3
Pit me mira sorprendido. Intuyo
que nunca llegó a pensar que aceptaría algo así. Incluso él sabe que es una
locura, pero ahora mismo no me queda otra opción. Necesito el dinero para mi
hermana, y ninguna otra misión me da lo necesario como para poder comprar la
medicina.
- ¿Podrás arreglarlo todo para
conseguirme el trabajo? - digo, intentando que Pit vuelva en si.
- ¿Estás seguro que quieres
hacerlo? Nadie nunca ha aceptado una misión en la Zona 4.
- Siempre hay una primera vez
para todo. Y como tú mismo has dicho, hoy es el día perfecto.
- Está bien. Acompáñame. Creo
haber visto por aquí al hombre que envió la misión.
Camino detrás de él, buscando a
la persona indicada en la oscuridad del almacén. Simplemente espero que me
pongan las cosas más fáciles, ayudándome con algún artilugio que me permita
infiltrarme en la frontera de manera más sencilla. Es algo típico que en las
más complicadas, aquellos que envían las misiones, envíen también el equipo
necesario para completarlas con éxito.
- ¡Dot! - grita Pit.
En cuanto veo al hombre al que
llama, mi primera reacción es dar un paso hacia atrás, achantado por su
aspecto, pero mi compañero me tranquiliza, cogiéndome del brazo. Es un hombre
robusto, de piel blanca como la nieve, sin pelo, y con una cicatriz que le
atraviesa la cara por uno de sus ojos grises. No me da una buena sensación, a
pesar de que únicamente va a informarme de todo.
- He conseguido a alguien que
quiere realizar tu misión.
- ¿Este? - ríe, mirándome de
arriba a bajo. - No llegará ni a la frontera. Necesito algo mejor.
- Te aseguro que no encontrarás
algo mejor. Él es el hijo de Carlos.
El rostro del hombre cambia por
completo en cuanto oye el nombre de mi padre. ¿Le conocía? Y si es así, ¿qué
tendrá que ver él ahora? Sé que puedo realizar la misión si me empeño en ello.
Eso debería bastar.
- ¿Carlos? ¿El del oeste de la
antigua Europa?
- Así es. Le enseñó a escalar y
a moverse. Ya sabes a qué me refiero… Te aseguro que puede hacerlo.
- Escúcheme, señor... -
interrumpo.
- Puedes llamarme Dot.
- No sé que importa mi padre
ahora, pero necesito el dinero. Mi hermana está infectada con el VTM y no tengo
nada para comprar sus medicamentos. Solo realizando su misión puedo conseguir
lo suficiente.
- Mira, chaval, sé que lo que
estás pasando es duro, pero debes saber que aquí esas cosas no importan. En la
Zona 5 muere mucha gente cada día, y no hay nadie que llore por ellas. Lo único
que necesito saber es si estás dispuesto a morir por hacer llegar mi paquete a
su destino.
- Estoy dispuesto a arriesgar
mi vida por conseguir el dinero.
- Bien. Entonces el trabajo es
tuyo – sonríe, dejándome ver su dentadura rota, dando media vuelta hasta un
pequeño furgón que hay cerca.
Me quedo quieto, sin saber qué
debo hacer, pero Pit tampoco me indica nada. Cuando vuelve, lleva en la mano
una mochila amarilla que me lanza al cuerpo.
- Ese es el paquete.
- ¿A dónde lo llevo?
- A la Zona 4. Déjalo en las
escaleras del ayuntamiento.
- La Zona 4 es del tamaño de un
continente. ¿En qué ayuntamiento?
- Eso no me importa. En el
primero que encuentres. Solo asegúrate de que nadie te ve.
- Entendido. Puedo hacerlo.
- ¡¿Y ya está?! ¿No vas a
equipar al chico con nada? - salta Pit.
- ¡Ah! Sí, claro. Ten – me
extiende algo. - Es un pasaporte electrónico falso. En él indica que realmente
perteneces a la Zona 3 y que eres policía. Has estado en la Zona 5 para
realizar una investigación de asesinato y ahora vuelves a tu casa. Es la fiesta
de los cincuenta años de la Gran Guerra, así que no habrá problemas en engañar
a los guardias fronterizos.
