viernes, 19 de octubre de 2012

Revolución - Capítulo 3



3

Pit me mira sorprendido. Intuyo que nunca llegó a pensar que aceptaría algo así. Incluso él sabe que es una locura, pero ahora mismo no me queda otra opción. Necesito el dinero para mi hermana, y ninguna otra misión me da lo necesario como para poder comprar la medicina.
- ¿Podrás arreglarlo todo para conseguirme el trabajo? - digo, intentando que Pit vuelva en si.
- ¿Estás seguro que quieres hacerlo? Nadie nunca ha aceptado una misión en la Zona 4.
- Siempre hay una primera vez para todo. Y como tú mismo has dicho, hoy es el día perfecto.
- Está bien. Acompáñame. Creo haber visto por aquí al hombre que envió la misión.
Camino detrás de él, buscando a la persona indicada en la oscuridad del almacén. Simplemente espero que me pongan las cosas más fáciles, ayudándome con algún artilugio que me permita infiltrarme en la frontera de manera más sencilla. Es algo típico que en las más complicadas, aquellos que envían las misiones, envíen también el equipo necesario para completarlas con éxito.
- ¡Dot! - grita Pit.
En cuanto veo al hombre al que llama, mi primera reacción es dar un paso hacia atrás, achantado por su aspecto, pero mi compañero me tranquiliza, cogiéndome del brazo. Es un hombre robusto, de piel blanca como la nieve, sin pelo, y con una cicatriz que le atraviesa la cara por uno de sus ojos grises. No me da una buena sensación, a pesar de que únicamente va a informarme de todo.
- He conseguido a alguien que quiere realizar tu misión.
- ¿Este? - ríe, mirándome de arriba a bajo. - No llegará ni a la frontera. Necesito algo mejor.
- Te aseguro que no encontrarás algo mejor. Él es el hijo de Carlos.
El rostro del hombre cambia por completo en cuanto oye el nombre de mi padre. ¿Le conocía? Y si es así, ¿qué tendrá que ver él ahora? Sé que puedo realizar la misión si me empeño en ello. Eso debería bastar.
- ¿Carlos? ¿El del oeste de la antigua Europa?
- Así es. Le enseñó a escalar y a moverse. Ya sabes a qué me refiero… Te aseguro que puede hacerlo.
- Escúcheme, señor... - interrumpo.
- Puedes llamarme Dot.
- No sé que importa mi padre ahora, pero necesito el dinero. Mi hermana está infectada con el VTM y no tengo nada para comprar sus medicamentos. Solo realizando su misión puedo conseguir lo suficiente.
- Mira, chaval, sé que lo que estás pasando es duro, pero debes saber que aquí esas cosas no importan. En la Zona 5 muere mucha gente cada día, y no hay nadie que llore por ellas. Lo único que necesito saber es si estás dispuesto a morir por hacer llegar mi paquete a su destino.
- Estoy dispuesto a arriesgar mi vida por conseguir el dinero.
- Bien. Entonces el trabajo es tuyo – sonríe, dejándome ver su dentadura rota, dando media vuelta hasta un pequeño furgón que hay cerca.
Me quedo quieto, sin saber qué debo hacer, pero Pit tampoco me indica nada. Cuando vuelve, lleva en la mano una mochila amarilla que me lanza al cuerpo.
- Ese es el paquete.
- ¿A dónde lo llevo?
- A la Zona 4. Déjalo en las escaleras del ayuntamiento.
- La Zona 4 es del tamaño de un continente. ¿En qué ayuntamiento?
- Eso no me importa. En el primero que encuentres. Solo asegúrate de que nadie te ve.
- Entendido. Puedo hacerlo.
- ¡¿Y ya está?! ¿No vas a equipar al chico con nada? - salta Pit.
- ¡Ah! Sí, claro. Ten – me extiende algo. - Es un pasaporte electrónico falso. En él indica que realmente perteneces a la Zona 3 y que eres policía. Has estado en la Zona 5 para realizar una investigación de asesinato y ahora vuelves a tu casa. Es la fiesta de los cincuenta años de la Gran Guerra, así que no habrá problemas en engañar a los guardias fronterizos.
