domingo, 28 de octubre de 2012

Revolución - Capítulo 4



4
¿Dónde estoy? No siento mi cuerpo. No veo nada. Solo escucho voces. ¿Qué me ha pasado? La bomba estalló lo suficientemente lejos como para no matarme, pero quizá sí esté muerto.
En mi cabeza vuelvo a ver la mochila, el momento de la explosión, como las personas corrían de un lado a otro. Yo en cambio solamente me tiré al suelo, intentando proteger a Jennifer. ¿Habrá sobrevivido? Si yo lo he hecho, ella seguramente también.
Poco a poco empiezo a sentir la punta de mis dedos resbalar por una suave sábana. Puedo abrir un poco mis ojos, pero solo distingo una sala de un blanco impoluto. Hay grandes máquinas por todos los lados, cuyos cables se conectan mediante pequeñas pegatinas a mi cuerpo. Estoy en la sala de un hospital, pero ¿quién me ha traído hasta aquí? Es imposible que alguien de la Zona 4 me haya ayudado. Lo más normal hubiese sido rematarme.
Cuando estoy totalmente consciente trato de levantarme, arrancando la maraña de cables que me rodean. Pero alguien me lo impide. Una mano sujeta mi brazo con fuerza, evitando que me mueva.
- Estas máquinas te mantienen con vida. Yo que tú no trataría de romperlas.
Cuando miro hacia la derecha, la veo. Es una chica, aparentemente de mi edad. Tiene el pelo largo y castaño, con unos claros ojos verdes. Es alta, de cuerpo atlético y viste lo que parece un oscuro uniforme.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?  – pregunto, aun asustado.
- Tranquilo, estás en un lugar seguro. Me llamo Alicia.
- ¿Tú me trajiste hasta aquí?
- Sí – dice enfadada. – Tu bomba casi fastidia nuestra misión. Ahora todo el planeta está hablando de ello. Incluso el Gobierno ha implantado el nivel de alerta máxima por un atentado el día de la Gran Guerra.
- Ya estoy acostumbrado a que todo el mundo hable de mis meteduras de pata – bromeo. – Pero sigo sin entender nada. ¿Qué misión? ¿Quiénes sois?
- Todo a su debido tiempo.
- No entiendo nada.
- Tú solo dedícate a sobrevivir hasta mañana. El Líder te quiere en nuestro bando. Lleva mucho tiempo esperando este momento. Esta noche te reunirás con él.
- ¿Quién es el Líder? – pregunto. Pero no hay respuesta. – ¿Por qué me trajiste hasta aquí si fastidié tu misión?
- Realmente éramos conscientes de que algún día realizarías la misión y te reunirías con nosotros, pero no predijimos que ese día sería hoy.
- ¿De qué estás hablando? – digo asustado. – ¿Me conocéis?
- Todos en este lugar te seguimos desde hace muchos años. Aunque ahora tu amiga y tú sois conocidos en el mundo entero. El Gobierno ha puesto precio a vuestra cabeza.
- ¿Jennifer sigue viva? – digo. Ella solo saca una pequeña sonrisa, se pone de pie y se dirige a la salida.
- Vendré a buscarte por la noche. Trata de no meterte en más líos.
En cuanto sale por la puerta de la habitación, entra lo que parece ser un médico. Revisa unas cuantas hojas que sostiene en la mano, llenas de números y letras. Supongo que serán los resultados de todos mis análisis y pruebas, por lo que me pongo nervioso solo de pensar en lo que me puede decir.
- Has tenido mucha suerte, Guillermo.
- ¿Cómo saben mi nombre? – pregunto.
- Todo el mundo en este lugar sabe ya cómo te llamas – ríe él. – Pero estoy aquí por otra cosa.
- Malas noticias, ¿verdad?
- Sí y no. Está claro que la explosión te causó muchos daños, pero son mínimos. La bomba no era muy potente, y gracias a que conseguiste agacharte antes de la explosión, sumado a que tu caída la amortiguó el capó de un coche, a penas te quedarán secuelas.
- Entonces ¿qué es lo que me pasa? ¿Por qué estoy conectado a estas máquinas?
- Simplemente para prevenir. En realidad sufriste múltiples quemaduras en los brazos y la espalda. Por suerte para ti, te inyectamos algo en lo que llevamos tiempo trabajando: el TLC. Es una sustancia que viaja por todo tu organismo y repara todo tipo de daño superficial, hasta dejar los tejidos como nuevos.
- ¡¿Han experimentado conmigo?! – grito.
- Sabíamos que no era dañino para el ser humano, pero nunca llegamos a tener la oportunidad de probarlo. Además, gracias a eso ahora tú estás vivo.