- Eso espero.
- Ten esto también – me dice. -
Es una tarjeta con doscientos dólares globales. Tómalo como un adelanto.
Tendrás suficiente para la medicina de tu hermana al menos cuando no estés
aquí.
- Se lo agradezco. Entregaré su
paquete de inmediato.
- Solo asegúrate de hacerlo
pronto. Mejor que no sepas lo que es – susurra, mirándome fijamente a los ojos.
- Por cierto, ¿vas armado?
- Nunca me ha gustado la idea.
- Pues más vale que cojas mi
pistola. La Zona 4 no es como tú crees. Hay lugares que son mucho peores que
esto. Las bandas se reparten los barrios, y si ven a alguien nuevo, lo más
probable es que lo maten.
- Haré lo que pueda.
Cojo la pequeña pistola negra
que me ofrece, guardándola en la parte trasera de mis pantalones. Sin esperar
nuevas instrucciones, salgo del almacén, volviéndome a mojar con la lluvia.
Busco a Jennifer por todas partes, pero no está aquí. Entro de nuevo en la
Central, sin embargo nadie sabe decirme a dónde ha ido.
Me temo lo peor. Corro por
todas partes, desesperado, gritando su nombre. Salgo de nuevo al exterior,
resbalando con el barro durante mi carrera. Cuando llego a la zona del bosque
donde antes recogía los brotes, veo unas huellas de zapatos que se adentran en
la masa desordenada de altos árboles. Ha entrado para tratar de encontrar
plantas más exóticas y así ganar algo más de dinero.
Sin pensarlo dos veces, corro
en dirección al punto más alto del lugar, intentando divisarla, pero no hay
ninguna señal. Tampoco soy capaz de seguir sus huellas porque la lluvia las está
difuminando. De repente, oigo un grito no muy lejos de aquí. Es ella, estoy
seguro. Está en apuros.
¿En qué estaría pensando para
adentrarse en este lugar? Sabe que es peligroso. Hay animales salvajes y pequeñas
bandas que habitan aquí. Pero supongo que todo eso no la detuvo al pensar en
Debby. Nunca debí dejarla sola después de lo ocurrido hoy.
Por fin la encuentro en uno de
los claros del bosque. Alguien intenta agarrarla de los brazos, mientras que
ella se retuerce en el suelo, pataleando para zafarse. A penas puedo
reaccionar. Si hago algún movimiento en falso, la persona que la tiene retenida
podría percatarse de mi presencia y matarla. ¿Pero qué debo hacer? Busco por
mis bolsillos algo que pueda utilizar, hasta que me topo con la pistola que me
dio Dot. Sin vacilar, disparo contra la pierna del asaltante.
Oigo un grito ahogado en cuanto
la bala le atraviesa el muslo. El hombre cae al suelo, retorciéndose del dolor.
Pero Jennifer no se mueve. Está asustada, petrificada por el miedo; ni si
quiera sé si se ha percatado de que he sido yo el que ha disparado.
- ¡Sal de ahí! - grito. Pero no
ocurre nada.
La sangre sale muy rápidamente
de la herida del hombre, pero está aun lo suficientemente consciente como para
sacar un pequeño cuchillo de su cinturón. Quiere tomarla como rehén. Sabe que
es la única manera de salir victorioso de aquí. Si consigue capturarla podrá
pedirme cualquier cosa a cambio.
Se arrastra por el suelo hacia
ella. Podría dispararle directamente en la cabeza, pero algo me lo impide. Mis
piernas comienzan a moverse lo más rápido que pueden, prácticamente por acto
reflejo. Cuando le alcanzo, antes de que pueda clavar su puñal en el pecho de
Jennifer, le golpeo con fuerza en la cabeza con una piedra, dejándole
inconsciente.
- ¡¿Por qué no te has movido?!
- grito, intentando a la vez recuperar el aliento, pero no hay respuesta. - Da
igual. Salgamos de aquí primero – le extiendo la mano.
Al principio duda si levantarse
o no. Debe seguir aturdida por lo que ha pasado, aunque sabía que esto iba a
suceder si se adentraba sola en el bosque. Por suerte ha sido todo un susto.
