5
No controlo mis movimientos. El miedo, la inseguridad, la
furia, me hacen perder el control. Sin darme cuenta, agarro con fuerza al Líder
por el cuello de su uniforme, estampando su cuerpo contra el cristal.
- Mis padres están muertos – digo, acercando mi rostro al
suyo cada vez más.
- Tus padres nunca estuvieron en el lugar de la redada. Fue
una escusa para explicar su huida de la Zona 5.
Por cada palabra que pronuncia mi ira aumenta, haciendo que
golpee su cabeza, haciéndole caer al suelo.
- ¡¿Dónde están?! – grito desesperado. Sin embargo, no recibo
más que una risa por su parte.
- Ves como si que tienes potencial para formar parte de
nosotros. Aunque vas a tener que dominar esas formas. Mis soldados personales
te están apuntando con sus armas, y te aseguro que no fallan. Pero tranquilo,
tienen orden de no abrir fuego.
Levanto la mirada y veo postrados en una pasarela en lo alto
de la habitación a casi una docena de hombres armados. Todos mantienen el dedo
fuera del gatillo de sus rifles, pero no dejan de observarme por la mirilla.
Tengo que respirar profundamente unas cuantas veces, hasta
que por fin me tranquilizo y le tiendo la mano al Líder para ayudarle.
- ¿Dónde están ellos? – digo ya calmado.
- Tu madre está aquí, en Shat. Se encarga de la lucha cuerpo
a cuerpo. Ella entrena a los novatos.
- ¿Y mi padre?
- No estamos seguros.
- ¡¿Cómo que no estáis seguros?! ¡¿Qué significa eso?!
- Sabemos que está vivo, pero no dónde exactamente. Fue
desterrado hace dos años.
No sé por qué no me sorprende. Mi padre siempre fue una persona
que luchaba por lo que él creía. Supongo que eso aquí le costó ser expulsado de
la organización. A pesar de tener curiosidad por lo que ocurrió, tampoco quiero
preguntar. Ahora mismo solo deseo salir de aquí y reunirme con Jennifer. De
todas formas, tengo que caminar de un lado al otro de la habitación, intentando
tranquilizarme para no estallar otra vez.
- ¿Cuándo podré ver a mi madre?
- Esta noche, en la fiesta.
- ¿Qué fiesta?
- Llevamos mucho tiempo esperando vuestra llegada, Guillermo.
No tienes ni idea de lo fundamentales que sois Jennifer y tú desde vuestro
ataque al ayuntamiento. Estas cosas merecen una celebración. Alicia te recogerá
sobre las diez. Vístete con la ropa que hemos dejado para ti.
Me acompaña hasta la salida de la habitación, cerrando la
puerta en cuanto he cruzado el marco.
Sigo pensando, y hay cosas que no me acaban de encajar. Si
mis padres nunca murieron, ¿por qué no llevarnos con ellos hasta aquí? Si mi
padre le entregó a Pit la piedra que llevo ahora colganda del cuello, él debía
saber sus planes. ¿Por qué nunca me dijo nada? Supongo que realmente sí lo
hizo, mandándome una misión exclusiva para mí con la que pudiese infiltrarme en
la Zona 4. Entonces, ¿Dot está metido en esto también? Él sabía que poniendo
una bomba en el ayuntamiento, conseguiría que La Revolución me encontrara.
Antes de poder darle más vueltas, me doy cuenta de que he
llegado hasta mi cueva. Habré memorizado el camino, por lo que he caminado de
manera automática. No importa, la verdad. Ahora tengo que cambiarme y
arreglarme para una supuesta fiesta en nuestro honor. Antes de poder hacer
nada, el pomo gira. Alguien desde dentro abre la puerta y sale a la tenue luz del
atardecer.
Jennifer se mantiene de pie, mirándome fijamente,
sorprendida. Su rostro solo tiene unos pequeños cortes y en su brazo parece
tener una pequeña quemadura vendada. No sabe qué hacer, amaga con avanzar hacia
mí, pero no hace nada. Finalmente, con los ojos envueltos en lágrimas, nos
abrazamos, muy fuerte, liberando toda la tensión que teníamos acumulada.
- Estás bien – me susurra al oído.
- No tanto como tú – bromeo. – Aunque hemos estado mejor - despega
su rostro del mío, mirándome a los ojos y sacando una tímida sonrisa.
- Los médicos me aseguraron que te recuperarías. ¿Cómo estas?