Tiene razón. Quizá ahora estaría muerto si no hubiese sido por la ayuda de todas estas personas. A penas tengo marcas en el cuerpo gracias a la sustancia que me han proporcionado. No debería ser tan hostil después de todo, pero no lo puedo evitar. Estoy desorientado. No sé qué hacer ni a dónde ir.
- Por lo demás solo tienes una pierna rota – continúa el doctor. – Al parecer el TLC no funcionó muy bien con tu hueso fracturado. Se está curando a una velocidad increíble, sin embargo necesitas reposo.
- ¿Por qué hacen todo esto por mí? – digo, sorprendido.
- Porque tienes potencial, Guillermo. En este lugar hace falta mucho potencial – sonríe. – Y por esa pequeña piedra que llevas en el cuello estoy seguro que es así.
- ¿Qué tiene eso que ver? – pregunto, rodeando con mi puño el colgante que me dio Pit.
- Gracias a él pudimos distinguirte tras la explosión – dice, saliendo de la habitación.
¿Qué quiere decir? ¿Significa eso que Pit también sabía que esto iba a pasar? ¿Me dejó ir a la Zona 4 a pesar de que llevaba una bomba que podría haberme matado? No soy capaz de pensar. A lo mejor tampoco quiero hacerlo.
A los pocos minutos, un par de guardias entran junto con un grupo pequeño de médicos. Me rodean, desconectándome lentamente de todas las máquinas a las que sigo estando enchufado. Me visten con un uniforme parecido al de Alicia, me dan una muleta para que me resulte menos doloroso andar, y los dos guardias me escoltan fuera del lugar.
Cuando salgo de la habitación, el hospital con el que me encuentro no es ni parecido a cualquiera de los que hay en la Zona 5. Este se mantiene en pie, casi nuevo, con médicos y enfermeras corriendo de un lado al otro, con lámparas que emiten luz. Sin embargo, cuando salgo del edificio es cuando me quedo totalmente perplejo.
Este sitio no es una antigua ciudad como a la que llegamos para tratar de dejar la mochila, ni nada parecido a lo que yo haya visto antes. Es una pequeña ciudad rodeada de inmensos árboles, situada entre una pequeña cadena de montañas, en lo más profundo de un bosque. Hay casas en las anchas cuevas de una montaña y en las cimas de los árboles, un mercado en el sendero más ancho del lugar, y un único edificio construido en ladrillo que parece gobernar sobre los demás.
A medida que avanzo por los caminos de tierra, todo el mundo se para a mirarme. Me señalan con el dedo mientras que hablan entre ellos. No sé por qué será, pero me siento incómodo. El doctor mencionó que todo el mundo me conocía, supongo que por ser el que realmente provocó el atentado, pero no quise hacerlo. Dot me engañó. Por esa razón no quiso decirme qué contenía la mochila, aunque podría haberla abierto.
Sigo a los guardias, tratando de esconderme de las miradas, intentando no hacer caso a ninguna de ellas. No me ha dado tiempo a pensar en nada desde que me desperté rodeado de cables, pero ahora mismo prefiero no hacerlo. Tendré tiempo más adelante para asentar la cabeza. Finalmente, llegamos a una pequeña puerta de madera anclada en la dura piedra de la montaña. Según dicen, este va a ser mi hogar por ahora.
Sin mirar atrás, entro en el lugar y cierro la puerta con un portazo. Camino con el dolor de las constantes punzadas en mi pierna izquierda, hasta llegar a la cama que encuentro al fondo. Mi supuesto nuevo hogar es bastante modesto. A penas tiene nada. Solo una cama, un armario, una mesa y un sofá. La luz solo entra por dos ventanas que dan al exterior y dejan entrar el aire a la húmeda habitación.
Apoyo la muleta sobre la pared, tirándome encima de la cama. Tapo mi rostro con la almohada y comienzo a llorar. Ni si quiera sé por qué, pero supongo que ahora no necesito ningún motivo. Estoy lejos de casa, no sé dónde. Mi hermana tiene dinero para sus medicinas, pero no por mucho tiempo. No sé si Jennifer está viva, y tampoco si el Gobierno me busca. Nadie me da respuestas, aunque Alicia me prometió explicaciones esta noche.
Inspecciono la cueva, dando con una habitación que está conectada con el dormitorio mediante un estrecho túnel. En ella solo hay un pequeño agujero en el suelo, junto con un cubo lleno de agua y una nota.
“Será mejor que te duches antes de reunirte con el Líder. Usa el agua del cubo y vístete de nuevo con el uniforme.
