domingo, 28 de octubre de 2012

Revolución - Capítulo 4



4
¿Dónde estoy? No siento mi cuerpo. No veo nada. Solo escucho voces. ¿Qué me ha pasado? La bomba estalló lo suficientemente lejos como para no matarme, pero quizá sí esté muerto.
En mi cabeza vuelvo a ver la mochila, el momento de la explosión, como las personas corrían de un lado a otro. Yo en cambio solamente me tiré al suelo, intentando proteger a Jennifer. ¿Habrá sobrevivido? Si yo lo he hecho, ella seguramente también.
Poco a poco empiezo a sentir la punta de mis dedos resbalar por una suave sábana. Puedo abrir un poco mis ojos, pero solo distingo una sala de un blanco impoluto. Hay grandes máquinas por todos los lados, cuyos cables se conectan mediante pequeñas pegatinas a mi cuerpo. Estoy en la sala de un hospital, pero ¿quién me ha traído hasta aquí? Es imposible que alguien de la Zona 4 me haya ayudado. Lo más normal hubiese sido rematarme.
Cuando estoy totalmente consciente trato de levantarme, arrancando la maraña de cables que me rodean. Pero alguien me lo impide. Una mano sujeta mi brazo con fuerza, evitando que me mueva.
- Estas máquinas te mantienen con vida. Yo que tú no trataría de romperlas.
Cuando miro hacia la derecha, la veo. Es una chica, aparentemente de mi edad. Tiene el pelo largo y castaño, con unos claros ojos verdes. Es alta, de cuerpo atlético y viste lo que parece un oscuro uniforme.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?  – pregunto, aun asustado.
- Tranquilo, estás en un lugar seguro. Me llamo Alicia.
- ¿Tú me trajiste hasta aquí?
- Sí – dice enfadada. – Tu bomba casi fastidia nuestra misión. Ahora todo el planeta está hablando de ello. Incluso el Gobierno ha implantado el nivel de alerta máxima por un atentado el día de la Gran Guerra.
- Ya estoy acostumbrado a que todo el mundo hable de mis meteduras de pata – bromeo. – Pero sigo sin entender nada. ¿Qué misión? ¿Quiénes sois?
- Todo a su debido tiempo.
- No entiendo nada.
- Tú solo dedícate a sobrevivir hasta mañana. El Líder te quiere en nuestro bando. Lleva mucho tiempo esperando este momento. Esta noche te reunirás con él.
- ¿Quién es el Líder? – pregunto. Pero no hay respuesta. – ¿Por qué me trajiste hasta aquí si fastidié tu misión?
- Realmente éramos conscientes de que algún día realizarías la misión y te reunirías con nosotros, pero no predijimos que ese día sería hoy.
- ¿De qué estás hablando? – digo asustado. – ¿Me conocéis?
- Todos en este lugar te seguimos desde hace muchos años. Aunque ahora tu amiga y tú sois conocidos en el mundo entero. El Gobierno ha puesto precio a vuestra cabeza.
- ¿Jennifer sigue viva? – digo. Ella solo saca una pequeña sonrisa, se pone de pie y se dirige a la salida.
- Vendré a buscarte por la noche. Trata de no meterte en más líos.
En cuanto sale por la puerta de la habitación, entra lo que parece ser un médico. Revisa unas cuantas hojas que sostiene en la mano, llenas de números y letras. Supongo que serán los resultados de todos mis análisis y pruebas, por lo que me pongo nervioso solo de pensar en lo que me puede decir.
- Has tenido mucha suerte, Guillermo.
- ¿Cómo saben mi nombre? – pregunto.
- Todo el mundo en este lugar sabe ya cómo te llamas – ríe él. – Pero estoy aquí por otra cosa.
- Malas noticias, ¿verdad?
- Sí y no. Está claro que la explosión te causó muchos daños, pero son mínimos. La bomba no era muy potente, y gracias a que conseguiste agacharte antes de la explosión, sumado a que tu caída la amortiguó el capó de un coche, a penas te quedarán secuelas.
- Entonces ¿qué es lo que me pasa? ¿Por qué estoy conectado a estas máquinas?
- Simplemente para prevenir. En realidad sufriste múltiples quemaduras en los brazos y la espalda. Por suerte para ti, te inyectamos algo en lo que llevamos tiempo trabajando: el TLC. Es una sustancia que viaja por todo tu organismo y repara todo tipo de daño superficial, hasta dejar los tejidos como nuevos.
- ¡¿Han experimentado conmigo?! – grito.
- Sabíamos que no era dañino para el ser humano, pero nunca llegamos a tener la oportunidad de probarlo. Además, gracias a eso ahora tú estás vivo.
Tiene razón. Quizá ahora estaría muerto si no hubiese sido por la ayuda de todas estas personas. A penas tengo marcas en el cuerpo gracias a la sustancia que me han proporcionado. No debería ser tan hostil después de todo, pero no lo puedo evitar. Estoy desorientado. No sé qué hacer ni a dónde ir.
- Por lo demás solo tienes una pierna rota – continúa el doctor. – Al parecer el TLC no funcionó muy bien con tu hueso fracturado. Se está curando a una velocidad increíble, sin embargo necesitas reposo.
- ¿Por qué hacen todo esto por mí? – digo, sorprendido.
- Porque tienes potencial, Guillermo. En este lugar hace falta mucho potencial – sonríe. – Y por esa pequeña piedra que llevas en el cuello estoy seguro que es así.
- ¿Qué tiene eso que ver? – pregunto, rodeando con mi puño el colgante que me dio Pit.
- Gracias a él pudimos distinguirte tras la explosión – dice, saliendo de la habitación.
¿Qué quiere decir? ¿Significa eso que Pit también sabía que esto iba a pasar? ¿Me dejó ir a la Zona 4 a pesar de que llevaba una bomba que podría haberme matado? No soy capaz de pensar. A lo mejor tampoco quiero hacerlo.