Dudo que el hombre al que he disparado muera. Sus compañeros no deben de andar
lejos y vendrán a buscarlo, razón de más para que escapemos cuanto antes.
- Lo siento – habla Jennifer
por fin, una vez que hemos escapado del lugar. - No debí...
- No te preocupes – la
interrumpo. - Supongo que yo habría hecho lo mismo.
- Pensé que podría conseguir
algunas raíces para hacer calmantes, pero al final me encontraron.
- Te habrían matado.
- Lo sé. Debí darle mi bolsa
cuando me la pidió.
- Sí, deberías haberlo hecho.
He tenido que disparar a un hombre para evitar que te hiciesen daño.
- Lo siento. Me arriesgué
demasiado por algo de dinero para Debby.
- Pues no lo hagas. No quiero
que te juegues la vida por salvar la suya. Yo me encargo de los medicamentos.
- Tienes que dejar de ser tan
orgulloso, ¿sabes? - dice ella, deteniéndose delante de mí, obligándome a
mirarla a los ojos. - No estás solo en esto. Si trabajamos los dos juntos
podremos seguir adelante.
- Es un poco tarde para eso.
- ¿A qué te refieres?
- He aceptado la misión cinco.
Tengo que llevar un paquete a la Zona 4.
- Entonces yo voy contigo.
Su respuesta me deja perplejo.
Esperaba una negación, y en vez de eso descubro que ella quiere ayudarme.
Debería impedírselo, pero se que es una pelea inútil.
- Alguien tiene que quedarse
con Debby.
- Díselo a Pit. Él la conoce
bien y ella a él. No habrá problema – asegura. - Otra cosa. ¿Dónde aprendiste a
disparar? Creí que no te gustaban las armas.
- Nadie me enseñó. Ha sido todo
muy extraño. Solo pensé a dónde quería dirigir la bala y disparé.
- No tiene sentido.
- Aunque ahora eso tampoco
importa. Si vas a venir conmigo necesitaremos un pasaporte electrónico para ti.
Caminamos de nuevo hacia el
almacén. En cuanto le explicamos a Dot todo lo ocurrido, acepta darnos un nuevo
pasaporte para ella. Una vez con todo lo necesario, buscamos a Pit, que nos
espera sentado sobre el capó de nuestro coche, protegiéndose de la lluvia con
un viejo paraguas.
- Lo que os ha ocurrido en el
bosque ya lo sabe todo el mundo – dice él en cuanto nos ve. - Se rumorea que
has matado a un hombre.
- Solo lo herí – contesto.
- Lo abandonaste a su suerte en
uno de los lugares más peligrosos del lugar. Ha tenido suerte de encontrar
ayuda.
- Intentó matarme – me defiende
Jennifer.
- Lo sé, Jenn. Pero eso da
igual en un lugar como este. Aquí lo que importa es que estáis cogiendo mala
fama.
Se acerca a nosotros, poniendo
su mano izquierda sobre mi hombro. Nos mira a los ojos, intentando decirnos que
esto realmente es serio, que ganar mala fama en la Zona 5 significa tener a
miles de personas detrás de ti buscando tu muerte. Él simplemente intenta
avisarnos. Lo que nosotros hagamos después es cosa nuestra.
- Sabes que te aprecio,
Guillermo. Tu padre siempre fue un gran amigo, y se lo debo todo y más. No
quiero que os pase nada.
- Lo tendremos en cuenta – le
aseguro. - Pero ahora necesito que me hagas un favor. Necesito que te quedes con
Debby unos días mientras que nosotros realizamos la misión.
- ¿Vais los dos?
- Sí. Pero quédate con los
doscientos dólares globales que me dio Dot. Con ellos compra la medicina de mi
hermana y todo lo que tú necesites.
- Descuida. No dejaré que
muera.
- Gracias, amigo.
Subo al coche junto a Jennifer,
preparándome para salir. Pero antes de poder incluso encender el motor, Pit
golpea con los nudillos la ventanilla.
- Yo también quiero darte algo
antes de que te marches – dice él, quitándose del cuello el pequeño colgante de
piedra negra que siempre lleva consigo. - Fue un regalo que me hizo tu padre
cuando finalizó con éxito su primera misión. Ahora es tuyo. Siempre me aseguró
que me traería suerte, y de momento me ha funcionado.
