montaña de ropa que hay encima de su cama.
- Tú también estás genial – dice, acercándose a mí. – Aunque será mejor que aprendas a peinarte. Ven.
Comienza a arreglarme el pelo con las manos, muy despacio, casi como si me hiciera una caricia. No deja de mirar mis ojos, sonriendo tímidamente. Quiere decirme algo, pero en un principio no se atreve.
- Quiero entrar en La Revolución, Guillermo. He accedido a que me entrenen.
- ¿Estás segura?
- Si. No quiero volver a la Zona 5 y tener que esconderme cada vez que veo a alguien armado.
- Oh.
- ¿Qué ocurre?
- Prometimos que nos protegeríamos – digo. – No puedo hacerlo si tú entrenas y yo no. Pero sigo sin estar seguro. Tengo demasiadas cosas en la cabeza ahora mismo. Déjame pensarlo.
El rostro se le ilumina a pesar de todo. Está eufórica, alegre de que al menos no le haya dicho que no directamente. Me abraza con fuerza, hasta que finalmente me da un beso en la mejilla.
- Tú hermana me pidió que te lo diera – dice.
- Pero..
- Ella sabía que aceptarías una misión y me rogo que te acompañara. Es más lista de lo que tú crees.
- Siempre me sorprende – sonrío.
- ¿La hechas de menos? – cambia a un tono más suave.
- Todos los minutos que paso en este lugar. Debería estar acostumbrado, ya que paso mucho tiempo fuera de casa realizando misiones, pero esto es distinto.
- No perdamos ni un instante entonces. Cuanto antes entremos, antes lograremos que un equipo rescate a Debby.
Salimos de la cueva, encontrándonos con un cielo totalmente estrellado y una luna grande y redonda. Sus luces son lo único que iluminan el sendero, junto con la potente llama del pebetero del edificio central. Caminamos, sin dejar de mirar el cielo. A lo lejos, en la plaza de la ciudad, se distinguen focos, junto a risas y gritos de alegría. En cuanto llegamos, Alicia nos espera en la entrada. Va vestida con un largo vestido verde que realza el color de sus ojos, con el pelo recogido en una gruesa coleta.
- ¿Estáis preparados? – pregunta ella.
- ¿Para qué?
- El Líder va a dar un discurso y luego hablaréis vosotros.
- Nadie nos informó de eso – dice Jennifer.
- Pues ahora os informo yo. Tenéis que animar a la población, que vean que estáis dispuestos a luchar por ellos.
- Ni hemos empezado a entrenar – digo. - ¿Cómo vamos a convencerles si ni si quiera nosotros sabemos si lograremos entrar en La Revolución?
- Sé que no sois tontos. Sabéis lo difícil e importante que es tranquilizar a las masas. Después de vuestro atentado contra el ayuntamiento, muchos de los nuestros piensan que queremos asustar al Gobierno sacrificando la vida de los nuestros.
- Pero fue un accidente.
- Lo sé. Pero ellos no lo creen así.
- ¿Y qué va a cambiar que se lo digamos nosotros? Ni si quiera nos conocen.
- Te conocen desde el momento en el que naciste, Guillermo. Y cuando vosotros dos os juntasteis, supimos que el momento se acercaba.
Trato de detenerla antes de que entre en la plaza. Quiero respuestas a cerca de todo esto. ¿Qué momento se acerca? No entiendo nada. Es todo demasiado extraño, pero tiene razón a cerca del discurso. Tener bajo control a los soldados es fundamental. En el momento en el que se cansen, pueden acabar con todo esto.
Agarro la mano de Jennifer, la cual tiene la mirada perdida en el suelo. Piensa lo mismo que yo. Nos hemos visto involucrados en algo que al parecer ya esperaba nuestra llegada. Mis padres deben tener algo que ver, lo que me recuerda que mi madre está en alguna parte de este recinto. Respiramos profundamente y nos adentramos en la marea de gente.
Todo el mundo se aparta cuando nos ve pasar, facilitándonos un pasillo hasta el pequeño escenario. Todo esto es muy extraño. No se comportan como si fuésemos extraños o infectados por alguna enfermedad, sino que nos sonríen y nos aplauden como si fuésemos auténticos héroes. Y a Jennifer parece gustarle, porque les devuelve el saludo. Yo en cambio no me detengo, mirando fijamente las figuras del Líder y de Alicia sobre el escenario.
Subo, gritando palabras que ni si quiera yo puedo oír por el rugido del público. Antes de que pueda si quiera hablar con el Líder, este empieza con el discurso.