A los pocos minutos, un par de guardias entran junto con un grupo pequeño de médicos. Me rodean, desconectándome lentamente de todas las máquinas a las que sigo estando enchufado. Me visten con un uniforme parecido al de Alicia, me dan una muleta para que me resulte menos doloroso andar, y los dos guardias me escoltan fuera del lugar.
Cuando salgo de la habitación, el hospital con el que me encuentro no es ni parecido a cualquiera de los que hay en la Zona 5. Este se mantiene en pie, casi nuevo, con médicos y enfermeras corriendo de un lado al otro, con lámparas que emiten luz. Sin embargo, cuando salgo del edificio es cuando me quedo totalmente perplejo.
Este sitio no es una antigua ciudad como a la que llegamos para tratar de dejar la mochila, ni nada parecido a lo que yo haya visto antes. Es una pequeña ciudad rodeada de inmensos árboles, situada entre una pequeña cadena de montañas, en lo más profundo de un bosque. Hay casas en las anchas cuevas de una montaña y en las cimas de los árboles, un mercado en el sendero más ancho del lugar, y un único edificio construido en ladrillo que parece gobernar sobre los demás.
A medida que avanzo por los caminos de tierra, todo el mundo se para a mirarme. Me señalan con el dedo mientras que hablan entre ellos. No sé por qué será, pero me siento incómodo. El doctor mencionó que todo el mundo me conocía, supongo que por ser el que realmente provocó el atentado, pero no quise hacerlo. Dot me engañó. Por esa razón no quiso decirme qué contenía la mochila, aunque podría haberla abierto.
Sigo a los guardias, tratando de esconderme de las miradas, intentando no hacer caso a ninguna de ellas. No me ha dado tiempo a pensar en nada desde que me desperté rodeado de cables, pero ahora mismo prefiero no hacerlo. Tendré tiempo más adelante para asentar la cabeza. Finalmente, llegamos a una pequeña puerta de madera anclada en la dura piedra de la montaña. Según dicen, este va a ser mi hogar por ahora.
Sin mirar atrás, entro en el lugar y cierro la puerta con un portazo. Camino con el dolor de las constantes punzadas en mi pierna izquierda, hasta llegar a la cama que encuentro al fondo. Mi supuesto nuevo hogar es bastante modesto. A penas tiene nada. Solo una cama, un armario, una mesa y un sofá. La luz solo entra por dos ventanas que dan al exterior y dejan entrar el aire a la húmeda habitación.
Apoyo la muleta sobre la pared, tirándome encima de la cama. Tapo mi rostro con la almohada y comienzo a llorar. Ni si quiera sé por qué, pero supongo que ahora no necesito ningún motivo. Estoy lejos de casa, no sé dónde. Mi hermana tiene dinero para sus medicinas, pero no por mucho tiempo. No sé si Jennifer está viva, y tampoco si el Gobierno me busca. Nadie me da respuestas, aunque Alicia me prometió explicaciones esta noche.
Inspecciono la cueva, dando con una habitación que está conectada con el dormitorio mediante un estrecho túnel. En ella solo hay un pequeño agujero en el suelo, junto con un cubo lleno de agua y una nota.
“Será mejor que te duches antes de reunirte con el Líder. Usa el agua del cubo y vístete de nuevo con el uniforme.
Alicia.”
Al menos tengo un lugar donde poder limpiarme. Llegué a pensar que tendría que ir al bosque y encontrar un río donde poder hacerlo.
Me desnudo, sentándome en una de las esquinas de la habitación. Cojo el cubo y me lo echo por encima, dejando que el agua resbale por mi cuerpo. Es una sensación extraña la de sentirse limpio después de tanto tiempo, y me relaja el sonido del agua chocando contra el suelo de piedra.
Camino hasta la habitación principal únicamente con una toalla atada a la cintura y la muleta en mi mano derecha. Cojo la ropa que tiré en la cama y me vuelvo a vestir. Antes de que me dé tiempo a atarme las botas, Alicia entra por la puerta sin previo aviso.
- ¿Estás listo? – me pregunta ella.
- Tengo preguntas y quiero respuestas.
- Hay tiempo para eso durante el camino. Tú solo dedícate a causar buena impresión al Líder.
Me agarra de la mano y tira de mí hacia la oscuridad de la noche. La gente de la zona ya no parece fijarse en mí.  No entiendo por qué, pero lo prefiero. Caminamos por el sendero principal de la ciudad, iluminado únicamente por la tenue luz de unas farolas. Trato de ir lo más rápido que me permite mi pierna, y ella lo más despacio que puede soportar.
Es extraño no poder ver todas las estrellas que inundan el cielo en una noche como esta. Las luces artificiales de la ciudad ocultan algunas, al contrario que en nuestra casa. Muchas veces escalaba hasta el tejado junto con mi hermana, observando todos los puntos blancos y contando historias sobre ellos.
Durante la mayoría del trayecto solo hay silencio. No me atrevo a preguntar nada, quizá por miedo. Sin embargo, cuando nos sentamos en uno de los bancos del paseo para descansar, es ella la que me anima a ello.
- Bueno…¿Qué querías preguntar?
- Lo primero de todo: ¿En qué Zona estamos?
- En la Zona 4, obviamente – ríe. – Estamos cerca de la frontera con la Zona 5. No es tan fácil pasar de una a otra. Aunque eso ya lo sabes.
- Pero este lugar no es como la ciudad a la que llegamos.
- No todo está bajo el control del Gobierno en la Zona 4. Digamos que existen policías y demás, pero a penas se encargan de nada. Son todos corruptos, y ninguno mueve un dedo por nadie. Aprovechando eso, los Traidores nos asentamos en ciudades como estas, levantadas por nosotros mismos en lugares donde nadie nos encontraría.
- ¿Sois Traidores?
- No sé a qué viene tanta sorpresa. Tú y tu amiga también.