- Las quemaduras ya se me han curado. Ni si quiera han dejado
marca. Pero la pierna es otra historia, aunque parece que mejora.
- Ha sido todo tan rápido y raro. A penas puedo mentalizarme
de dónde estoy.
- Yo tampoco. Cuando desperté creí que el Gobierno nos había
capturado.
- Pero nos han capturado otros. No podemos salir de aquí, así
que tampoco hay mucha diferencia.
- El Líder asegura que pueden sacar a mi hermana de la Zona 5
y que hasta entonces no le faltarán medicamentos.
- ¿Y tú lo crees?
- Lo creeré en cuanto hable con mi madre. Mis padres están
vivos, Jenn.
- ¡¿Cómo?!
- Nunca fueron a la redada. Huyeron aquí.
- Pero os abandonaron a Debby y a ti.
- Lo sé. Por eso quiero más respuestas. No voy a participar
en esto si no sé cuál es su objetivo.
- Ten cuidado.
- Sabes que siempre lo tengo.
- Pero esto es distinto. Es demasiado grande para los dos.
- No nos pasará nada, te lo prometo. Si corremos peligro,
abandonamos. Estamos juntos en esto, tú y yo.
Me quedo unos segundos mirando sus ojos, intentando
convencerla con la mirada de que realmente hablo en serio. Finalmente, acaba
cediendo.
- Solo quiero que seas consciente del peligro – dice ella.
- Estaré atento – aseguro. – Ahora será mejor que nos
cambiemos para la fiesta de esta noche. Entraré a buscarte cuando termine.
Ella asiente, acercándose a la escalera que le ayuda a subir
hasta su cueva. Yo por mi parte entro en mi habitación.
Abro el armario, buscando lo que han dejado para mí. En su
interior encuentro ropa nueva, elegante, pero no demasiado. Hay unos vaqueros,
parecidos a los que tenía yo en mi casa, sin embargo, nuevos y sin cortes.
Además, hay una camisa blanca y una americana azul marino colgadas de una
percha. Todo parece ser de altísima calidad, caro y por tanto algo que jamás me
podría permitir. ¿Cómo es posible que en un lugar como este haya este tipo de
cosas? Tampoco me explico por qué han decidido darme a mí esta ropa, pero no es
momento para estas cosas.
Cambio mi uniforme por todo lo que había en el armario. Me
ato los zapatos y me observo en el pequeño cristal que hay colgado de unos de
los salientes de las rocas. A penas me reconozco. El chico que veo reflejado
parece sano, a pesar de la muleta, con el rostro lleno de vida, diferente.
Nunca había tenido la oportunidad de estar limpio y con ropa nueva al mismo
tiempo. Me gusta la sensación, pero no quiero acostumbrarme a ella.
Trato de peinarme, pero no sé cómo. Hago lo que puedo con mi
pelo, sin preocuparme si quedará bien o no, me pongo la americana y busco la
trampilla del techo que conecta con la cueva de Jennifer. No es más que un
simple tablón de madera. Dando un pequeño salto consigo abrirla, pero no hay
nada que me facilite el subir. Me agarro con las manos de uno de los salientes
y subo a pulso hasta la habitación.
El lugar solo está iluminado por la suave luz de unas velas.
Todo está desordenado, con diferentes vestidos tirados encima de la cama. No
pasé más de veinticuatro horas en el hospital, pero parece ser que han sido más
que suficientes para que Jennifer se adapte a todo esto. Por el pequeño pasillo
que conecta con el baño, asoma una luz amarilla, junto con el débil sonido de
unos tacones chocando contra el suelo. Debe ser ella.
- ¿Jenn? – pregunto, sin llegar a adentrarme por el pasillo.
- ¿Estás bien?
- Si. Enseguida salgo.
Me quedo de pie, caminando por todo el cuarto, observando
cada detalle. Ninguno de los dos trajo nada de la Zona 5, debido a que no
imaginábamos que acabaríamos en un lugar como este. Sin embargo, encuentro encima
de la mesa una pequeña fotografía.
Estamos los tres. Sara está en mis brazos y Jennifer a mi
lado. Sonreímos a la cámara, sin ningún tipo de miedo. Recuerdo que fue Pit el
que nos la hizo, hará ya dos años. Fue mi regalo de cumpleaños. Consiguió que
uno de los mercaderes de la Central le dejara la cámara. Supongo que es el
único recuerdo que nos queda de casa.