Alicia.”
Al menos tengo un lugar donde poder limpiarme. Llegué a pensar que tendría que ir al bosque y encontrar un río donde poder hacerlo.
Me desnudo, sentándome en una de las esquinas de la habitación. Cojo el cubo y me lo echo por encima, dejando que el agua resbale por mi cuerpo. Es una sensación extraña la de sentirse limpio después de tanto tiempo, y me relaja el sonido del agua chocando contra el suelo de piedra.
Camino hasta la habitación principal únicamente con una toalla atada a la cintura y la muleta en mi mano derecha. Cojo la ropa que tiré en la cama y me vuelvo a vestir. Antes de que me dé tiempo a atarme las botas, Alicia entra por la puerta sin previo aviso.
- ¿Estás listo? – me pregunta ella.
- Tengo preguntas y quiero respuestas.
- Hay tiempo para eso durante el camino. Tú solo dedícate a causar buena impresión al Líder.
Me agarra de la mano y tira de mí hacia la oscuridad de la noche. La gente de la zona ya no parece fijarse en mí.  No entiendo por qué, pero lo prefiero. Caminamos por el sendero principal de la ciudad, iluminado únicamente por la tenue luz de unas farolas. Trato de ir lo más rápido que me permite mi pierna, y ella lo más despacio que puede soportar.
Es extraño no poder ver todas las estrellas que inundan el cielo en una noche como esta. Las luces artificiales de la ciudad ocultan algunas, al contrario que en nuestra casa. Muchas veces escalaba hasta el tejado junto con mi hermana, observando todos los puntos blancos y contando historias sobre ellos.
Durante la mayoría del trayecto solo hay silencio. No me atrevo a preguntar nada, quizá por miedo. Sin embargo, cuando nos sentamos en uno de los bancos del paseo para descansar, es ella la que me anima a ello.
- Bueno…¿Qué querías preguntar?
- Lo primero de todo: ¿En qué Zona estamos?
- En la Zona 4, obviamente – ríe. – Estamos cerca de la frontera con la Zona 5. No es tan fácil pasar de una a otra. Aunque eso ya lo sabes.
- Pero este lugar no es como la ciudad a la que llegamos.
- No todo está bajo el control del Gobierno en la Zona 4. Digamos que existen policías y demás, pero a penas se encargan de nada. Son todos corruptos, y ninguno mueve un dedo por nadie. Aprovechando eso, los Traidores nos asentamos en ciudades como estas, levantadas por nosotros mismos en lugares donde nadie nos encontraría.
- ¿Sois Traidores?
- No sé a qué viene tanta sorpresa. Tú y tu amiga también.
Tiene razón. Todos somos iguales. Nos encerraron por algo en lo que nosotros no llegamos a participar. Supongo que ahora estoy entre los míos.
- ¿Y Jennifer? Ella… – pregunto, dudoso de cuál será la respuesta.
- Está bien. No tienes que preocuparte. Tu cuerpo la salvó de algo peor. Solo sufrió unas pequeñas quemaduras. Con el TLC ya se ha recuperado por completo.
- Y…tú…¿De dónde eres? Quiero decir…tu nombre no es de esta época. Casi todos esos nombres desaparecieron después de la Gran Guerra.
- ¿Cómo sabes eso? – pregunta sorprendida.
- Porque el mío tampoco lo es. Además, tenemos el mismo acento al hablar.
- Mis abuelos eran de la península en la que ahora estamos. Mis padres heredaron el acento, y después lo hice yo. Cuando aún eran jóvenes, les encerraron en la Zona 5.
- ¿Estamos en la península?
- Sí. En la zona más occidental de la antigua Europa. De aquí proceden nuestros nombres.
- ¿Y qué pasó con ellos? Con tus padres me refiero.
- Me abandonaron cuando era un bebé. Me dieron en adopción a unos amigos suyos. Pero cuando cumplí los dieciséis años me escapé. Caminé más de quinientos kilómetros hasta que llegué a la frontera, moribunda, falta de comida y agua. Cuando creí que ya no conseguiría sobrevivir, el Líder me encontró. Desde entonces he estado siempre aquí.
- Es una historia dura.
- Yo no lo veo así. Arriesgué mi vida y me salió bien – dice ella. – ¿Y la tuya? ¿Cuál es tu historia?
- Mis abuelos también vivían en la península. Cuando la guerra terminó ellos y mis padres fueron encerraron en la Zona 5, pero nunca me abandonaron. Los dos murieron en una redada cuando yo tenía catorce años.
- Lo siento. Tuvo que ser duro.