Tiene razón. Todos somos iguales. Nos encerraron por algo en lo que nosotros no llegamos a participar. Supongo que ahora estoy entre los míos.
- ¿Y Jennifer? Ella… – pregunto, dudoso de cuál será la respuesta.
- Está bien. No tienes que preocuparte. Tu cuerpo la salvó de algo peor. Solo sufrió unas pequeñas quemaduras. Con el TLC ya se ha recuperado por completo.
- Y…tú…¿De dónde eres? Quiero decir…tu nombre no es de esta época. Casi todos esos nombres desaparecieron después de la Gran Guerra.
- ¿Cómo sabes eso? – pregunta sorprendida.
- Porque el mío tampoco lo es. Además, tenemos el mismo acento al hablar.
- Mis abuelos eran de la península en la que ahora estamos. Mis padres heredaron el acento, y después lo hice yo. Cuando aún eran jóvenes, les encerraron en la Zona 5.
- ¿Estamos en la península?
- Sí. En la zona más occidental de la antigua Europa. De aquí proceden nuestros nombres.
- ¿Y qué pasó con ellos? Con tus padres me refiero.
- Me abandonaron cuando era un bebé. Me dieron en adopción a unos amigos suyos. Pero cuando cumplí los dieciséis años me escapé. Caminé más de quinientos kilómetros hasta que llegué a la frontera, moribunda, falta de comida y agua. Cuando creí que ya no conseguiría sobrevivir, el Líder me encontró. Desde entonces he estado siempre aquí.
- Es una historia dura.
- Yo no lo veo así. Arriesgué mi vida y me salió bien – dice ella. – ¿Y la tuya? ¿Cuál es tu historia?
- Mis abuelos también vivían en la península. Cuando la guerra terminó ellos y mis padres fueron encerraron en la Zona 5, pero nunca me abandonaron. Los dos murieron en una redada cuando yo tenía catorce años.
- Lo siento. Tuvo que ser duro.
- Lo fue al principio, pero vivimos en un lugar donde las personas tienen que madurar antes para sobrevivir. Supongo que ya estaba preparado para todo.
- Tu hermana estará muy agradecida.
- ¿Qué sabes tú de mi hermana?
- Lo sabemos todo sobre ti. Eres más importante de lo que tú mismo crees.
- ¿Por qué me seguíais?
- Tienes un don del que no eres consciente, algo tan poderoso y a la vez peligroso que debe ser controlado.
No puede ser cierto. Yo no poseo nada. No tengo habilidades con las que hacer daño a nadie ni un arma que haya diseñado que pueda matar a medio mundo. No soy nadie importante, pero parece ser que sí para ellos.
Me quedo pensando en la siguiente pregunta. No estoy seguro de cómo formularla. Cuando se lo pregunté esta mañana al despertarme en el hospital me aseguró que me respondería cuando fuese oportuno, pero ahora ha conseguido asustarme de verdad.
Me han estado siguiendo todo este tiempo sin que yo me diese cuenta. En todas mis misiones, en mi casa, en el bosque junto a Jennifer. ¿Para qué? No sé si voy a poder hablar con ella en otro momento, por lo que ahora es el momento.
- ¿Quiénes sois?
- Somos una organización secreta. Nos hacemos llamar La Revolución. Luchamos por derrocar al Gobierno y volver a los Tiempos de Paz.
Así que es cierto. Existen de verdad estas organizaciones. Creí que eran simples mitos, y ahora formo parte de ellos sin apenas saber cómo. Todo este tiempo que me han estado vigilando ha sido solo para dar conmigo y meterme dentro de sus problemas.
Me asusta la idea de participar en esto, pero supongo que es lo que hubiese hecho mi padre si siguiese vivo. Es una oportunidad única, la oportunidad que llevo esperando durante años, y ahora me asusta aprovecharla.
- No puedo hacerlo – susurro, mirando fijamente a Alicia a los ojos.
- ¿Cómo que no puedes?
- No puedo. No sirvo para esto. No puedo luchar contra el Gobierno.
- Claro que ahora no puedes. Nadie puede sin los entrenamientos, pero luego serás capaz de realizar todas las misiones.
- No tengo el potencial que creéis que tengo.
- No. Tú eres el que no sabe el potencial que tiene. Posees… – no termina la frase.
- ¿El qué?
- Tu padre te dio algo muy valioso. Algo con lo que poder luchar.
- No entiendo nada. ¿Qué tiene que ver mi padre con esto?
- Todo. Aunque no soy yo la que está autorizada a hablarte de esto. El Líder te espera.
Se levanta del banco en el que nos sentamos a hablar, ofreciéndome una mano para que pueda levantarme sin más dolor en la pierna.
Seguimos andando, caminando por el sendero de las luces, hasta llegar al gran edificio de ladrillo. Hay un gran pebetero en la azotea del mismo, con una potente llama que podrá verse a unos cuantos kilómetros de distancia. La fachada está decorada con un extraño símbolo pintado con espray rojo. Es una letra R rodeada con un circulo. Algo sencillo pero que les distingue.
El interior del edificio rebosa lujo por todas partes. El suelo está cubierto por alfombras, con muebles de madera y piedra pulida. Hay personas corriendo por los pasillos, hablando sin parar, cerrando negocios. Parece ser el corazón de la ciudad, donde las personas más importantes vienen a hacer sus trabajos. Pero en cambio nosotros no nos paramos a hablar con nadie. Seguimos por uno de los largos pasillos, iluminado con antorchas que cuelgan de las paredes. Cuando llegamos al final, nos encontramos con una puerta de madera.
- Ahora te dejo solo – dice Alicia. – El Líder quiere reunirse contigo en privado. Te veré en la fiesta de esta noche.
No sé a qué se refiere con eso de la fiesta, pero tampoco la detengo para preguntárselo. Estoy nervioso por tener que entrar en la sala yo solo. No sé con qué me puedo encontrar. Todo ha pasado muy rápido y ni si quiera me he podido adaptar a todo esto.
