6
Estoy sumergido en un sueño del que no puedo salir. Por mucho
que lo intente no consigo abrir los ojos y despertar. Me rodea una atmosfera
familiar, un lugar que reconozco, mi ciudad, en la Zona 5. Sin embargo, hace
mucho tiempo que ocurrió lo que ahora recuerdo.
Estoy en mi casa, la casa de mis padres, junto a mi hermana,
sentados en el sofá del salón. Ellos salieron hace unas horas, cuando empezó a
anochecer. Aseguraron que volverían pronto, pero nos dejaron la comida servida
en los platos para que cenásemos y nos acostásemos cuanto antes.
No podemos dormir. Nunca conseguimos conciliar el sueño
cuando ellos se marchan. No sabemos a dónde van, ni lo que hacen, y tampoco
quieren decírnoslo. Aseguran que es mejor para nosotros, que así estaremos más
tranquilos, pero es mentira. Desde hace unos días hay tiroteos a cada minuto,
provocados por la amenaza de parte del Gobierno de una macrorredada en los
próximos días. Nadie sabe cuándo será, por lo que si alguien tiene sospechas a
cerca de si eres un policía, lo más probable es que acabes con un disparo en la
cabeza.
Abrazo a Debby, intentando calmarla. Los ruidos son cada vez
mayores y los destellos de los disparos más intensos. Se están acercando. Se
oyen gritos de furia y de dolor. Algo malo está pasando fuera, y es cada vez
más grande.
Me levanto del suelo, cogiendo a mi hermana de la mano. Abro
la puerta del pequeño trastero de nuestra casa, encerrándonos en la habitación.
Al menos aquí nos sentimos seguros. Cada vez que ocurre algo, me escondo en
este lugar, intentando huir. Al menos pienso que aquí no nos encontraran.
Pasan las horas, pero los disparos no cesan. Por la cerradura
de la puerta entra la luz de las llamas que calcinan las calles. Esto nunca
había ocurrido, y mis padres están fuera. ¿Les habrán capturado? Lo dudo. No intentarán
acabar con los policías. Huirán para luego volver a casa a escondidas.
Noto que mi hermana está tensa, seguramente por hacerse las
mismas preguntas que yo. Aun es una niña, pero no es tonta. Se ha criado en la
Zona 5, aprendiendo de sus peligros. Quiere a mis padres, y sufre más que yo
cada vez que se marchan de casa.
- ¿Van a volver? – pregunta ella.
- En cualquier momento – respondo, tratando de simular una
sonrisa. – Duérmete. Yo les espero despierto.
Se acurruca en mi regazo, cerrando los ojos. Le acaricio el
pelo, hasta que por fin noto que está dormida.
Los ruidos son cada vez más cercanos. Alguien a entrado en
casa, pero ni si quiera se a acercado a esta habitación. No son mis padres. Ellos
saben que siempre nos escondemos aquí. Oigo el sonido de unas duras botas
chocar contra el suelo. El sonido del roce de la ropa me indica que la persona
viste con prendas gruesas, seguramente fabricadas en cuero. De repente,
distingo una silueta a lo lejos. Sostiene un arma, mientras que inspecciona
nuestra casa. Es uno de los soldados del Gobierno.
Noto como todo mi cuerpo se tensa, incluso mi respiración se
detiene para evitar hacer más ruido. Se hace un extraño silencio en el
exterior, seguido de una enorme ráfaga de disparos. Cuando cesa, solo veo como el
soldado da media vuelta, dibujando una mueca de satisfacción en su rostro.
Ha ocurrido algo, y sospecho lo que puede ser. Me imagino la
horrible escena. No puedo evitar pensar en que mis padres, junto a muchos otros
Traidores, pueden haber sido fusilados.
Salgo del trastero, dejando que mi hermana siga durmiendo.
Cierro la puerta, asegurándome de que nadie puede verla desde fuera. Camino por
los pasillos de mi casa, deteniéndome en cada esquina para observar que
realmente está vacía, hasta que finalmente llego a la puerta principal.
La escena del exterior es terrible. Jamás había visto nada
parecido. La mayoría de las casas están ardiendo, hay cadáveres por todas
partes, mujeres buscando a sus maridos muertos y aves carroñeras disfrutando de
la situación. A penas puedo moverme. Mis ojos no quieren mirar al suelo, pero
algo dentro de mí les obliga a buscar a alguien familiar entre la pila de
cuerpos.
Mis padres no están. Al menos no aquí. Si supiese a dónde
fueron, quizá podría buscarles allí. Pero este no es un lugar para mí. Tengo
catorce años. No puedo hacer nada.
- ¡Guillermo! ¡¿Qué haces aquí?! – me grita una voz.