Jennifer tose a propósito para que yo me dé la vuelta, para
que la mire. Está de pie, dando vueltas sobre si misma para mostrarme su
vestido. Está como jamás la había visto antes. Lleva un vestido rojo y largo,
con el pelo recogido y adornado con flores naturales. Me quedo totalmente
boquiabierto. No puedo dejar de mirarla y ella se sonroja.
- ¿Qué te parece?
- Estás…estás preciosa – tartamudeo.
- Gracias. Me ha costado mucho decidirme por un vestido.
- Ya lo veo – bromeo, mirando de nuevo la montaña de ropa que
hay encima de su cama.
- Tú también estás genial – dice, acercándose a mí. – Aunque
será mejor que aprendas a peinarte. Ven.
Comienza a arreglarme el pelo con las manos, muy despacio,
casi como si me hiciera una caricia. No deja de mirar mis ojos, sonriendo
tímidamente. Quiere decirme algo, pero en un principio no se atreve.
- Quiero entrar en La Revolución, Guillermo. He accedido a
que me entrenen.
- ¿Estás segura?
- Si. No quiero volver a la Zona 5 y tener que esconderme
cada vez que veo a alguien armado.
- Oh.
- ¿Qué ocurre?
- Prometimos que nos protegeríamos – digo. – No puedo hacerlo
si tú entrenas y yo no. Pero sigo sin estar seguro. Tengo demasiadas cosas en
la cabeza ahora mismo. Déjame pensarlo.
El rostro se le ilumina a pesar de todo. Está eufórica,
alegre de que al menos no le haya dicho que no directamente. Me abraza con
fuerza, hasta que finalmente me da un beso en la mejilla.
- Tú hermana me pidió que te lo diera – dice.
- Pero..
- Ella sabía que aceptarías una misión y me rogo que te
acompañara. Es más lista de lo que tú crees.
- Siempre me sorprende – sonrío.
- ¿La hechas de menos? – cambia a un tono más suave.
- Todos los minutos que paso en este lugar. Debería estar
acostumbrado, ya que paso mucho tiempo fuera de casa realizando misiones, pero
esto es distinto.
- No perdamos ni un instante entonces. Cuanto antes entremos,
antes lograremos que un equipo rescate a Debby.
Salimos de la cueva, encontrándonos con un cielo totalmente
estrellado y una luna grande y redonda. Sus luces son lo único que iluminan el
sendero, junto con la potente llama del pebetero del edificio central.
Caminamos, sin dejar de mirar el cielo. A lo lejos, en la plaza de la ciudad,
se distinguen focos, junto a risas y gritos de alegría. En cuanto llegamos,
Alicia nos espera en la entrada. Va vestida con un largo vestido verde que
realza el color de sus ojos, con el pelo recogido en una gruesa coleta.
- ¿Estáis preparados? – pregunta ella.
- ¿Para qué?
- El Líder va a dar un discurso y luego hablaréis vosotros.
- Nadie nos informó de eso – dice Jennifer.
- Pues ahora os informo yo. Tenéis que animar a la población,
que vean que estáis dispuestos a luchar por ellos.
- Ni hemos empezado a entrenar – digo. - ¿Cómo vamos a
convencerles si ni si quiera nosotros sabemos si lograremos entrar en La
Revolución?
- Sé que no sois tontos. Sabéis lo difícil e importante que
es tranquilizar a las masas. Después de vuestro atentado contra el
ayuntamiento, muchos de los nuestros piensan que queremos asustar al Gobierno
sacrificando la vida de los nuestros.
- Pero fue un accidente.
- Lo sé. Pero ellos no lo creen así.
- ¿Y qué va a cambiar que se lo digamos nosotros? Ni si
quiera nos conocen.
- Te conocen desde el momento en el que naciste, Guillermo. Y
cuando vosotros dos os juntasteis, supimos que el momento se acercaba.
Trato de detenerla antes de que entre en la plaza. Quiero
respuestas a cerca de todo esto. ¿Qué momento se acerca? No entiendo nada. Es
todo demasiado extraño, pero tiene razón a cerca del discurso. Tener bajo
control a los soldados es fundamental. En el momento en el que se cansen,
pueden acabar con todo esto.
Agarro la mano de Jennifer, la cual tiene la mirada perdida
en el suelo. Piensa lo mismo que yo. Nos hemos visto involucrados en algo que
al parecer ya esperaba nuestra llegada. Mis padres deben tener algo que ver, lo
que me recuerda que mi madre está en alguna parte de este recinto. Respiramos
profundamente y nos adentramos en la marea de gente.