Tengo que obligar a mis piernas a que caminen y a mis brazos a que empujen la pesada puerta. Cuando entro en la sala, solo distingo una enorme habitación vacía, construida casi en su totalidad en cristal.
Da la sensación de estar flotando, a escasos centímetros de un pequeño río que circula por debajo de la sala. Puedo ver el bosque, los árboles moviéndose por el viento, los pájaros posados en sus ramas. Lo único que hay en este lugar es una butaca y una mesa de metal pulido: el despacho del Líder.
Hay una figura sentada, dándome la espalda, mirando el horizonte por uno de los ventanales. Sabe que he entrado, pero no se gira a mirarme hasta que me dirige las primeras palabras. Es un hombre mayor, más o menos de la edad de Pit. Tiene el pelo negro, muy corto, y unos ojos tan oscuros que a penas distingo la pupila. Viste con un elegante uniforme, pero sin las típicas medallas colgadas del pecho que llevan todos los soldados del Gobierno. Supongo que esperaba a alguien distinto cuando me mencionaron al Líder.
- Así que por fin has venido. Creía que no iba a tener el honor de conocerte, Guillermo.
- Realmente sigo sin saber qué es lo que hago yo aquí.
- Tendrás mis respuestas, te lo prometo. Pero antes quiero yo las tuyas – ríe.
No sé que le parece tan gracioso. A mí nada de lo que ha dicho me dibuja la más mínima sonrisa. A todo el mundo le parece que esto es un juego, pero para mí es serio. Necesito salir de aquí lo antes posible para volver junto a Debby.
El hombre se levanta de su butaca, para acercarse más a mí. Me rodea con su brazo derecho y me guía hasta otra de las paredes de cristal, desde donde se puede ver parte de la ciudad.
- ¿No es increíble? Shat se construyó en menos de un año, y sigue creciendo a una velocidad extraordinaria. La gente viene hasta aquí guiada por nuestro faro, por la luz de la llama del Edificio Central. Vienen buscando asilo, tratando de escapar de los suburbios de la Zona 4. Muchas veces nos buscan porque han oído mitos o porque han visto a alguno de nuestros soldados. Muchos mueren durante el camino, pero quien sobrevive a las adversidades del bosque, es digno de ser parte de nosotros. Por eso mismo tú también eres digno de ser parte de nosotros.
- Yo no atravesé ningún bosque para llegar hasta aquí. En la Zona 5 solo sois historias que todo el mundo desea que sean reales.
- Pero hiciste algo más que eso. Has causado el mayor revuelo desde que acabó la Gran Guerra. El Gobierno no es capaz de explicar cómo.
- Ni si quiera sabía que la mochila contenía una bomba.
- Pero tú la transportaste. Eso te convierte en el autor – me señala. – Y en este caso eso es bueno.
Me quedo mirando fijamente por la ventana. Quizá sea lo mejor. Quizá unirme a ellos me garantice la supervivencia de mi hermana. Según dicen me entrenarán para poder realizar las misiones.
Quiero hacerle todas las preguntas que tengo, pero no sé si es el momento. Tampoco tendré otros, e interpreto el silencio de la sala como una señal para que comience a aclarar mis dudas.
- Si me uno a vuestra causa, ¿qué pasará con mi hermana?
- Lo estamos estudiando muy minuciosamente. Las cámaras de seguridad de la frontera grabaron vuestros rostros. Jennifer y tú sois las personas más buscadas del planeta. Vuestra cara está en cada rincón. No puedes entrar en la Zona 5 y traerla hasta aquí sin más. Además, sospechamos que habrán relacionado a Debby contigo, por lo que la estarán vigilando y es más difícil sacarla de allí.
- Pero ¿cuándo pensáis actuar? Está enferma. No puede vivir sin sus medicamentos.
- Lo sabemos. Tenemos soldados que transportarán la mercancía de una frontera a otra. No te preocupes por eso.
- ¿Y Jennifer? ¿La entrenaréis a ella también?
- No podemos obligarla a nada. Ella ha recibido nuestra oferta, pero dice que necesita unos días para asimilarlo todo.
- Quiero verla.
- Tendrás tiempo en cuanto terminemos. Ella se aloja en la cueva que tienes justo encima de la tuya. Juraría que incluso hay una trampilla en el suelo que une las dos.
Me alivia saber que al menos no estaré solo durante mi estancia aquí. Me aseguraron que Jennifer no había sufrido ningún daño, pero algo dentro de mí quiere asegurarse de que eso es cierto.
- Hay algo que sigo sin entender. ¿Cómo es posible que sepáis tanto sobre nosotros y nosotros nada sobre vosotros?
- Supongo que tu padre no te dijo nada, ¿verdad?
- ¡¿Decirme nada sobre qué?! – salto, sorprendido, temiéndome la respuesta del Líder.
- Nosotros dos formamos La Revolución. Buscamos una forma de acabar con todo esto, y creamos una organización cuyos participantes se entrenarían en secreto para derrocar al Gobierno.
- No es posible. Él murió junto a mi madre en una redada policial. No pudo formar La Revolución.
- ¡Guillermo, escúchame! – grita, sujetándome de los hombros, obligando a que le mire. – Tus padres siguen vivos.

viernes, 19 de octubre de 2012

Revolución - Capítulo 3



3

Pit me mira sorprendido. Intuyo que nunca llegó a pensar que aceptaría algo así. Incluso él sabe que es una locura, pero ahora mismo no me queda otra opción. Necesito el dinero para mi hermana, y ninguna otra misión me da lo necesario como para poder comprar la medicina.
- ¿Podrás arreglarlo todo para conseguirme el trabajo? - digo, intentando que Pit vuelva en si.
- ¿Estás seguro que quieres hacerlo? Nadie nunca ha aceptado una misión en la Zona 4.