- Hermanos, el día por fin ha llegado. Desde hace ya dieciocho años, pusimos nuestras esperanzas en un proyecto, en una generación de chicos y chicas que debería devolvernos a todos a los Tiempos de Paz. Pero ese proyecto no salió como todos esperábamos. Solo un chico fue creciendo, empapándose sin darse cuenta de todas nuestras creencias, aprendiendo técnicas que ni él sabía que estaba aprendiendo. Ha sido una larga espera, llena de sacrificios y riesgos, pero por fin lo tenemos entre nosotros.
Todas las personas que se encuentran en la plaza gritan al unísono, aplaudiendo y vitoreando mi nombre. Me quedo petrificado por el ruido y por las palabras del Líder. He sido una especie de experimento durante cada periodo de mi vida. Me han vigilado y entrenado sin que yo me diera cuenta. Las misiones de Pit, las técnicas de escalada, ¿todo ha sido solo para llegar hasta aquí, para convertirme en una especie de superhombre y que así pueda salvarlos a todos?
- Predijimos que una mujer vendría con él – continúa con su discurso. – Creímos que sería su pequeña hermana, pero la suerte no estuvo de su parte. Nuestras esperanzas se esfumaron al saber que estaba infectada con el VTM, pero luego caímos en la cuenta de que no siempre dos personas están conectadas por su sangre. Y es aquí donde entra Jennifer. Los dos, juntos, conseguiréis lo que todas las generaciones destruidas por el Gobierno desean: la libertad.
Nos miramos, asustados. ¿Cuánto tiempo llevamos en este lugar? Ha sido demasiado poco como para asimilar lo que está ocurriendo. Hemos pasado de desconocer la existencia de La Revolución, ha pertenecer a ella por obligación. He arrastrado conmigo a Jennifer, aunque ella parece no estar molesta con ello. Me da pequeños codazos en el costado, haciéndome reaccionar. El Líder me hace gestos para que me acerque al atril a decir mi discurso.
No he preparado nada. Pensé que no sería en serio. De todas formas desconocía todo esto hasta hace unos segundos, por lo que no hubiese servido para nada. Estoy nervioso. Me tiemblan las piernas y no me sale la voz. Todas las miradas están atentas en mí. Al menos trataré de seguir la corriente.
- Bueno…si soy sincero, no he escrito nada – digo en voz muy baja.
Soy muy tímido para estas cosas y que la gente se rían no me ayuda. Pero no es una risa de burla a pesar de todo. Se ríen porque les ha hecho gracia lo que he dicho. Sin embargo, tampoco me ayuda a concentrarme.
- Cuando desperté en este lugar, lo primero que pensé es que me estaban tratando demasiado bien como para ser un prisionero. Poco a poco comencé a pensar que realmente era imposible que el Gobierno me hubiese capturado, hasta que finalmente salí del hospital y contemple este lugar. La gente convivía en paz, trabajando conjuntamente, al contrario que en las ciudades de las Zonas. Yo provengo de la Zona 5. Soy un Traidor, y siempre lo seré, pero sé lo que sentís mejor que nadie. He tenido que luchar por mantener la vida de mi hermana, la de mi amiga y la mía misma.
Dejo un momento para que la gente aplauda, mientras que miro al público a la cara. Muevo la cabeza de un lado a otro, viendo las sonrisas en todos ellos. Tengo que camuflar muchas cosas entre las palabras, porque sigo sin estar seguro de si accederé a que me entrenen. No puedo decir eso directamente, ya que causaría revuelos, como dijo Alicia.
- Por eso tengo que volver a por mi hermana – continuo. - Si no lo hago ella morirá, y no quiero…
Es ella. Realmente está aquí. Me mira y aplaude cada vez que digo algo, con un gesto de orgullo impreso en la cara. Mi madre está entre la gente. Me he quedado mudo en cuanto la he visto. No soy capaz de hablar. Noto como los ojos se me empapan en lágrimas, pero antes de que caiga la primera, salgo de la plaza, en dirección a la cueva.
La gente me llama a gritos, pero no hago caso. Estoy enfadado pero alegre al mismo tiempo. He podido ver a la persona que más quería y que creía que estaba muerta, pero también he visto a la persona que nos abandonó a nuestra suerte por intentar experimentar conmigo, con mis sentimientos y mi mente.
Cierro la puerta de mi habitación con un fuerte portazo. Me tiro en la cama, pero ya no soy capaz de llorar. Golpeo con rabia la almohada, gritando sin parar. Tiro todo por los suelos, desesperado, intentando aliviar el dolor que siento. Pero todo es inútil. Si ahora Debby estuviese aquí todo sería distinto. Podría hablar con ella y ella me calmaría.
