sábado, 17 de noviembre de 2012

Revolución - Capítulo 6






6




Estoy sumergido en un sueño del que no puedo salir. Por mucho que lo intente no consigo abrir los ojos y despertar. Me rodea una atmosfera familiar, un lugar que reconozco, mi ciudad, en la Zona 5. Sin embargo, hace mucho tiempo que ocurrió lo que ahora recuerdo.
Estoy en mi casa, la casa de mis padres, junto a mi hermana, sentados en el sofá del salón. Ellos salieron hace unas horas, cuando empezó a anochecer. Aseguraron que volverían pronto, pero nos dejaron la comida servida en los platos para que cenásemos y nos acostásemos cuanto antes.
No podemos dormir. Nunca conseguimos conciliar el sueño cuando ellos se marchan. No sabemos a dónde van, ni lo que hacen, y tampoco quieren decírnoslo. Aseguran que es mejor para nosotros, que así estaremos más tranquilos, pero es mentira. Desde hace unos días hay tiroteos a cada minuto, provocados por la amenaza de parte del Gobierno de una macrorredada en los próximos días. Nadie sabe cuándo será, por lo que si alguien tiene sospechas a cerca de si eres un policía, lo más probable es que acabes con un disparo en la cabeza.
Abrazo a Debby, intentando calmarla. Los ruidos son cada vez mayores y los destellos de los disparos más intensos. Se están acercando. Se oyen gritos de furia y de dolor. Algo malo está pasando fuera, y es cada vez más grande.
Me levanto del suelo, cogiendo a mi hermana de la mano. Abro la puerta del pequeño trastero de nuestra casa, encerrándonos en la habitación. Al menos aquí nos sentimos seguros. Cada vez que ocurre algo, me escondo en este lugar, intentando huir. Al menos pienso que aquí no nos encontraran.
Pasan las horas, pero los disparos no cesan. Por la cerradura de la puerta entra la luz de las llamas que calcinan las calles. Esto nunca había ocurrido, y mis padres están fuera. ¿Les habrán capturado? Lo dudo. No intentarán acabar con los policías. Huirán para luego volver a casa a escondidas.
Noto que mi hermana está tensa, seguramente por hacerse las mismas preguntas que yo. Aun es una niña, pero no es tonta. Se ha criado en la Zona 5, aprendiendo de sus peligros. Quiere a mis padres, y sufre más que yo cada vez que se marchan de casa.
- ¿Van a volver? – pregunta ella.
- En cualquier momento – respondo, tratando de simular una sonrisa. – Duérmete. Yo les espero despierto.
Se acurruca en mi regazo, cerrando los ojos. Le acaricio el pelo, hasta que por fin noto que está dormida.
Los ruidos son cada vez más cercanos. Alguien a entrado en casa, pero ni si quiera se a acercado a esta habitación. No son mis padres. Ellos saben que siempre nos escondemos aquí. Oigo el sonido de unas duras botas chocar contra el suelo. El sonido del roce de la ropa me indica que la persona viste con prendas gruesas, seguramente fabricadas en cuero. De repente, distingo una silueta a lo lejos. Sostiene un arma, mientras que inspecciona nuestra casa. Es uno de los soldados del Gobierno.
Noto como todo mi cuerpo se tensa, incluso mi respiración se detiene para evitar hacer más ruido. Se hace un extraño silencio en el exterior, seguido de una enorme ráfaga de disparos. Cuando cesa, solo veo como el soldado da media vuelta, dibujando una mueca de satisfacción en su rostro.
Ha ocurrido algo, y sospecho lo que puede ser. Me imagino la horrible escena. No puedo evitar pensar en que mis padres, junto a muchos otros Traidores, pueden haber sido fusilados.
Salgo del trastero, dejando que mi hermana siga durmiendo. Cierro la puerta, asegurándome de que nadie puede verla desde fuera. Camino por los pasillos de mi casa, deteniéndome en cada esquina para observar que realmente está vacía, hasta que finalmente llego a la puerta principal.
La escena del exterior es terrible. Jamás había visto nada parecido. La mayoría de las casas están ardiendo, hay cadáveres por todas partes, mujeres buscando a sus maridos muertos y aves carroñeras disfrutando de la situación. A penas puedo moverme. Mis ojos no quieren mirar al suelo, pero algo dentro de mí les obliga a buscar a alguien familiar entre la pila de cuerpos.
Mis padres no están. Al menos no aquí. Si supiese a dónde fueron, quizá podría buscarles allí. Pero este no es un lugar para mí. Tengo catorce años. No puedo hacer nada.