- Siempre hay una primera vez para todo. Y como tú mismo has dicho, hoy es el día perfecto.
- Está bien. Acompáñame. Creo haber visto por aquí al hombre que envió la misión.
Camino detrás de él, buscando a la persona indicada en la oscuridad del almacén. Simplemente espero que me pongan las cosas más fáciles, ayudándome con algún artilugio que me permita infiltrarme en la frontera de manera más sencilla. Es algo típico que en las más complicadas, aquellos que envían las misiones, envíen también el equipo necesario para completarlas con éxito.
- ¡Dot! - grita Pit.
En cuanto veo al hombre al que llama, mi primera reacción es dar un paso hacia atrás, achantado por su aspecto, pero mi compañero me tranquiliza, cogiéndome del brazo. Es un hombre robusto, de piel blanca como la nieve, sin pelo, y con una cicatriz que le atraviesa la cara por uno de sus ojos grises. No me da una buena sensación, a pesar de que únicamente va a informarme de todo.
- He conseguido a alguien que quiere realizar tu misión.
- ¿Este? - ríe, mirándome de arriba a bajo. - No llegará ni a la frontera. Necesito algo mejor.
- Te aseguro que no encontrarás algo mejor. Él es el hijo de Carlos.
El rostro del hombre cambia por completo en cuanto oye el nombre de mi padre. ¿Le conocía? Y si es así, ¿qué tendrá que ver él ahora? Sé que puedo realizar la misión si me empeño en ello. Eso debería bastar.
- ¿Carlos? ¿El del oeste de la antigua Europa?
- Así es. Le enseñó a escalar y a moverse. Ya sabes a qué me refiero… Te aseguro que puede hacerlo.
- Escúcheme, señor... - interrumpo.
- Puedes llamarme Dot.
- No sé que importa mi padre ahora, pero necesito el dinero. Mi hermana está infectada con el VTM y no tengo nada para comprar sus medicamentos. Solo realizando su misión puedo conseguir lo suficiente.
- Mira, chaval, sé que lo que estás pasando es duro, pero debes saber que aquí esas cosas no importan. En la Zona 5 muere mucha gente cada día, y no hay nadie que llore por ellas. Lo único que necesito saber es si estás dispuesto a morir por hacer llegar mi paquete a su destino.
- Estoy dispuesto a arriesgar mi vida por conseguir el dinero.
- Bien. Entonces el trabajo es tuyo – sonríe, dejándome ver su dentadura rota, dando media vuelta hasta un pequeño furgón que hay cerca.
Me quedo quieto, sin saber qué debo hacer, pero Pit tampoco me indica nada. Cuando vuelve, lleva en la mano una mochila amarilla que me lanza al cuerpo.
- Ese es el paquete.
- ¿A dónde lo llevo?
- A la Zona 4. Déjalo en las escaleras del ayuntamiento.
- La Zona 4 es del tamaño de un continente. ¿En qué ayuntamiento?
- Eso no me importa. En el primero que encuentres. Solo asegúrate de que nadie te ve.
- Entendido. Puedo hacerlo.
- ¡¿Y ya está?! ¿No vas a equipar al chico con nada? - salta Pit.
- ¡Ah! Sí, claro. Ten – me extiende algo. - Es un pasaporte electrónico falso. En él indica que realmente perteneces a la Zona 3 y que eres policía. Has estado en la Zona 5 para realizar una investigación de asesinato y ahora vuelves a tu casa. Es la fiesta de los cincuenta años de la Gran Guerra, así que no habrá problemas en engañar a los guardias fronterizos.
- Eso espero.
- Ten esto también – me dice. - Es una tarjeta con doscientos dólares globales. Tómalo como un adelanto. Tendrás suficiente para la medicina de tu hermana al menos cuando no estés aquí.
- Se lo agradezco. Entregaré su paquete de inmediato.
- Solo asegúrate de hacerlo pronto. Mejor que no sepas lo que es – susurra, mirándome fijamente a los ojos. - Por cierto, ¿vas armado?
- Nunca me ha gustado la idea.
- Pues más vale que cojas mi pistola. La Zona 4 no es como tú crees. Hay lugares que son mucho peores que esto. Las bandas se reparten los barrios, y si ven a alguien nuevo, lo más probable es que lo maten.
- Haré lo que pueda.
Cojo la pequeña pistola negra que me ofrece, guardándola en la parte trasera de mis pantalones. Sin esperar nuevas instrucciones, salgo del almacén, volviéndome a mojar con la lluvia. Busco a Jennifer por todas partes, pero no está aquí. Entro de nuevo en la Central, sin embargo nadie sabe decirme a dónde ha ido.
Me temo lo peor. Corro por todas partes, desesperado, gritando su nombre. Salgo de nuevo al exterior, resbalando con el barro durante mi carrera. Cuando llego a la zona del bosque donde antes recogía los brotes, veo unas huellas de zapatos que se adentran en la masa desordenada de altos árboles. Ha entrado para tratar de encontrar plantas más exóticas y así ganar algo más de dinero.
Sin pensarlo dos veces, corro en dirección al punto más alto del lugar, intentando divisarla, pero no hay ninguna señal. Tampoco soy capaz de seguir sus huellas porque la lluvia las está difuminando. De repente, oigo un grito no muy lejos de aquí. Es ella, estoy seguro. Está en apuros.
¿En qué estaría pensando para adentrarse en este lugar? Sabe que es peligroso. Hay animales salvajes y pequeñas bandas que habitan aquí. Pero supongo que todo eso no la detuvo al pensar en Debby. Nunca debí dejarla sola después de lo ocurrido hoy.
Por fin la encuentro en uno de los claros del bosque. Alguien intenta agarrarla de los brazos, mientras que ella se retuerce en el suelo, pataleando para zafarse. A penas puedo reaccionar. Si hago algún movimiento en falso, la persona que la tiene retenida podría percatarse de mi presencia y matarla. ¿Pero qué debo hacer? Busco por mis bolsillos algo que pueda utilizar, hasta que me topo con la pistola que me dio Dot. Sin vacilar, disparo contra la pierna del asaltante.