- Lo fue al principio, pero vivimos en un lugar donde las personas tienen que madurar antes para sobrevivir. Supongo que ya estaba preparado para todo.
- Tu hermana estará muy agradecida.
- ¿Qué sabes tú de mi hermana?
- Lo sabemos todo sobre ti. Eres más importante de lo que tú mismo crees.
- ¿Por qué me seguíais?
- Tienes un don del que no eres consciente, algo tan poderoso y a la vez peligroso que debe ser controlado.
No puede ser cierto. Yo no poseo nada. No tengo habilidades con las que hacer daño a nadie ni un arma que haya diseñado que pueda matar a medio mundo. No soy nadie importante, pero parece ser que sí para ellos.
Me quedo pensando en la siguiente pregunta. No estoy seguro de cómo formularla. Cuando se lo pregunté esta mañana al despertarme en el hospital me aseguró que me respondería cuando fuese oportuno, pero ahora ha conseguido asustarme de verdad.
Me han estado siguiendo todo este tiempo sin que yo me diese cuenta. En todas mis misiones, en mi casa, en el bosque junto a Jennifer. ¿Para qué? No sé si voy a poder hablar con ella en otro momento, por lo que ahora es el momento.
- ¿Quiénes sois?
- Somos una organización secreta. Nos hacemos llamar La Revolución. Luchamos por derrocar al Gobierno y volver a los Tiempos de Paz.
Así que es cierto. Existen de verdad estas organizaciones. Creí que eran simples mitos, y ahora formo parte de ellos sin apenas saber cómo. Todo este tiempo que me han estado vigilando ha sido solo para dar conmigo y meterme dentro de sus problemas.
Me asusta la idea de participar en esto, pero supongo que es lo que hubiese hecho mi padre si siguiese vivo. Es una oportunidad única, la oportunidad que llevo esperando durante años, y ahora me asusta aprovecharla.
- No puedo hacerlo – susurro, mirando fijamente a Alicia a los ojos.
- ¿Cómo que no puedes?
- No puedo. No sirvo para esto. No puedo luchar contra el Gobierno.
- Claro que ahora no puedes. Nadie puede sin los entrenamientos, pero luego serás capaz de realizar todas las misiones.
- No tengo el potencial que creéis que tengo.
- No. Tú eres el que no sabe el potencial que tiene. Posees… – no termina la frase.
- ¿El qué?
- Tu padre te dio algo muy valioso. Algo con lo que poder luchar.
- No entiendo nada. ¿Qué tiene que ver mi padre con esto?
- Todo. Aunque no soy yo la que está autorizada a hablarte de esto. El Líder te espera.
Se levanta del banco en el que nos sentamos a hablar, ofreciéndome una mano para que pueda levantarme sin más dolor en la pierna.
Seguimos andando, caminando por el sendero de las luces, hasta llegar al gran edificio de ladrillo. Hay un gran pebetero en la azotea del mismo, con una potente llama que podrá verse a unos cuantos kilómetros de distancia. La fachada está decorada con un extraño símbolo pintado con espray rojo. Es una letra R rodeada con un circulo. Algo sencillo pero que les distingue.
El interior del edificio rebosa lujo por todas partes. El suelo está cubierto por alfombras, con muebles de madera y piedra pulida. Hay personas corriendo por los pasillos, hablando sin parar, cerrando negocios. Parece ser el corazón de la ciudad, donde las personas más importantes vienen a hacer sus trabajos. Pero en cambio nosotros no nos paramos a hablar con nadie. Seguimos por uno de los largos pasillos, iluminado con antorchas que cuelgan de las paredes. Cuando llegamos al final, nos encontramos con una puerta de madera.
- Ahora te dejo solo – dice Alicia. – El Líder quiere reunirse contigo en privado. Te veré en la fiesta de esta noche.
No sé a qué se refiere con eso de la fiesta, pero tampoco la detengo para preguntárselo. Estoy nervioso por tener que entrar en la sala yo solo. No sé con qué me puedo encontrar. Todo ha pasado muy rápido y ni si quiera me he podido adaptar a todo esto.
Tengo que obligar a mis piernas a que caminen y a mis brazos a que empujen la pesada puerta. Cuando entro en la sala, solo distingo una enorme habitación vacía, construida casi en su totalidad en cristal.
Da la sensación de estar flotando, a escasos centímetros de un pequeño río que circula por debajo de la sala. Puedo ver el bosque, los árboles moviéndose por el viento, los pájaros posados en sus ramas. Lo único que hay en este lugar es una butaca y una mesa de metal pulido: el despacho del Líder.