- Eso espero.
- Ten esto también – me dice. - Es una tarjeta con doscientos dólares globales. Tómalo como un adelanto. Tendrás suficiente para la medicina de tu hermana al menos cuando no estés aquí.
- Se lo agradezco. Entregaré su paquete de inmediato.
- Solo asegúrate de hacerlo pronto. Mejor que no sepas lo que es – susurra, mirándome fijamente a los ojos. - Por cierto, ¿vas armado?
- Nunca me ha gustado la idea.
- Pues más vale que cojas mi pistola. La Zona 4 no es como tú crees. Hay lugares que son mucho peores que esto. Las bandas se reparten los barrios, y si ven a alguien nuevo, lo más probable es que lo maten.
- Haré lo que pueda.
Cojo la pequeña pistola negra que me ofrece, guardándola en la parte trasera de mis pantalones. Sin esperar nuevas instrucciones, salgo del almacén, volviéndome a mojar con la lluvia. Busco a Jennifer por todas partes, pero no está aquí. Entro de nuevo en la Central, sin embargo nadie sabe decirme a dónde ha ido.
Me temo lo peor. Corro por todas partes, desesperado, gritando su nombre. Salgo de nuevo al exterior, resbalando con el barro durante mi carrera. Cuando llego a la zona del bosque donde antes recogía los brotes, veo unas huellas de zapatos que se adentran en la masa desordenada de altos árboles. Ha entrado para tratar de encontrar plantas más exóticas y así ganar algo más de dinero.
Sin pensarlo dos veces, corro en dirección al punto más alto del lugar, intentando divisarla, pero no hay ninguna señal. Tampoco soy capaz de seguir sus huellas porque la lluvia las está difuminando. De repente, oigo un grito no muy lejos de aquí. Es ella, estoy seguro. Está en apuros.
¿En qué estaría pensando para adentrarse en este lugar? Sabe que es peligroso. Hay animales salvajes y pequeñas bandas que habitan aquí. Pero supongo que todo eso no la detuvo al pensar en Debby. Nunca debí dejarla sola después de lo ocurrido hoy.
Por fin la encuentro en uno de los claros del bosque. Alguien intenta agarrarla de los brazos, mientras que ella se retuerce en el suelo, pataleando para zafarse. A penas puedo reaccionar. Si hago algún movimiento en falso, la persona que la tiene retenida podría percatarse de mi presencia y matarla. ¿Pero qué debo hacer? Busco por mis bolsillos algo que pueda utilizar, hasta que me topo con la pistola que me dio Dot. Sin vacilar, disparo contra la pierna del asaltante.
Oigo un grito ahogado en cuanto la bala le atraviesa el muslo. El hombre cae al suelo, retorciéndose del dolor. Pero Jennifer no se mueve. Está asustada, petrificada por el miedo; ni si quiera sé si se ha percatado de que he sido yo el que ha disparado.
- ¡Sal de ahí! - grito. Pero no ocurre nada.
La sangre sale muy rápidamente de la herida del hombre, pero está aun lo suficientemente consciente como para sacar un pequeño cuchillo de su cinturón. Quiere tomarla como rehén. Sabe que es la única manera de salir victorioso de aquí. Si consigue capturarla podrá pedirme cualquier cosa a cambio.
Se arrastra por el suelo hacia ella. Podría dispararle directamente en la cabeza, pero algo me lo impide. Mis piernas comienzan a moverse lo más rápido que pueden, prácticamente por acto reflejo. Cuando le alcanzo, antes de que pueda clavar su puñal en el pecho de Jennifer, le golpeo con fuerza en la cabeza con una piedra, dejándole inconsciente.
- ¡¿Por qué no te has movido?! - grito, intentando a la vez recuperar el aliento, pero no hay respuesta. - Da igual. Salgamos de aquí primero – le extiendo la mano.