Oigo un grito ahogado en cuanto la bala le atraviesa el muslo. El hombre cae al suelo, retorciéndose del dolor. Pero Jennifer no se mueve. Está asustada, petrificada por el miedo; ni si quiera sé si se ha percatado de que he sido yo el que ha disparado.
- ¡Sal de ahí! - grito. Pero no ocurre nada.
La sangre sale muy rápidamente de la herida del hombre, pero está aun lo suficientemente consciente como para sacar un pequeño cuchillo de su cinturón. Quiere tomarla como rehén. Sabe que es la única manera de salir victorioso de aquí. Si consigue capturarla podrá pedirme cualquier cosa a cambio.
Se arrastra por el suelo hacia ella. Podría dispararle directamente en la cabeza, pero algo me lo impide. Mis piernas comienzan a moverse lo más rápido que pueden, prácticamente por acto reflejo. Cuando le alcanzo, antes de que pueda clavar su puñal en el pecho de Jennifer, le golpeo con fuerza en la cabeza con una piedra, dejándole inconsciente.
- ¡¿Por qué no te has movido?! - grito, intentando a la vez recuperar el aliento, pero no hay respuesta. - Da igual. Salgamos de aquí primero – le extiendo la mano.
Al principio duda si levantarse o no. Debe seguir aturdida por lo que ha pasado, aunque sabía que esto iba a suceder si se adentraba sola en el bosque. Por suerte ha sido todo un susto. Dudo que el hombre al que he disparado muera. Sus compañeros no deben de andar lejos y vendrán a buscarlo, razón de más para que escapemos cuanto antes.
- Lo siento – habla Jennifer por fin, una vez que hemos escapado del lugar. - No debí...
- No te preocupes – la interrumpo. - Supongo que yo habría hecho lo mismo.
- Pensé que podría conseguir algunas raíces para hacer calmantes, pero al final me encontraron.
- Te habrían matado.
- Lo sé. Debí darle mi bolsa cuando me la pidió.
- Sí, deberías haberlo hecho. He tenido que disparar a un hombre para evitar que te hiciesen daño.
- Lo siento. Me arriesgué demasiado por algo de dinero para Debby.
- Pues no lo hagas. No quiero que te juegues la vida por salvar la suya. Yo me encargo de los medicamentos.
- Tienes que dejar de ser tan orgulloso, ¿sabes? - dice ella, deteniéndose delante de mí, obligándome a mirarla a los ojos. - No estás solo en esto. Si trabajamos los dos juntos podremos seguir adelante.
- Es un poco tarde para eso.
- ¿A qué te refieres?
- He aceptado la misión cinco. Tengo que llevar un paquete a la Zona 4.
- Entonces yo voy contigo.
Su respuesta me deja perplejo. Esperaba una negación, y en vez de eso descubro que ella quiere ayudarme. Debería impedírselo, pero se que es una pelea inútil.
- Alguien tiene que quedarse con Debby.
- Díselo a Pit. Él la conoce bien y ella a él. No habrá problema – asegura. - Otra cosa. ¿Dónde aprendiste a disparar? Creí que no te gustaban las armas.
- Nadie me enseñó. Ha sido todo muy extraño. Solo pensé a dónde quería dirigir la bala y disparé.
- No tiene sentido.
- Aunque ahora eso tampoco importa. Si vas a venir conmigo necesitaremos un pasaporte electrónico para ti.
Caminamos de nuevo hacia el almacén. En cuanto le explicamos a Dot todo lo ocurrido, acepta darnos un nuevo pasaporte para ella. Una vez con todo lo necesario, buscamos a Pit, que nos espera sentado sobre el capó de nuestro coche, protegiéndose de la lluvia con un viejo paraguas.
- Lo que os ha ocurrido en el bosque ya lo sabe todo el mundo – dice él en cuanto nos ve. - Se rumorea que has matado a un hombre.
- Solo lo herí – contesto.
- Lo abandonaste a su suerte en uno de los lugares más peligrosos del lugar. Ha tenido suerte de encontrar ayuda.
- Intentó matarme – me defiende Jennifer.
- Lo sé, Jenn. Pero eso da igual en un lugar como este. Aquí lo que importa es que estáis cogiendo mala fama.
Se acerca a nosotros, poniendo su mano izquierda sobre mi hombro. Nos mira a los ojos, intentando decirnos que esto realmente es serio, que ganar mala fama en la Zona 5 significa tener a miles de personas detrás de ti buscando tu muerte. Él simplemente intenta avisarnos. Lo que nosotros hagamos después es cosa nuestra.
- Sabes que te aprecio, Guillermo. Tu padre siempre fue un gran amigo, y se lo debo todo y más. No quiero que os pase nada.
- Lo tendremos en cuenta – le aseguro. - Pero ahora necesito que me hagas un favor. Necesito que te quedes con Debby unos días mientras que nosotros realizamos la misión.
- ¿Vais los dos?
- Sí. Pero quédate con los doscientos dólares globales que me dio Dot. Con ellos compra la medicina de mi hermana y todo lo que tú necesites.
- Descuida. No dejaré que muera.
- Gracias, amigo.
Subo al coche junto a Jennifer, preparándome para salir. Pero antes de poder incluso encender el motor, Pit golpea con los nudillos la ventanilla.
- Yo también quiero darte algo antes de que te marches – dice él, quitándose del cuello el pequeño colgante de piedra negra que siempre lleva consigo. - Fue un regalo que me hizo tu padre cuando finalizó con éxito su primera misión. Ahora es tuyo. Siempre me aseguró que me traería suerte, y de momento me ha funcionado.
- Volveremos. Te lo prometo.