Doy media vuelta, rezando para que sea mi padre el que me
llama, pero cuando la figura que me habla sale de la nube de polvo que la
ocultaba, distingo a Pit.
- Vuelve a casa – insiste él.
- ¿Dónde están mis padres? ¿Están bien?
- No hagas preguntas. El Gobierno ha enviado a un ejercito
entero para matar a los Traidores de su lista negra, pero si te encuentran
también te mataran.
- ¿Por qué? – pregunto, pero sigue sin haber respuesta.
- ¿Dónde está tu hermana?
- En casa.
- ¿La has dejado sola? ¡¿Estás loco?!
Sale corriendo en dirección a nuestra casa. Yo le sigo muy de
cerca, pero en cuanto veo las llamas que emergen del interior, le adelanto, asustado.
Mi hermana está dentro. Está atrapada por el fuego. El
trastero está en la planta superior. Las llamas todavía no han llegado hasta
allí, pero no tardarán en hacerlo. Aunque haya despertado, dudo que pueda
escapar ella sola.
Pit grita en cuanto me ve entrar por la puerta. No le hago
caso, a pesar de que sé lo peligroso que es. Pero es mi hermana. Es mi vida, la
persona de mi familia con la que más cosas he compartido. No puedo dejarla
morir.
El fuego rodea toda la sala. El calor es insoportable y se
hace casi imposible respirar. Me quito la chaqueta, quedándome solamente con
una camisa larga que al menos me protegerá en parte de las quemaduras. Trato de
respirar usando la prenda de algodón como filtro, pensando lo más rápido que
puedo en un plan.
La casa no tardará en derrumbarse. Las vigas de madera que la
mantienen en pie están empezando a ceder. Cuando cae un trozo del techo del
salón al suelo, veo por fin mi manera de llegar a la planta superior.
Sin saber explicar cómo, y ni si quiera pensarlo, corro hacia
el agujero. Doy un paso sobre uno de los muebles, otro sobre la pared, y con un
último impulso, consigo agarrarme al saliente. Hago fuerza con los brazos,
subiendo a pulso a la planta superior.
Sorteo los obstáculos con una velocidad que a penas sabía que
poseía, prácticamente caminando por la pared para evitar el fuego. Finalmente,
llego al pequeño trastero, pero cuando lo abro, mi hermana no está dentro.
Golpeo con fuerza todo lo que me rodea. La he perdido. No sé
dónde está. Habrá tratado de salir por su propio pie y se habrá encontrado
atrapada. Los ojos se me llenan de lágrimas ante la impotencia, pero cuando
salgo por la ventana al tejado de mi casa intentando huir, oigo sus gritos.
Busco por todos lados hasta que la encuentro. Está en la calle.
Uno de los soldados la agarra con fuerza por el brazo, arrastrándola hasta un
furgón. Quiere llevársela presa.
No soy yo el que actúa. Algo me domina, impidiéndome
detenerlo. Todo ocurre más despacio. Salto al suelo, dando una voltereta para levantarme
rápidamente. Me acerco al furgón, decidido a enfrentarme al soldado. Mi hermana
me ve e intenta agarrarme la mano, sin embargo, su captor no se ha percatado de mi presencia. Con un
último chute de adrenalina, cojo el cuchillo que tiene enfundado en su cinturón,
para luego clavárselo en el pecho.
Me despierto de un salto, con dificultades para respirar,
sudando. El sueño ha parecido real. Es como si hubiese vuelto a vivir la noche
en la que mis padres desaparecieron. Cada acción, cada detalle, todo ha sido
exactamente igual que aquella noche de hace cuatro años.
Tengo un paño mojado en la frente. Alguien me lo ha puesto
por alguna razón. Cuando intento incorporarme, veo a Jennifer dormida en el
sofá de la habitación. Ella me ha colocado la toalla por la noche. Debe de
estar agotada. No quiero despertarla, pero en cuanto los muelles del colchón
rechinan al levantarme, ella se despierta alarmada.
- Descansa un poco más – le digo. – Aun no es la hora de ir a
los entrenamientos.
- ¿Cómo estás? – pregunta. Yo me siento a su lado, impidiendo
que se incorpore.
- Bien. Un poco mareado.
- Estabas ardiendo. Tenía fiebre. Vine porque oí tus gritos
desde mi habitación.
- Ha sido un mal sueño, nada más.
- Pues nunca había visto nada parecido.
- He recordado la noche en la que mis padres nos abandonaron.
- ¿Y?
- Que tenían razón a cerca de mí. Me entrenaron sin que yo
mismo me diese cuenta. Escalé a la segunda planta de nuestra casa en llamas.
- Pero a mí siempre me has dicho que tu padre te enseñó
técnicas de movimiento.