- ¡Guillermo! ¡¿Qué haces aquí?! – me grita una voz.
Doy media vuelta, rezando para que sea mi padre el que me llama, pero cuando la figura que me habla sale de la nube de polvo que la ocultaba, distingo a Pit.
- Vuelve a casa – insiste él.
- ¿Dónde están mis padres? ¿Están bien?
- No hagas preguntas. El Gobierno ha enviado a un ejercito entero para matar a los Traidores de su lista negra, pero si te encuentran también te mataran.
- ¿Por qué? – pregunto, pero sigue sin haber respuesta.
- ¿Dónde está tu hermana?
- En casa.
- ¿La has dejado sola? ¡¿Estás loco?!
Sale corriendo en dirección a nuestra casa. Yo le sigo muy de cerca, pero en cuanto veo las llamas que emergen del interior, le adelanto, asustado.
Mi hermana está dentro. Está atrapada por el fuego. El trastero está en la planta superior. Las llamas todavía no han llegado hasta allí, pero no tardarán en hacerlo. Aunque haya despertado, dudo que pueda escapar ella sola.
Pit grita en cuanto me ve entrar por la puerta. No le hago caso, a pesar de que sé lo peligroso que es. Pero es mi hermana. Es mi vida, la persona de mi familia con la que más cosas he compartido. No puedo dejarla morir.
El fuego rodea toda la sala. El calor es insoportable y se hace casi imposible respirar. Me quito la chaqueta, quedándome solamente con una camisa larga que al menos me protegerá en parte de las quemaduras. Trato de respirar usando la prenda de algodón como filtro, pensando lo más rápido que puedo en un plan.
La casa no tardará en derrumbarse. Las vigas de madera que la mantienen en pie están empezando a ceder. Cuando cae un trozo del techo del salón al suelo, veo por fin mi manera de llegar a la planta superior.
Sin saber explicar cómo, y ni si quiera pensarlo, corro hacia el agujero. Doy un paso sobre uno de los muebles, otro sobre la pared, y con un último impulso, consigo agarrarme al saliente. Hago fuerza con los brazos, subiendo a pulso a la planta superior.
Sorteo los obstáculos con una velocidad que a penas sabía que poseía, prácticamente caminando por la pared para evitar el fuego. Finalmente, llego al pequeño trastero, pero cuando lo abro, mi hermana no está dentro.
Golpeo con fuerza todo lo que me rodea. La he perdido. No sé dónde está. Habrá tratado de salir por su propio pie y se habrá encontrado atrapada. Los ojos se me llenan de lágrimas ante la impotencia, pero cuando salgo por la ventana al tejado de mi casa intentando huir, oigo sus gritos.
Busco por todos lados hasta que la encuentro. Está en la calle. Uno de los soldados la agarra con fuerza por el brazo, arrastrándola hasta un furgón. Quiere llevársela presa.
No soy yo el que actúa. Algo me domina, impidiéndome detenerlo. Todo ocurre más despacio. Salto al suelo, dando una voltereta para levantarme rápidamente. Me acerco al furgón, decidido a enfrentarme al soldado. Mi hermana me ve e intenta agarrarme la mano, sin embargo, su captor  no se ha percatado de mi presencia. Con un último chute de adrenalina, cojo el cuchillo que tiene enfundado en su cinturón, para luego clavárselo en el pecho.

Me despierto de un salto, con dificultades para respirar, sudando. El sueño ha parecido real. Es como si hubiese vuelto a vivir la noche en la que mis padres desaparecieron. Cada acción, cada detalle, todo ha sido exactamente igual que aquella noche de hace cuatro años.
Tengo un paño mojado en la frente. Alguien me lo ha puesto por alguna razón. Cuando intento incorporarme, veo a Jennifer dormida en el sofá de la habitación. Ella me ha colocado la toalla por la noche. Debe de estar agotada. No quiero despertarla, pero en cuanto los muelles del colchón rechinan al levantarme, ella se despierta alarmada.
- Descansa un poco más – le digo. – Aun no es la hora de ir a los entrenamientos.
- ¿Cómo estás? – pregunta. Yo me siento a su lado, impidiendo que se incorpore.
- Bien. Un poco mareado.
- Estabas ardiendo. Tenía fiebre. Vine porque oí tus gritos desde mi habitación.
- Ha sido un mal sueño, nada más.
- Pues nunca había visto nada parecido.
- He recordado la noche en la que mis padres nos abandonaron.
- ¿Y?
- Que tenían razón a cerca de mí. Me entrenaron sin que yo mismo me diese cuenta. Escalé a la segunda planta de nuestra casa en llamas.