- Volveremos. Te lo prometo.
- Eso espero. Y una cosa más.
En los asientos traseros tienes una camiseta y una chaqueta de policía. Quítate
esa ropa mojada que llevas y cámbiate antes de llegar a la frontera – me dice.
- Para ti no he podido conseguir nada – se dirige a Jennifer. - Pero puedes
colar como agente infiltrada o algo así.
- Descuida. Se me ocurrirá algo
– dice ella.
- Una última cosa. Tenéis que
poner vuestra huella dactilar en los pasaportes falsos. El sistema es
totalmente electrónico, por lo que no debería haber problema en pasar los
controles de la frontera. El problema llega una vez hayáis entrado.
- Tendremos cuidado.
- Haz lo primero que creas
oportuno cuando te encuentres en una situación complicada; en tu caso suele ser
lo correcto.
Tras darle un último abrazo a
Pit, enciendo por fin el motor, adentrándome en la carretera que lleva hasta la
frontera.
Los limpiaparabrisas a penas
retiran la cantidad de agua que cae sobre el cristal delantero. El sonido
relajante del agua, junto con el zumbido del motor eléctrico, es lo único que
se escucha en el habitáculo. Jennifer no habla, y yo tampoco sé sobre qué
hacerlo. Ahora mismo solo pienso en Debby y en cómo reaccionará cuando vea que
no soy yo el que va a recogerla al colegio.
Puedo confiar en Pit. Si no lo
hago, ¿en quién entonces? No hay nadie más al que pueda encargarle algo como
esto. Nunca he sido un chico muy sociable. Nunca se me ha dado bien hacer
amigos, y menos desde que perdí a mi familia. No jugaba con los demás niños en
la calle, ni tampoco pude terminar mis estudios en la escuela. Supongo que por
eso sigo aquí, vivo después de todo.
Sé que algunos de esos chicos
murieron, otros fueron secuestrados, mientras que otros se dedican ahora a
matar. Yo en cambio me quedaba en casa leyendo, dibujando, e incluso escribiendo.
Solo una vez hice una amiga, y por suerte me sigue durando.
- ¿Recuerdas cómo nos
conocimos? - pregunto, rompiendo el silencio.
- Sí. Aunque fue hace ya mucho
tiempo.
- Más de ocho años.
- Recuerdo que tú saliste de
caza con tu padre, cerca del bosque. Pero algo no debió salir bien, porque de
repente un chico irrumpió en la Central gritando y llorando, pidiendo ayuda
para su padre herido.
- Activó sin querer una trampa
de otro cazador y quedó atrapado – aclaro. - Pero yo no lloraba.
- Llorabas como un mocoso –
ríe. - Buscabas a mi madre, porque tu padre siempre le compraba los
antisépticos a ella.
- Y resultó que ese día había
una chica de once años con ella. Era alta, su pelo rubio casi tocaba el suelo y
sus ojos azules me miraban fijamente – continúo. - Su madre salió corriendo
hacia el lugar donde se encontraba mi padre, pero la chica se quedó conmigo,
intentando consolarme.
- Sí. Que vergüenza pasé. No
sabía que decirte. Todo el mundo nos miraba.
- Lo recuerdo – río. - Y desde
entonces siempre hemos estado juntos.
- Para lo bueno y lo no tan
bueno.
- ¿Por eso me acompañas?
- Supongo que sí. Siempre me
has ayudado mucho, y ahora tú me necesitas a mí. Además, no puedo pensar si
quiera en ver como Debby muere.
De nuevo reina un silencio
absoluto. Nos quedamos pensando en lo mismo, en mi hermana. Si no hubiese
aceptado este trabajo, quizá estaría viviendo la pesadilla que Jennifer dice.
Quizá Debby hubiese muerto delante de mis ojos, y yo no hubiese podido hacer
nada. A pesar de todo, aceptar la misión no garantiza nada. Podemos ser
nosotros los que muramos.