- Si, pero nunca tan avanzadas. Maté a un soldado del
Gobierno utilizando un cuchillo, y yo nunca uso armas para mis misiones – le
explico. - ¿Recuerdas lo que pasó hace dos días en el bosque? Disparé a un
hombre donde yo quise sin saber usar una pistola.
- Es todo muy extraño. ¿Cómo es posible que tengas unas
habilidades que jamás has entrenado?
- Yo os lo puedo explicar – dice alguien desde la puerta.
Es Alicia la que nos habla. Ha entrado en la cueva sin que
nos demos cuenta. Nos mira atentamente, sorprendida por nuestra conversación.
Quizá hayamos tocado algo que no es de nuestra incumbencia, pero realmente es
sobre mí de lo que trata.
- ¿Qué sabes tú de todo esto?
- Más de lo que tú crees. Yo misma fui entrenada en secreto
por La Revolución. Me cogieron cuando solo era un bebé, como a ti. Mis padres
me entregaron para formar parte del llamado Proyecto 2, pero nada funcionó.
- ¿El Proyecto 2?
Alicia mira de un lado a otro, intentando ver si alguien nos
escucha. No parece que en este lugar este permitido hablar de todo esto, pero
ella está decidida a hacerlo. Supongo que será por el hecho de que ella también
estuvo inmersa en él.
- Vamos a dar un paseo – dice por fin. – No es seguro hablar
de esto aquí.
Me levanto del sofá, apoyando ligeramente mi pierna sobre el
suelo, sin embargo, cuando lo hago ya casi no siento dolor. Es cierto que está
curando rápido. Aun así, me obligo a coger la muleta por si acaso. Me ato las
botas, me visto con el uniforme que nos dieron, al igual que Jennifer, y
salimos por la puerta, siguiendo a Alicia.
El día acaba de comenzar. Muy pocas personas se mueven por la
ciudad. Se supone que hoy deberíamos empezar con los entrenamientos, pero aun
no puedo moverme con total libertad. Además, lo prefiero. Hablar el otro día con
mi madre me enfureció mucho. No quiero verla hoy en los gimnasios.
Nos alejamos del núcleo de Shat por uno de los senderos del
bosque. Los árboles, los pájaros, las flores, todo rebosa vida. Nunca pensé que
un lugar como este pudiese existir tan cerca de nuestro hogar en la Zona 5.
Todo es tan…distinto a lo que estoy acostumbrado a ver, que no acabo de
creérmelo. Pero hemos caminado hasta aquí por otro motivo, y eso me hace perder
todo pensamiento positivo.
- ¿Qué es el Proyecto 2? – vuelvo a preguntar.
- Será mejor que empiece por el principio. Por el Proyecto 1
– dice Alicia, sentándose en una roca. – Hace veinticuatro años que se formó La
Revolución. Como ya sabes, fueron tu padre junto al Líder los que se unieron
para tratar de crear una organización con la que derrocar al Gobierno. Pero
esto era imposible si no tenían los aliados necesarios, y no los consiguieron.
Pensaron varias formas de lograr apoyos, hasta que finalmente dieron con la
solución: crear supersoldados. Guerreros tan fuertes que a penas necesitasen
entrenamiento para acabar con las tropas de nuestros enemigos.
- Pero eso no es posible – dice Jennifer.
- Puede parecer que sí, pero no lo es cuando tienes los
medios y los conocimientos necesarios.
- Mi padre no tenía esos conocimientos – salto yo.
- ¿A no? – dice irónicamente.
- Era ingeniero. Diseñaba coches.
- Esa era su tapadera. Trabajaba diseñando la máquina del
Proyecto 1. Al fin y al cabo, es algo parecido.
- ¿Qué ocurrió?
- No salió bien. Querían conectar la máquina directamente en
los bebés mediante incisiones, para tratar de introducir los datos directamente
en sus cerebros. Al principio pareció funcionar. Muchos de los chicos y chicas
conseguían habilidades increíbles en cuanto cumplían los cinco o seis años,
pero finalmente entraban en la locura y morían antes de cumplir los ocho.
- Es horrible – dice Jennifer.
- Lo es. Sin embargo siguieron adelante con el Proyecto 2.
Nos cogieron a nosotros, gente de nuestra generación, y experimentaron con una
nueva máquina. Esta vez no existían conexiones, por lo que al menos aseguraron
la integridad de los sujetos. Pero el tiempo pasó y ninguno consiguió nada.
Todos los que fuimos entrenados no adquirimos ningún tipo de habilidad, excepto
tú.
- ¿Yo?
- Si. Tu padre decidió seguir con su investigación lejos de
aquí, por lo que os trasladasteis a la Zona 5. Te utilizó sin que te dieses
cuenta, hasta que finalmente logró que tu subconsciente almacenase los datos
necesarios. Eres el único que posee todos esos conocimientos.