- Pero a mí siempre me has dicho que tu padre te enseñó técnicas de movimiento.
- Si, pero nunca tan avanzadas. Maté a un soldado del Gobierno utilizando un cuchillo, y yo nunca uso armas para mis misiones – le explico. - ¿Recuerdas lo que pasó hace dos días en el bosque? Disparé a un hombre donde yo quise sin saber usar una pistola.
- Es todo muy extraño. ¿Cómo es posible que tengas unas habilidades que jamás has entrenado?
- Yo os lo puedo explicar – dice alguien desde la puerta.
Es Alicia la que nos habla. Ha entrado en la cueva sin que nos demos cuenta. Nos mira atentamente, sorprendida por nuestra conversación. Quizá hayamos tocado algo que no es de nuestra incumbencia, pero realmente es sobre mí de lo que trata.
- ¿Qué sabes tú de todo esto?
- Más de lo que tú crees. Yo misma fui entrenada en secreto por La Revolución. Me cogieron cuando solo era un bebé, como a ti. Mis padres me entregaron para formar parte del llamado Proyecto 2, pero nada funcionó.
- ¿El Proyecto 2?
Alicia mira de un lado a otro, intentando ver si alguien nos escucha. No parece que en este lugar este permitido hablar de todo esto, pero ella está decidida a hacerlo. Supongo que será por el hecho de que ella también estuvo inmersa en él.
- Vamos a dar un paseo – dice por fin. – No es seguro hablar de esto aquí.
Me levanto del sofá, apoyando ligeramente mi pierna sobre el suelo, sin embargo, cuando lo hago ya casi no siento dolor. Es cierto que está curando rápido. Aun así, me obligo a coger la muleta por si acaso. Me ato las botas, me visto con el uniforme que nos dieron, al igual que Jennifer, y salimos por la puerta, siguiendo a Alicia.
El día acaba de comenzar. Muy pocas personas se mueven por la ciudad. Se supone que hoy deberíamos empezar con los entrenamientos, pero aun no puedo moverme con total libertad. Además, lo prefiero. Hablar el otro día con mi madre me enfureció mucho. No quiero verla hoy en los gimnasios.
Nos alejamos del núcleo de Shat por uno de los senderos del bosque. Los árboles, los pájaros, las flores, todo rebosa vida. Nunca pensé que un lugar como este pudiese existir tan cerca de nuestro hogar en la Zona 5. Todo es tan…distinto a lo que estoy acostumbrado a ver, que no acabo de creérmelo. Pero hemos caminado hasta aquí por otro motivo, y eso me hace perder todo pensamiento positivo.
- ¿Qué es el Proyecto 2? – vuelvo a preguntar.
- Será mejor que empiece por el principio. Por el Proyecto 1 – dice Alicia, sentándose en una roca. – Hace veinticuatro años que se formó La Revolución. Como ya sabes, fueron tu padre junto al Líder los que se unieron para tratar de crear una organización con la que derrocar al Gobierno. Pero esto era imposible si no tenían los aliados necesarios, y no los consiguieron. Pensaron varias formas de lograr apoyos, hasta que finalmente dieron con la solución: crear supersoldados. Guerreros tan fuertes que a penas necesitasen entrenamiento para acabar con las tropas de nuestros enemigos.
- Pero eso no es posible – dice Jennifer.
- Puede parecer que sí, pero no lo es cuando tienes los medios y los conocimientos necesarios.
- Mi padre no tenía esos conocimientos – salto yo.
- ¿A no? – dice irónicamente.
- Era ingeniero. Diseñaba coches.
- Esa era su tapadera. Trabajaba diseñando la máquina del Proyecto 1. Al fin y al cabo, es algo parecido.
- ¿Qué ocurrió?
- No salió bien. Querían conectar la máquina directamente en los bebés mediante incisiones, para tratar de introducir los datos directamente en sus cerebros. Al principio pareció funcionar. Muchos de los chicos y chicas conseguían habilidades increíbles en cuanto cumplían los cinco o seis años, pero finalmente entraban en la locura y morían antes de cumplir los ocho.
- Es horrible – dice Jennifer.
- Lo es. Sin embargo siguieron adelante con el Proyecto 2. Nos cogieron a nosotros, gente de nuestra generación, y experimentaron con una nueva máquina. Esta vez no existían conexiones, por lo que al menos aseguraron la integridad de los sujetos. Pero el tiempo pasó y ninguno consiguió nada. Todos los que fuimos entrenados no adquirimos ningún tipo de habilidad, excepto tú.
- ¿Yo?