No quiero pensar en ello. Ahora
toca mentalizarse de que esto va a ser duro. Es simplemente dejar la mochila en
la puerta del ayuntamiento, nada más. Es simple si lo hacemos bien y no
levantamos sospechas. Los dos sabemos cual es nuestro papel, y así lo vamos a
hacer.
En el horizonte puedo
distinguir ya la alambrada de la frontera. He parado el coche un momento para
ponerme la chaqueta y la camisa que me dio Pit. No son de mi talla, pero dará
el pego. Lo único que temo es que se fijen en Jennifer. Su ropa está empapada y
llena de barro, al igual que todo su cuerpo. No tengo ni idea de cómo serán los
controles en la frontera, pero espero que nadie nos pare.
- ¿Estás preparada? - pregunto,
sacando de mi bolsillo el pasaporte.
- Si. Acabo de introducir mi
huella.
- Bien. Tú solo deja que hable
yo.
Me adentro con el coche por uno
de los carriles delimitados por barreras de piedra. Puedo oír el sonido de las
filas de clavos escondiéndose cuando pasamos por encima, para volver a salir
cuando nada hace presión sobre ellas. Nos encierran, impidiéndonos retroceder.
El lugar está lleno de cámaras que nos vigilan, colgadas de la gran valla que
separa las dos Zonas. Por suerte, de momento no nos han descubierto.
Me detengo en cuanto llego a
una gruesa barrera de metal que nos impide el paso. A los dos lados del coche
hay dos pequeñas torres negras, donde debemos introducir nuestros pasaportes y
nuestra huella dactilar. Todo parece en orden, sin embargo, una vez que hemos
terminado el proceso, una voz robótica nos pregunta el motivo de nuestro viaje
a través del altavoz.
- Soy el agente de policía Josh
Ángeles. Quiero volver a mi casa, a la Zona 3.
- ¿Motivo por el cual estaba en
la Zona 5? - pregunta de nuevo la voz.
- Realizando una investigación.
- De acuerdo. Antes de
permitirles el acceso, un agente comprobará personalmente sus pasaportes.
Me recorre un escalofrío por
todo el cuerpo. Nos van a descubrir. Si un agente comprueba minuciosamente
nuestros pasaportes, descubrirá que son falsos. Además, jamás conseguiremos
convencerle de que una chica y un chico de dieciocho años son agentes del
Gobierno.
- ¿Qué hacemos? - le susurro a
Jennifer al ver salir de la caseta de control a un agente armado.
- Sigue con el plan. Si nos
derrumbamos será peor.
Supongo que tiene razón, pero
no soporto estas situaciones. Nunca se me ha dado bien mentir. Aunque hacerlo
bajo tanta presión ayuda.
- ¿Me permiten sus pasaportes,
señores?
- Aquí tiene, agente – se los
extiende Jennifer, sonriendo, como si realmente no hubiésemos hecho nada.
Cada gesto que hace el policía
me pone más en tensión. No sé si realmente está convencido de que son falsos, o
si considera que todo está en orden. Ver su fusil de asalto colgado del hombro
tampoco ayuda nada. Finalmente, nos devuelve los pasaportes.
- ¿A qué han venido a la Zona
5? - pregunta.
- Vino a buscarme – contesta
Jennifer antes de que yo pueda decir nada. - Estaba realizando una
investigación y me quedé atrapada.
- ¿Y que organización del
Gobierno utiliza agentes tan jóvenes?
- Nadie sospecha de la gente
joven, ¿verdad? Por eso mismo se nos encargan a nosotros determinadas misiones.
- ¿Y por qué llevan ese coche?
¿A caso en la Zona 3 no tienen nada mejor?
- Si, pero llamaría mucho la
atención.
- Está bien – se rinde por fin.
- Pueden pasar.
- Gracias – digo yo. - Y feliz
día de la Gran Guerra.
Todo ha pasado. Las barreras se
abren y la carretera parece perderse en el horizonte. Tenemos unos cuantos
kilómetros que recorrer antes de llegar a la primera ciudad de la Zona 4. Las
manos me siguen temblando por la tensión, pero Jennifer no para de reír. Se
salió del plan para trazar uno sobre la marcha y ha funcionado.