Me quedo pensativo. ¿Es por eso por lo que mi padre fue
desterrado? ¿Por no acatar las normas y seguir con el Proyecto 2 conmigo?
¿Entonces por qué el Líder me quiere ahora? Se supone que soy aquel que mi
padre creó. No encaja nada. Si realmente tuviese esas habilidades, las habría
usado en mis misiones.
- Eso es imposible – lo niego. – Mi cerebro no tiene esas
capacidades. Nunca las he usado. Solo cuando intentaron coger presa a mi
hermana. Hace ya mucho tiempo de eso.
- El subconsciente no elimina datos. Sabemos que están hay.
Solo hay que hacerlos salir. Por eso mismo sabes escalar y moverte, porque tu
padre comprobó que su experimento funcionó. Hizo florecer de tu mente esos
datos ocultos.
No soy capaz de soportar tantas cosas. Cientos de imágenes me
llegan a la cabeza, pasando tan rápidamente que a penas soy capaz de verlas.
Todo parece una pesadilla, pero no hay nada que me demuestre que realmente lo
que Alicia dice es mentira. Lo hice cuando capturaron a mi hermana, sin darme
cuenta. Maté a una persona, y es cierto que sé escalar a pesar de que mi padre
apenas me entrenó. Fue como si ya supiera todos esos pasos, como si realmente
los tuviera grabados a fuego en la mente.
- ¿Y qué facilita todo esto? – pregunto, poniéndome en pie,
obligando a Jennifer y a Alicia a levantarse. – No voy a encabezar una guerra.
- Contigo tendremos el soldado que nadie posee. La Revolución
pretende que comiences con misiones sencillas, como las que realizabas en la
Central.
- ¡No! Una de esas misiones me trajo hasta aquí. Quiero
volver a mi casa junto a mi hermana y obligarme a creer que todo esto fue un
sueño.
Doy media vuelta y camino de nuevo hasta la ciudad. Pretendo
irme de aquí, aunque no sé cómo. Por una parte agradezco todo lo que han hecho
por mí, pero no quiero quedarme. Antes de que pueda perder a las dos chicas de
vista, Jennifer corre hacia mí, gritando mi nombre para que me detenga.
- Espera – se para delante de mí. – No puedes abandonar este
lugar.
- ¿Por qué no? Sabes que no hacemos nada aquí.
- Te necesitan, Guillermo.
- No. Ellos creen que me necesitan, pero en realidad no hago
más que estorbar aquí.
- Eso no es cierto. Te salvaron de las heridas de la
explosión.
- Fueron ellos los que provocaron la explosión – me
desespero. – Aquí hay cosas que no terminan de encajar, Jenn, y tú lo sabes. No
podemos confiar plenamente en esta gente.
- Pues yo sí confío. Nos han salvado la vida, ofrecido un
hogar y ahora la posibilidad de acabar con el Gobierno. Tú puedes irte, no
puedo impedírtelo, pero yo me quedo.
- Bien… - suspiro. – Como tú quieras.
Sigo mi camino, sin dejar de pensar en ella. No puedo hacer
nada para que venga conmigo, como ella ha dicho. Me parece que todo esto es
demasiado arriesgado. Siempre he vivido lo suficientemente bien en la Zona 5 y
quiero seguir con mi vida.
Entro en mi cueva, cojo una pequeña mochila que encuentro en
el armario y meto en ella todo lo que encuentro por la habitación. Cualquier
prenda de ropa, sábana, zapatos o comida me servirá para llegar de nuevo a
casa. No estoy seguro de la localización exacta de Shat, pero puedo guiarme por
el sol.
Contemplo el lugar vacío desde la puerta. Parece que no me
dejo nada, sin embargo, veo algo encima de la mesilla que hay al lado de la
cama. Es una fotografía. Es la foto en la que aparecemos Jennifer, Debby y yo
juntos, sonriendo. Un nudo se me forma en la garganta y los ojos empiezan a
empapárseme en lágrimas. Ellas son mi familia. No puedo abandonar a ninguna de
las dos.
“Siempre estaremos
juntos”
Eso es lo que está escrito a mano en el reverso de la imagen
y lo que prometimos cumplir. No puedo abandonar a Jennifer en este lugar a su
propia suerte.
Trepo a la habitación de mi amiga por la trampilla. La
encuentro en su cama, llorando desconsoladamente. Supongo que por un momento a
creído que realmente iba a estar sola, todo por mi culpa.
- Eh – le susurro al oído, acariciándole el pelo.
- Al menos has venido a despedirte – solloza.
- No. He venido para decirte que me quedo.
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