- Si. Tu padre decidió seguir con su investigación lejos de aquí, por lo que os trasladasteis a la Zona 5. Te utilizó sin que te dieses cuenta, hasta que finalmente logró que tu subconsciente almacenase los datos necesarios. Eres el único que posee todos esos conocimientos.
Me quedo pensativo. ¿Es por eso por lo que mi padre fue desterrado? ¿Por no acatar las normas y seguir con el Proyecto 2 conmigo? ¿Entonces por qué el Líder me quiere ahora? Se supone que soy aquel que mi padre creó. No encaja nada. Si realmente tuviese esas habilidades, las habría usado en mis misiones.
- Eso es imposible – lo niego. – Mi cerebro no tiene esas capacidades. Nunca las he usado. Solo cuando intentaron coger presa a mi hermana. Hace ya mucho tiempo de eso.
- El subconsciente no elimina datos. Sabemos que están hay. Solo hay que hacerlos salir. Por eso mismo sabes escalar y moverte, porque tu padre comprobó que su experimento funcionó. Hizo florecer de tu mente esos datos ocultos.
No soy capaz de soportar tantas cosas. Cientos de imágenes me llegan a la cabeza, pasando tan rápidamente que a penas soy capaz de verlas. Todo parece una pesadilla, pero no hay nada que me demuestre que realmente lo que Alicia dice es mentira. Lo hice cuando capturaron a mi hermana, sin darme cuenta. Maté a una persona, y es cierto que sé escalar a pesar de que mi padre apenas me entrenó. Fue como si ya supiera todos esos pasos, como si realmente los tuviera grabados a fuego en la mente.
- ¿Y qué facilita todo esto? – pregunto, poniéndome en pie, obligando a Jennifer y a Alicia a levantarse. – No voy a encabezar una guerra.
- Contigo tendremos el soldado que nadie posee. La Revolución pretende que comiences con misiones sencillas, como las que realizabas en la Central.
- ¡No! Una de esas misiones me trajo hasta aquí. Quiero volver a mi casa junto a mi hermana y obligarme a creer que todo esto fue un sueño.
Doy media vuelta y camino de nuevo hasta la ciudad. Pretendo irme de aquí, aunque no sé cómo. Por una parte agradezco todo lo que han hecho por mí, pero no quiero quedarme. Antes de que pueda perder a las dos chicas de vista, Jennifer corre hacia mí, gritando mi nombre para que me detenga.
- Espera – se para delante de mí. – No puedes abandonar este lugar.
- ¿Por qué no? Sabes que no hacemos nada aquí.
- Te necesitan, Guillermo.
- No. Ellos creen que me necesitan, pero en realidad no hago más que estorbar aquí.
- Eso no es cierto. Te salvaron de las heridas de la explosión.
- Fueron ellos los que provocaron la explosión – me desespero. – Aquí hay cosas que no terminan de encajar, Jenn, y tú lo sabes. No podemos confiar plenamente en esta gente.
- Pues yo sí confío. Nos han salvado la vida, ofrecido un hogar y ahora la posibilidad de acabar con el Gobierno. Tú puedes irte, no puedo impedírtelo, pero yo me quedo.
- Bien… - suspiro. – Como tú quieras.
Sigo mi camino, sin dejar de pensar en ella. No puedo hacer nada para que venga conmigo, como ella ha dicho. Me parece que todo esto es demasiado arriesgado. Siempre he vivido lo suficientemente bien en la Zona 5 y quiero seguir con mi vida.
Entro en mi cueva, cojo una pequeña mochila que encuentro en el armario y meto en ella todo lo que encuentro por la habitación. Cualquier prenda de ropa, sábana, zapatos o comida me servirá para llegar de nuevo a casa. No estoy seguro de la localización exacta de Shat, pero puedo guiarme por el sol.
Contemplo el lugar vacío desde la puerta. Parece que no me dejo nada, sin embargo, veo algo encima de la mesilla que hay al lado de la cama. Es una fotografía. Es la foto en la que aparecemos Jennifer, Debby y yo juntos, sonriendo. Un nudo se me forma en la garganta y los ojos empiezan a empapárseme en lágrimas. Ellas son mi familia. No puedo abandonar a ninguna de las dos.
Siempre estaremos juntos
Eso es lo que está escrito a mano en el reverso de la imagen y lo que prometimos cumplir. No puedo abandonar a Jennifer en este lugar a su propia suerte.
Trepo a la habitación de mi amiga por la trampilla. La encuentro en su cama, llorando desconsoladamente. Supongo que por un momento a creído que realmente iba a estar sola, todo por mi culpa.
- Eh – le susurro al oído, acariciándole el pelo.
- Al menos has venido a despedirte – solloza.
- No. He venido para decirte que me quedo.

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