Al principio duda si levantarse o no. Debe seguir aturdida por lo que ha pasado, aunque sabía que esto iba a suceder si se adentraba sola en el bosque. Por suerte ha sido todo un susto. Dudo que el hombre al que he disparado muera. Sus compañeros no deben de andar lejos y vendrán a buscarlo, razón de más para que escapemos cuanto antes.
- Lo siento – habla Jennifer por fin, una vez que hemos escapado del lugar. - No debí...
- No te preocupes – la interrumpo. - Supongo que yo habría hecho lo mismo.
- Pensé que podría conseguir algunas raíces para hacer calmantes, pero al final me encontraron.
- Te habrían matado.
- Lo sé. Debí darle mi bolsa cuando me la pidió.
- Sí, deberías haberlo hecho. He tenido que disparar a un hombre para evitar que te hiciesen daño.
- Lo siento. Me arriesgué demasiado por algo de dinero para Debby.
- Pues no lo hagas. No quiero que te juegues la vida por salvar la suya. Yo me encargo de los medicamentos.
- Tienes que dejar de ser tan orgulloso, ¿sabes? - dice ella, deteniéndose delante de mí, obligándome a mirarla a los ojos. - No estás solo en esto. Si trabajamos los dos juntos podremos seguir adelante.
- Es un poco tarde para eso.
- ¿A qué te refieres?
- He aceptado la misión cinco. Tengo que llevar un paquete a la Zona 4.
- Entonces yo voy contigo.
Su respuesta me deja perplejo. Esperaba una negación, y en vez de eso descubro que ella quiere ayudarme. Debería impedírselo, pero se que es una pelea inútil.
- Alguien tiene que quedarse con Debby.
- Díselo a Pit. Él la conoce bien y ella a él. No habrá problema – asegura. - Otra cosa. ¿Dónde aprendiste a disparar? Creí que no te gustaban las armas.
- Nadie me enseñó. Ha sido todo muy extraño. Solo pensé a dónde quería dirigir la bala y disparé.
- No tiene sentido.
- Aunque ahora eso tampoco importa. Si vas a venir conmigo necesitaremos un pasaporte electrónico para ti.
Caminamos de nuevo hacia el almacén. En cuanto le explicamos a Dot todo lo ocurrido, acepta darnos un nuevo pasaporte para ella. Una vez con todo lo necesario, buscamos a Pit, que nos espera sentado sobre el capó de nuestro coche, protegiéndose de la lluvia con un viejo paraguas.
- Lo que os ha ocurrido en el bosque ya lo sabe todo el mundo – dice él en cuanto nos ve. - Se rumorea que has matado a un hombre.
- Solo lo herí – contesto.
- Lo abandonaste a su suerte en uno de los lugares más peligrosos del lugar. Ha tenido suerte de encontrar ayuda.
- Intentó matarme – me defiende Jennifer.
- Lo sé, Jenn. Pero eso da igual en un lugar como este. Aquí lo que importa es que estáis cogiendo mala fama.
Se acerca a nosotros, poniendo su mano izquierda sobre mi hombro. Nos mira a los ojos, intentando decirnos que esto realmente es serio, que ganar mala fama en la Zona 5 significa tener a miles de personas detrás de ti buscando tu muerte. Él simplemente intenta avisarnos. Lo que nosotros hagamos después es cosa nuestra.
- Sabes que te aprecio, Guillermo. Tu padre siempre fue un gran amigo, y se lo debo todo y más. No quiero que os pase nada.
- Lo tendremos en cuenta – le aseguro. - Pero ahora necesito que me hagas un favor. Necesito que te quedes con Debby unos días mientras que nosotros realizamos la misión.
- ¿Vais los dos?
- Sí. Pero quédate con los doscientos dólares globales que me dio Dot. Con ellos compra la medicina de mi hermana y todo lo que tú necesites.
- Descuida. No dejaré que muera.
- Gracias, amigo.
Subo al coche junto a Jennifer, preparándome para salir. Pero antes de poder incluso encender el motor, Pit golpea con los nudillos la ventanilla.