- Eso espero. Y una cosa más. En los asientos traseros tienes una camiseta y una chaqueta de policía. Quítate esa ropa mojada que llevas y cámbiate antes de llegar a la frontera – me dice. - Para ti no he podido conseguir nada – se dirige a Jennifer. - Pero puedes colar como agente infiltrada o algo así.
- Descuida. Se me ocurrirá algo – dice ella.
- Una última cosa. Tenéis que poner vuestra huella dactilar en los pasaportes falsos. El sistema es totalmente electrónico, por lo que no debería haber problema en pasar los controles de la frontera. El problema llega una vez hayáis entrado.
- Tendremos cuidado.
- Haz lo primero que creas oportuno cuando te encuentres en una situación complicada; en tu caso suele ser lo correcto.
Tras darle un último abrazo a Pit, enciendo por fin el motor, adentrándome en la carretera que lleva hasta la frontera.
Los limpiaparabrisas a penas retiran la cantidad de agua que cae sobre el cristal delantero. El sonido relajante del agua, junto con el zumbido del motor eléctrico, es lo único que se escucha en el habitáculo. Jennifer no habla, y yo tampoco sé sobre qué hacerlo. Ahora mismo solo pienso en Debby y en cómo reaccionará cuando vea que no soy yo el que va a recogerla al colegio.
Puedo confiar en Pit. Si no lo hago, ¿en quién entonces? No hay nadie más al que pueda encargarle algo como esto. Nunca he sido un chico muy sociable. Nunca se me ha dado bien hacer amigos, y menos desde que perdí a mi familia. No jugaba con los demás niños en la calle, ni tampoco pude terminar mis estudios en la escuela. Supongo que por eso sigo aquí, vivo después de todo.
Sé que algunos de esos chicos murieron, otros fueron secuestrados, mientras que otros se dedican ahora a matar. Yo en cambio me quedaba en casa leyendo, dibujando, e incluso escribiendo. Solo una vez hice una amiga, y por suerte me sigue durando.
- ¿Recuerdas cómo nos conocimos? - pregunto, rompiendo el silencio.
- Sí. Aunque fue hace ya mucho tiempo.
- Más de ocho años.
- Recuerdo que tú saliste de caza con tu padre, cerca del bosque. Pero algo no debió salir bien, porque de repente un chico irrumpió en la Central gritando y llorando, pidiendo ayuda para su padre herido.
- Activó sin querer una trampa de otro cazador y quedó atrapado – aclaro. - Pero yo no lloraba.
- Llorabas como un mocoso – ríe. - Buscabas a mi madre, porque tu padre siempre le compraba los antisépticos a ella.
- Y resultó que ese día había una chica de once años con ella. Era alta, su pelo rubio casi tocaba el suelo y sus ojos azules me miraban fijamente – continúo. - Su madre salió corriendo hacia el lugar donde se encontraba mi padre, pero la chica se quedó conmigo, intentando consolarme.
- Sí. Que vergüenza pasé. No sabía que decirte. Todo el mundo nos miraba.
- Lo recuerdo – río. - Y desde entonces siempre hemos estado juntos.
- Para lo bueno y lo no tan bueno.
- ¿Por eso me acompañas?
- Supongo que sí. Siempre me has ayudado mucho, y ahora tú me necesitas a mí. Además, no puedo pensar si quiera en ver como Debby muere.
De nuevo reina un silencio absoluto. Nos quedamos pensando en lo mismo, en mi hermana. Si no hubiese aceptado este trabajo, quizá estaría viviendo la pesadilla que Jennifer dice. Quizá Debby hubiese muerto delante de mis ojos, y yo no hubiese podido hacer nada. A pesar de todo, aceptar la misión no garantiza nada. Podemos ser nosotros los que muramos.
No quiero pensar en ello. Ahora toca mentalizarse de que esto va a ser duro. Es simplemente dejar la mochila en la puerta del ayuntamiento, nada más. Es simple si lo hacemos bien y no levantamos sospechas. Los dos sabemos cual es nuestro papel, y así lo vamos a hacer.
En el horizonte puedo distinguir ya la alambrada de la frontera. He parado el coche un momento para ponerme la chaqueta y la camisa que me dio Pit. No son de mi talla, pero dará el pego. Lo único que temo es que se fijen en Jennifer. Su ropa está empapada y llena de barro, al igual que todo su cuerpo. No tengo ni idea de cómo serán los controles en la frontera, pero espero que nadie nos pare.
- ¿Estás preparada? - pregunto, sacando de mi bolsillo el pasaporte.
- Si. Acabo de introducir mi huella.
- Bien. Tú solo deja que hable yo.
Me adentro con el coche por uno de los carriles delimitados por barreras de piedra. Puedo oír el sonido de las filas de clavos escondiéndose cuando pasamos por encima, para volver a salir cuando nada hace presión sobre ellas. Nos encierran, impidiéndonos retroceder. El lugar está lleno de cámaras que nos vigilan, colgadas de la gran valla que separa las dos Zonas. Por suerte, de momento no nos han descubierto.
Me detengo en cuanto llego a una gruesa barrera de metal que nos impide el paso. A los dos lados del coche hay dos pequeñas torres negras, donde debemos introducir nuestros pasaportes y nuestra huella dactilar. Todo parece en orden, sin embargo, una vez que hemos terminado el proceso, una voz robótica nos pregunta el motivo de nuestro viaje a través del altavoz.
- Soy el agente de policía Josh Ángeles. Quiero volver a mi casa, a la Zona 3.
- ¿Motivo por el cual estaba en la Zona 5? - pregunta de nuevo la voz.
- Realizando una investigación.
- De acuerdo. Antes de permitirles el acceso, un agente comprobará personalmente sus pasaportes.
Me recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Nos van a descubrir. Si un agente comprueba minuciosamente nuestros pasaportes, descubrirá que son falsos. Además, jamás conseguiremos convencerle de que una chica y un chico de dieciocho años son agentes del Gobierno.