A medida que nos acercamos a la
primera ciudad, el ambiente cambia radicalmente. Realmente este lugar es una
especie de suburbio. Hay personas que viven peor que nosotros en la Zona 5.
Están tiradas en el suelo, bebiendo o drogándose, con pistolas en las manos,
calentándose con el calor de un contenedor ardiendo. Los edificios al menos no
están a punto de caer, pero si están en su mayoría abandonados.
A pesar de todo, hay vigilancia
en las calles, aunque es casi inexistente. Puedo ver una ambulancia recoger el
cadáver de una mujer, por lo que también funcionan los hospitales. Digamos
entonces que esto es lo mismo que la Zona 5, con la diferencia de que aquí el
Gobierno sí actúa.
- Este lugar no me da buenas
sensaciones – dice Jennifer.
- A mí tampoco. Realicemos la
misión y salgamos de aquí cuanto antes.
Aparco el coche en una de las
pequeñas calles sin salida del lugar. Desde aquí se ve el ayuntamiento. No está
a más de dos manzanas, así que todo debería ser rápido. De todas formas, antes
de salir del vehículo, me aseguro de tener la pistola cargada y lista.
Solamente con un gesto, le
indico a Jennifer que es la hora, que no se aparte de mí ni un instante.
Salimos a la calle principal, intentando siempre movernos entre las sombras,
evitando que nos vean. Pero no es tan
fácil. La gente nos mira, a pesar de que me he quitado el uniforme de policía que
me dio Pit. Saben que no somos de aquí.
- Nos están siguiendo – susurra
Jennifer en cuanto llegamos a la calle del ayuntamiento.
- Lo sé. Y cada vez son más. Tú
no les mires.
Seguimos andando, pero nos
rodean. Antes de poder llegar al lugar donde tenemos que dejar la mochila, un
grupo de diez personas nos impide el paso.
Nos lanzan miradas asesinas
mientras que hablan entre ellos. De sus cinturones cuelgan cuchillos y
pistolas, mientras que otros sostienen en la mano viejos bates de béisbol.
Todos parecen ir vestidos de la misma forma: pantalones vaqueros rotos y una
camisa blanca sin mangas. Sin embargo, llevan un pequeño pañuelo con un símbolo
extraño atado a alguna parte de su cuerpo, todos de manera distinta.
- ¿A dónde creéis que vais,
Traidores? - habla uno de ellos.
- Será mejor que os marchéis –
digo, sacando mi pistola. A pesar de todo, solo consigo que se rían de
nosotros, haciendo que todos ellos saquen sus armas.
- Se nota que eres novato en
esto – dice otro. - Danos esa mochila y quizá te dejemos con vida.
Se acabó. Todo se ha terminado.
Si colaboro a lo mejor consiga salvar la vida de mi amiga. Ya no hay nada que
pueda hacer. Jennifer me mira atentamente, diciéndome con los ojos que no lo
haga, que siga con la misión, pero es demasiado arriesgado.
Me descuelgo la mochila. La
levanto con intención de entregársela, pero oigo un extraño sonido que proviene
de su interior. Son pitidos. Hay algo electrónico dentro. Comprendo de
inmediato de que se trata y el porqué de que Dot prefiriera no contarme el
contenido del paquete.
Lanzo la mochila al aire,
dibujando una sonrisa en la cara. Veo pasar todo a cámara lenta por mi cabeza, dándome
tiempo a pensar en lo que hacer. Me abalanzo contra Jennifer, tirándola al
suelo, protegiendo su cuerpo con el mío. Antes de que a alguien le dé tiempo a
dispararnos, un fuerte pitido indica que el artilugio que hay dentro de la
mochila se ha activado.
Una enorme bola de fuego sale
de ella, consumiendo todo lo que encuentra. La onda expansiva de la bomba nos
lanza unos cuantos metros por los aires, haciendo que mi cuerpo golpee el capó
de un coche.
Oigo gritos, veo una enorme
columna de humo crecer hasta las nubes, pero no siento nada. La vista comienza
a nublárseme. Tengo una brecha en la cabeza. La sangre me empapa el rostro.
Jennifer está tendida en el asfalto, pero es inútil que trate de levantarme.
Finalmente, caigo inconsciente al suelo.
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