- Yo también quiero darte algo antes de que te marches – dice él, quitándose del cuello el pequeño colgante de piedra negra que siempre lleva consigo. - Fue un regalo que me hizo tu padre cuando finalizó con éxito su primera misión. Ahora es tuyo. Siempre me aseguró que me traería suerte, y de momento me ha funcionado.
- Volveremos. Te lo prometo.
- Eso espero. Y una cosa más. En los asientos traseros tienes una camiseta y una chaqueta de policía. Quítate esa ropa mojada que llevas y cámbiate antes de llegar a la frontera – me dice. - Para ti no he podido conseguir nada – se dirige a Jennifer. - Pero puedes colar como agente infiltrada o algo así.
- Descuida. Se me ocurrirá algo – dice ella.
- Una última cosa. Tenéis que poner vuestra huella dactilar en los pasaportes falsos. El sistema es totalmente electrónico, por lo que no debería haber problema en pasar los controles de la frontera. El problema llega una vez hayáis entrado.
- Tendremos cuidado.
- Haz lo primero que creas oportuno cuando te encuentres en una situación complicada; en tu caso suele ser lo correcto.
Tras darle un último abrazo a Pit, enciendo por fin el motor, adentrándome en la carretera que lleva hasta la frontera.
Los limpiaparabrisas a penas retiran la cantidad de agua que cae sobre el cristal delantero. El sonido relajante del agua, junto con el zumbido del motor eléctrico, es lo único que se escucha en el habitáculo. Jennifer no habla, y yo tampoco sé sobre qué hacerlo. Ahora mismo solo pienso en Debby y en cómo reaccionará cuando vea que no soy yo el que va a recogerla al colegio.
Puedo confiar en Pit. Si no lo hago, ¿en quién entonces? No hay nadie más al que pueda encargarle algo como esto. Nunca he sido un chico muy sociable. Nunca se me ha dado bien hacer amigos, y menos desde que perdí a mi familia. No jugaba con los demás niños en la calle, ni tampoco pude terminar mis estudios en la escuela. Supongo que por eso sigo aquí, vivo después de todo.
Sé que algunos de esos chicos murieron, otros fueron secuestrados, mientras que otros se dedican ahora a matar. Yo en cambio me quedaba en casa leyendo, dibujando, e incluso escribiendo. Solo una vez hice una amiga, y por suerte me sigue durando.
- ¿Recuerdas cómo nos conocimos? - pregunto, rompiendo el silencio.
- Sí. Aunque fue hace ya mucho tiempo.
- Más de ocho años.
- Recuerdo que tú saliste de caza con tu padre, cerca del bosque. Pero algo no debió salir bien, porque de repente un chico irrumpió en la Central gritando y llorando, pidiendo ayuda para su padre herido.
- Activó sin querer una trampa de otro cazador y quedó atrapado – aclaro. - Pero yo no lloraba.
- Llorabas como un mocoso – ríe. - Buscabas a mi madre, porque tu padre siempre le compraba los antisépticos a ella.
- Y resultó que ese día había una chica de once años con ella. Era alta, su pelo rubio casi tocaba el suelo y sus ojos azules me miraban fijamente – continúo. - Su madre salió corriendo hacia el lugar donde se encontraba mi padre, pero la chica se quedó conmigo, intentando consolarme.
- Sí. Que vergüenza pasé. No sabía que decirte. Todo el mundo nos miraba.
- Lo recuerdo – río. - Y desde entonces siempre hemos estado juntos.
- Para lo bueno y lo no tan bueno.
- ¿Por eso me acompañas?
- Supongo que sí. Siempre me has ayudado mucho, y ahora tú me necesitas a mí. Además, no puedo pensar si quiera en ver como Debby muere.
De nuevo reina un silencio absoluto. Nos quedamos pensando en lo mismo, en mi hermana. Si no hubiese aceptado este trabajo, quizá estaría viviendo la pesadilla que Jennifer dice. Quizá Debby hubiese muerto delante de mis ojos, y yo no hubiese podido hacer nada. A pesar de todo, aceptar la misión no garantiza nada. Podemos ser nosotros los que muramos.