- ¿Qué hacemos? - le susurro a Jennifer al ver salir de la caseta de control a un agente armado.
- Sigue con el plan. Si nos derrumbamos será peor.
Supongo que tiene razón, pero no soporto estas situaciones. Nunca se me ha dado bien mentir. Aunque hacerlo bajo tanta presión ayuda.
- ¿Me permiten sus pasaportes, señores?
- Aquí tiene, agente – se los extiende Jennifer, sonriendo, como si realmente no hubiésemos hecho nada.
Cada gesto que hace el policía me pone más en tensión. No sé si realmente está convencido de que son falsos, o si considera que todo está en orden. Ver su fusil de asalto colgado del hombro tampoco ayuda nada. Finalmente, nos devuelve los pasaportes.
- ¿A qué han venido a la Zona 5? - pregunta.
- Vino a buscarme – contesta Jennifer antes de que yo pueda decir nada. - Estaba realizando una investigación y me quedé atrapada.
- ¿Y que organización del Gobierno utiliza agentes tan jóvenes?
- Nadie sospecha de la gente joven, ¿verdad? Por eso mismo se nos encargan a nosotros determinadas misiones.
- ¿Y por qué llevan ese coche? ¿A caso en la Zona 3 no tienen nada mejor?
- Si, pero llamaría mucho la atención.
- Está bien – se rinde por fin. - Pueden pasar.
- Gracias – digo yo. - Y feliz día de la Gran Guerra.
Todo ha pasado. Las barreras se abren y la carretera parece perderse en el horizonte. Tenemos unos cuantos kilómetros que recorrer antes de llegar a la primera ciudad de la Zona 4. Las manos me siguen temblando por la tensión, pero Jennifer no para de reír. Se salió del plan para trazar uno sobre la marcha y ha funcionado.
A medida que nos acercamos a la primera ciudad, el ambiente cambia radicalmente. Realmente este lugar es una especie de suburbio. Hay personas que viven peor que nosotros en la Zona 5. Están tiradas en el suelo, bebiendo o drogándose, con pistolas en las manos, calentándose con el calor de un contenedor ardiendo. Los edificios al menos no están a punto de caer, pero si están en su mayoría abandonados.
A pesar de todo, hay vigilancia en las calles, aunque es casi inexistente. Puedo ver una ambulancia recoger el cadáver de una mujer, por lo que también funcionan los hospitales. Digamos entonces que esto es lo mismo que la Zona 5, con la diferencia de que aquí el Gobierno sí actúa.
- Este lugar no me da buenas sensaciones – dice Jennifer.
- A mí tampoco. Realicemos la misión y salgamos de aquí cuanto antes.
Aparco el coche en una de las pequeñas calles sin salida del lugar. Desde aquí se ve el ayuntamiento. No está a más de dos manzanas, así que todo debería ser rápido. De todas formas, antes de salir del vehículo, me aseguro de tener la pistola cargada y lista.
Solamente con un gesto, le indico a Jennifer que es la hora, que no se aparte de mí ni un instante. Salimos a la calle principal, intentando siempre movernos entre las sombras, evitando que nos vean.  Pero no es tan fácil. La gente nos mira, a pesar de que me he quitado el uniforme de policía que me dio Pit. Saben que no somos de aquí.
- Nos están siguiendo – susurra Jennifer en cuanto llegamos a la calle del ayuntamiento.
- Lo sé. Y cada vez son más. Tú no les mires.
Seguimos andando, pero nos rodean. Antes de poder llegar al lugar donde tenemos que dejar la mochila, un grupo de diez personas nos impide el paso.
Nos lanzan miradas asesinas mientras que hablan entre ellos. De sus cinturones cuelgan cuchillos y pistolas, mientras que otros sostienen en la mano viejos bates de béisbol. Todos parecen ir vestidos de la misma forma: pantalones vaqueros rotos y una camisa blanca sin mangas. Sin embargo, llevan un pequeño pañuelo con un símbolo extraño atado a alguna parte de su cuerpo, todos de manera distinta.
- ¿A dónde creéis que vais, Traidores? - habla uno de ellos.
- Será mejor que os marchéis – digo, sacando mi pistola. A pesar de todo, solo consigo que se rían de nosotros, haciendo que todos ellos saquen sus armas.
- Se nota que eres novato en esto – dice otro. - Danos esa mochila y quizá te dejemos con vida.
Se acabó. Todo se ha terminado. Si colaboro a lo mejor consiga salvar la vida de mi amiga. Ya no hay nada que pueda hacer. Jennifer me mira atentamente, diciéndome con los ojos que no lo haga, que siga con la misión, pero es demasiado arriesgado.
Me descuelgo la mochila. La levanto con intención de entregársela, pero oigo un extraño sonido que proviene de su interior. Son pitidos. Hay algo electrónico dentro. Comprendo de inmediato de que se trata y el porqué de que Dot prefiriera no contarme el contenido del paquete.
Lanzo la mochila al aire, dibujando una sonrisa en la cara. Veo pasar todo a cámara lenta por mi cabeza, dándome tiempo a pensar en lo que hacer. Me abalanzo contra Jennifer, tirándola al suelo, protegiendo su cuerpo con el mío. Antes de que a alguien le dé tiempo a dispararnos, un fuerte pitido indica que el artilugio que hay dentro de la mochila se ha activado.
Una enorme bola de fuego sale de ella, consumiendo todo lo que encuentra. La onda expansiva de la bomba nos lanza unos cuantos metros por los aires, haciendo que mi cuerpo golpee el capó de un coche.
Oigo gritos, veo una enorme columna de humo crecer hasta las nubes, pero no siento nada. La vista comienza a nublárseme. Tengo una brecha en la cabeza. La sangre me empapa el rostro. Jennifer está tendida en el asfalto, pero es inútil que trate de levantarme. Finalmente, caigo inconsciente al suelo.