Hay una figura sentada, dándome la espalda, mirando el horizonte por uno de los ventanales. Sabe que he entrado, pero no se gira a mirarme hasta que me dirige las primeras palabras. Es un hombre mayor, más o menos de la edad de Pit. Tiene el pelo negro, muy corto, y unos ojos tan oscuros que a penas distingo la pupila. Viste con un elegante uniforme, pero sin las típicas medallas colgadas del pecho que llevan todos los soldados del Gobierno. Supongo que esperaba a alguien distinto cuando me mencionaron al Líder.
- Así que por fin has venido. Creía que no iba a tener el honor de conocerte, Guillermo.
- Realmente sigo sin saber qué es lo que hago yo aquí.
- Tendrás mis respuestas, te lo prometo. Pero antes quiero yo las tuyas – ríe.
No sé que le parece tan gracioso. A mí nada de lo que ha dicho me dibuja la más mínima sonrisa. A todo el mundo le parece que esto es un juego, pero para mí es serio. Necesito salir de aquí lo antes posible para volver junto a Debby.
El hombre se levanta de su butaca, para acercarse más a mí. Me rodea con su brazo derecho y me guía hasta otra de las paredes de cristal, desde donde se puede ver parte de la ciudad.
- ¿No es increíble? Shat se construyó en menos de un año, y sigue creciendo a una velocidad extraordinaria. La gente viene hasta aquí guiada por nuestro faro, por la luz de la llama del Edificio Central. Vienen buscando asilo, tratando de escapar de los suburbios de la Zona 4. Muchas veces nos buscan porque han oído mitos o porque han visto a alguno de nuestros soldados. Muchos mueren durante el camino, pero quien sobrevive a las adversidades del bosque, es digno de ser parte de nosotros. Por eso mismo tú también eres digno de ser parte de nosotros.
- Yo no atravesé ningún bosque para llegar hasta aquí. En la Zona 5 solo sois historias que todo el mundo desea que sean reales.
- Pero hiciste algo más que eso. Has causado el mayor revuelo desde que acabó la Gran Guerra. El Gobierno no es capaz de explicar cómo.
- Ni si quiera sabía que la mochila contenía una bomba.
- Pero tú la transportaste. Eso te convierte en el autor – me señala. – Y en este caso eso es bueno.
Me quedo mirando fijamente por la ventana. Quizá sea lo mejor. Quizá unirme a ellos me garantice la supervivencia de mi hermana. Según dicen me entrenarán para poder realizar las misiones.
Quiero hacerle todas las preguntas que tengo, pero no sé si es el momento. Tampoco tendré otros, e interpreto el silencio de la sala como una señal para que comience a aclarar mis dudas.
- Si me uno a vuestra causa, ¿qué pasará con mi hermana?
- Lo estamos estudiando muy minuciosamente. Las cámaras de seguridad de la frontera grabaron vuestros rostros. Jennifer y tú sois las personas más buscadas del planeta. Vuestra cara está en cada rincón. No puedes entrar en la Zona 5 y traerla hasta aquí sin más. Además, sospechamos que habrán relacionado a Debby contigo, por lo que la estarán vigilando y es más difícil sacarla de allí.
- Pero ¿cuándo pensáis actuar? Está enferma. No puede vivir sin sus medicamentos.
- Lo sabemos. Tenemos soldados que transportarán la mercancía de una frontera a otra. No te preocupes por eso.
- ¿Y Jennifer? ¿La entrenaréis a ella también?
- No podemos obligarla a nada. Ella ha recibido nuestra oferta, pero dice que necesita unos días para asimilarlo todo.
- Quiero verla.
- Tendrás tiempo en cuanto terminemos. Ella se aloja en la cueva que tienes justo encima de la tuya. Juraría que incluso hay una trampilla en el suelo que une las dos.
Me alivia saber que al menos no estaré solo durante mi estancia aquí. Me aseguraron que Jennifer no había sufrido ningún daño, pero algo dentro de mí quiere asegurarse de que eso es cierto.
- Hay algo que sigo sin entender. ¿Cómo es posible que sepáis tanto sobre nosotros y nosotros nada sobre vosotros?
- Supongo que tu padre no te dijo nada, ¿verdad?
- ¡¿Decirme nada sobre qué?! – salto, sorprendido, temiéndome la respuesta del Líder.
- Nosotros dos formamos La Revolución. Buscamos una forma de acabar con todo esto, y creamos una organización cuyos participantes se entrenarían en secreto para derrocar al Gobierno.
- No es posible. Él murió junto a mi madre en una redada policial. No pudo formar La Revolución.
- ¡Guillermo, escúchame! – grita, sujetándome de los hombros, obligando a que le mire. – Tus padres siguen vivos.

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