No quiero pensar en ello. Ahora toca mentalizarse de que esto va a ser duro. Es simplemente dejar la mochila en la puerta del ayuntamiento, nada más. Es simple si lo hacemos bien y no levantamos sospechas. Los dos sabemos cual es nuestro papel, y así lo vamos a hacer.
En el horizonte puedo distinguir ya la alambrada de la frontera. He parado el coche un momento para ponerme la chaqueta y la camisa que me dio Pit. No son de mi talla, pero dará el pego. Lo único que temo es que se fijen en Jennifer. Su ropa está empapada y llena de barro, al igual que todo su cuerpo. No tengo ni idea de cómo serán los controles en la frontera, pero espero que nadie nos pare.
- ¿Estás preparada? - pregunto, sacando de mi bolsillo el pasaporte.
- Si. Acabo de introducir mi huella.
- Bien. Tú solo deja que hable yo.
Me adentro con el coche por uno de los carriles delimitados por barreras de piedra. Puedo oír el sonido de las filas de clavos escondiéndose cuando pasamos por encima, para volver a salir cuando nada hace presión sobre ellas. Nos encierran, impidiéndonos retroceder. El lugar está lleno de cámaras que nos vigilan, colgadas de la gran valla que separa las dos Zonas. Por suerte, de momento no nos han descubierto.
Me detengo en cuanto llego a una gruesa barrera de metal que nos impide el paso. A los dos lados del coche hay dos pequeñas torres negras, donde debemos introducir nuestros pasaportes y nuestra huella dactilar. Todo parece en orden, sin embargo, una vez que hemos terminado el proceso, una voz robótica nos pregunta el motivo de nuestro viaje a través del altavoz.
- Soy el agente de policía Josh Ángeles. Quiero volver a mi casa, a la Zona 3.
- ¿Motivo por el cual estaba en la Zona 5? - pregunta de nuevo la voz.
- Realizando una investigación.
- De acuerdo. Antes de permitirles el acceso, un agente comprobará personalmente sus pasaportes.
Me recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Nos van a descubrir. Si un agente comprueba minuciosamente nuestros pasaportes, descubrirá que son falsos. Además, jamás conseguiremos convencerle de que una chica y un chico de dieciocho años son agentes del Gobierno.
- ¿Qué hacemos? - le susurro a Jennifer al ver salir de la caseta de control a un agente armado.
- Sigue con el plan. Si nos derrumbamos será peor.
Supongo que tiene razón, pero no soporto estas situaciones. Nunca se me ha dado bien mentir. Aunque hacerlo bajo tanta presión ayuda.
- ¿Me permiten sus pasaportes, señores?
- Aquí tiene, agente – se los extiende Jennifer, sonriendo, como si realmente no hubiésemos hecho nada.
Cada gesto que hace el policía me pone más en tensión. No sé si realmente está convencido de que son falsos, o si considera que todo está en orden. Ver su fusil de asalto colgado del hombro tampoco ayuda nada. Finalmente, nos devuelve los pasaportes.
- ¿A qué han venido a la Zona 5? - pregunta.
- Vino a buscarme – contesta Jennifer antes de que yo pueda decir nada. - Estaba realizando una investigación y me quedé atrapada.
- ¿Y que organización del Gobierno utiliza agentes tan jóvenes?
- Nadie sospecha de la gente joven, ¿verdad? Por eso mismo se nos encargan a nosotros determinadas misiones.
- ¿Y por qué llevan ese coche? ¿A caso en la Zona 3 no tienen nada mejor?
- Si, pero llamaría mucho la atención.
- Está bien – se rinde por fin. - Pueden pasar.
- Gracias – digo yo. - Y feliz día de la Gran Guerra.
Todo ha pasado. Las barreras se abren y la carretera parece perderse en el horizonte. Tenemos unos cuantos kilómetros que recorrer antes de llegar a la primera ciudad de la Zona 4. Las manos me siguen temblando por la tensión, pero Jennifer no para de reír. Se salió del plan para trazar uno sobre la marcha y ha funcionado.