Oigo golpes en la puerta de alguien que me pide permiso para entrar. Y no hago caso de las llamadas hasta que oigo la voz de mi madre.
- Solo quiero hablar.
- Has tenido mucho tiempo para eso, ¿no crees? – contesto.
- Déjame explicártelo todo, hijo.
- Por mi parte yo no tengo padres. Si abandonas a alguien, no esperes volver después de dieciocho años como si nada hubiese pasado.
La puerta se abre. Veo que la cabeza de mi madre se asoma, hasta que por fin ella entra. Se sienta en mi cama, a mi lado, tratando de pensar en lo que hacer y decir.
- No es lo que tú crees –susurra.
- ¿No? ¿Entonces qué? Me abandonasteis. A mí y a Debby. Creí que estabais muertos, que jamás volvería a veros.
- Os estuvimos cuidando desde lejos. Nunca dejamos que os pasara nada.
- ¿A no? ¿Y todos esos fríos inviernos que nos alimentábamos solo con las provisiones de plantas de Jennifer? ¿Y todas esas misiones que tuve que aceptar para comprar la medicina de mi hermana? Nunca os preocupasteis de nosotros, excepto ahora que os hacemos falta.
- No es cierto – dice, acariciándome el pelo. – Estuvimos en pleno contacto con Pit. Le exigíamos que te enviase las misiones más fáciles, siempre acordes a tus habilidades.
- Experimentasteis conmigo. ¿Por esa razón desterraron a papá?
- Si. Cuando se descubrió que el experimento fue un fracaso, todos estuvimos de acuerdo en abandonarlo, pero tu padre estaba convencido de que había sido un éxito. Por esa razón te entrenó en casa.
- Pero no consiguió nada.
- Te equivocas. Consiguió algo increíble. Pudiste escalar edificios enteros solo con dos semanas de entrenamientos. Nunca antes habíamos visto nada igual.
- ¿Dónde está ahora?
- No lo sabe nadie. Se rumorea que viajó al oeste, cerca de la frontera con la Zona 3, pero perdimos contacto con él al poco tiempo de marcharse. Él siempre quiso que fueses el Elegido. Y con Jennifer contigo ahora todo es posible.
- ¿Por qué nosotros?
- Porque todos os conocen por el atentado en el ayuntamiento. Conseguir explosivos es casi imposible, por lo que todo el mundo cree que tenéis los medios para empezar una revolución. La gente os seguirá a donde vosotros queráis.
- No. No encabezaré una rebelión. Ni si quiera estoy seguro de si entrenaré.
Antes de poder decir nada más, Alicia abre la puerta, con dificultades para respirar.
- Te he estado buscando por todas partes. Tengo que hablar contigo.
- Sí. Mi madre ya se iba.
Me levanto de la cama y me dirijo a la puerta, abriéndola con la intención de que ella salga. Duda un instante, pero finalmente acaba cediendo. Antes de salir, se para delante de mí, sonriendo y mirándome a los ojos.
- Te pareces mucho a tu padre – dice. Me acaricia la cara y se marcha.
- ¿Pasa algo? – le pregunto a Alicia.
- Todo el mundo está hablando de tu discurso y tu huida.
- No voy a volver para terminarlo, si es a eso a lo que te refieres.
- No. Jennifer lo ha acabado. Me refiero a que la gente realmente cree que les sacarás de esta situación.
- ¿Por qué me dices esto?
- ¿Tú te crees capaz?
- No lo sé. Todo ha pasado muy rápido.
- Yo estoy aquí para ayudaros. Sé que puedes.
- Gracias. Sin embargo, necesito algo más que palabras para convencerme.
- Los resultados que verás en estas próximas semanas serán suficientes, hazme caso.
- Y ¿cuál es tú papel en todo esto? – pregunto. - ¿Por qué nos ayudas? Arruinamos tú misión.
- Hay algo en ti que me dibujó una sonrisa en cuanto te vi. Despiertas confianza y seguridad. Yo misma me presenté voluntaria para hacerme cargo de tu amiga y de ti. Mi misión es que vosotros cumpláis vuestra misión.
Se levanta y se dirige a la puerta. Veo como sus ojos verdes brillan con la luz de la luna, mientras que dibuja una tímida sonrisa en sus labios.
- Por cierto – la paro antes de perderla de vista. – Me gusta tu vestido.
- Gracias – responde. – Vendré a buscaros mañana a la salida del sol.