A medida que nos acercamos a la primera ciudad, el ambiente cambia radicalmente. Realmente este lugar es una especie de suburbio. Hay personas que viven peor que nosotros en la Zona 5. Están tiradas en el suelo, bebiendo o drogándose, con pistolas en las manos, calentándose con el calor de un contenedor ardiendo. Los edificios al menos no están a punto de caer, pero si están en su mayoría abandonados.
A pesar de todo, hay vigilancia en las calles, aunque es casi inexistente. Puedo ver una ambulancia recoger el cadáver de una mujer, por lo que también funcionan los hospitales. Digamos entonces que esto es lo mismo que la Zona 5, con la diferencia de que aquí el Gobierno sí actúa.
- Este lugar no me da buenas sensaciones – dice Jennifer.
- A mí tampoco. Realicemos la misión y salgamos de aquí cuanto antes.
Aparco el coche en una de las pequeñas calles sin salida del lugar. Desde aquí se ve el ayuntamiento. No está a más de dos manzanas, así que todo debería ser rápido. De todas formas, antes de salir del vehículo, me aseguro de tener la pistola cargada y lista.
Solamente con un gesto, le indico a Jennifer que es la hora, que no se aparte de mí ni un instante. Salimos a la calle principal, intentando siempre movernos entre las sombras, evitando que nos vean.  Pero no es tan fácil. La gente nos mira, a pesar de que me he quitado el uniforme de policía que me dio Pit. Saben que no somos de aquí.
- Nos están siguiendo – susurra Jennifer en cuanto llegamos a la calle del ayuntamiento.
- Lo sé. Y cada vez son más. Tú no les mires.
Seguimos andando, pero nos rodean. Antes de poder llegar al lugar donde tenemos que dejar la mochila, un grupo de diez personas nos impide el paso.
Nos lanzan miradas asesinas mientras que hablan entre ellos. De sus cinturones cuelgan cuchillos y pistolas, mientras que otros sostienen en la mano viejos bates de béisbol. Todos parecen ir vestidos de la misma forma: pantalones vaqueros rotos y una camisa blanca sin mangas. Sin embargo, llevan un pequeño pañuelo con un símbolo extraño atado a alguna parte de su cuerpo, todos de manera distinta.
- ¿A dónde creéis que vais, Traidores? - habla uno de ellos.
- Será mejor que os marchéis – digo, sacando mi pistola. A pesar de todo, solo consigo que se rían de nosotros, haciendo que todos ellos saquen sus armas.
- Se nota que eres novato en esto – dice otro. - Danos esa mochila y quizá te dejemos con vida.
Se acabó. Todo se ha terminado. Si colaboro a lo mejor consiga salvar la vida de mi amiga. Ya no hay nada que pueda hacer. Jennifer me mira atentamente, diciéndome con los ojos que no lo haga, que siga con la misión, pero es demasiado arriesgado.
Me descuelgo la mochila. La levanto con intención de entregársela, pero oigo un extraño sonido que proviene de su interior. Son pitidos. Hay algo electrónico dentro. Comprendo de inmediato de que se trata y el porqué de que Dot prefiriera no contarme el contenido del paquete.
Lanzo la mochila al aire, dibujando una sonrisa en la cara. Veo pasar todo a cámara lenta por mi cabeza, dándome tiempo a pensar en lo que hacer. Me abalanzo contra Jennifer, tirándola al suelo, protegiendo su cuerpo con el mío. Antes de que a alguien le dé tiempo a dispararnos, un fuerte pitido indica que el artilugio que hay dentro de la mochila se ha activado.
Una enorme bola de fuego sale de ella, consumiendo todo lo que encuentra. La onda expansiva de la bomba nos lanza unos cuantos metros por los aires, haciendo que mi cuerpo golpee el capó de un coche.
Oigo gritos, veo una enorme columna de humo crecer hasta las nubes, pero no siento nada. La vista comienza a nublárseme. Tengo una brecha en la cabeza. La sangre me empapa el rostro. Jennifer está tendida en el asfalto, pero es inútil que trate de levantarme. Finalmente, caigo inconsciente al suelo.

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