Todo el mundo se aparta cuando nos ve pasar, facilitándonos
un pasillo hasta el pequeño escenario. Todo esto es muy extraño. No se
comportan como si fuésemos extraños o infectados por alguna enfermedad, sino
que nos sonríen y nos aplauden como si fuésemos auténticos héroes. Y a Jennifer
parece gustarle, porque les devuelve el saludo. Yo en cambio no me detengo,
mirando fijamente las figuras del Líder y de Alicia sobre el escenario.
Subo, gritando palabras que ni si quiera yo puedo oír por el
rugido del público. Antes de que pueda si quiera hablar con el Líder, este
empieza con el discurso.
- Hermanos, el día por fin ha llegado. Desde hace ya
dieciocho años, pusimos nuestras esperanzas en un proyecto, en una generación de
chicos y chicas que debería devolvernos a todos a los Tiempos de Paz. Pero ese
proyecto no salió como todos esperábamos. Solo un chico fue creciendo,
empapándose sin darse cuenta de todas nuestras creencias, aprendiendo técnicas
que ni él sabía que estaba aprendiendo. Ha sido una larga espera, llena de
sacrificios y riesgos, pero por fin lo tenemos entre nosotros.
Todas las personas que se encuentran en la plaza gritan al
unísono, aplaudiendo y vitoreando mi nombre. Me quedo petrificado por el ruido
y por las palabras del Líder. He sido una especie de experimento durante cada
periodo de mi vida. Me han vigilado y entrenado sin que yo me diera cuenta. Las
misiones de Pit, las técnicas de escalada, ¿todo ha sido solo para llegar hasta
aquí, para convertirme en una especie de superhombre y que así pueda salvarlos
a todos?
- Predijimos que una mujer vendría con él – continúa con su
discurso. – Creímos que sería su pequeña hermana, pero la suerte no estuvo de
su parte. Nuestras esperanzas se esfumaron al saber que estaba infectada con el
VTM, pero luego caímos en la cuenta de que no siempre dos personas están
conectadas por su sangre. Y es aquí donde entra Jennifer. Los dos, juntos,
conseguiréis lo que todas las generaciones destruidas por el Gobierno desean:
la libertad.
Nos miramos, asustados. ¿Cuánto tiempo llevamos en este
lugar? Ha sido demasiado poco como para asimilar lo que está ocurriendo. Hemos
pasado de desconocer la existencia de La Revolución, ha pertenecer a ella por
obligación. He arrastrado conmigo a Jennifer, aunque ella parece no estar
molesta con ello. Me da pequeños codazos en el costado, haciéndome reaccionar.
El Líder me hace gestos para que me acerque al atril a decir mi discurso.
No he preparado nada. Pensé que no sería en serio. De todas
formas desconocía todo esto hasta hace unos segundos, por lo que no hubiese
servido para nada. Estoy nervioso. Me tiemblan las piernas y no me sale la voz.
Todas las miradas están atentas en mí. Al menos trataré de seguir la corriente.
- Bueno…si soy sincero, no he escrito nada – digo en voz muy
baja.
Soy muy tímido para estas cosas y que la gente se rían no me
ayuda. Pero no es una risa de burla a pesar de todo. Se ríen porque les ha
hecho gracia lo que he dicho. Sin embargo, tampoco me ayuda a concentrarme.
- Cuando desperté en este lugar, lo primero que pensé es que
me estaban tratando demasiado bien como para ser un prisionero. Poco a poco
comencé a pensar que realmente era imposible que el Gobierno me hubiese
capturado, hasta que finalmente salí del hospital y contemple este lugar. La
gente convivía en paz, trabajando conjuntamente, al contrario que en las
ciudades de las Zonas. Yo provengo de la Zona 5. Soy un Traidor, y siempre lo
seré, pero sé lo que sentís mejor que nadie. He tenido que luchar por mantener
la vida de mi hermana, la de mi amiga y la mía misma.
Dejo un momento para que la gente aplauda, mientras que miro
al público a la cara. Muevo la cabeza de un lado a otro, viendo las sonrisas en
todos ellos. Tengo que camuflar muchas cosas entre las palabras, porque sigo
sin estar seguro de si accederé a que me entrenen. No puedo decir eso
directamente, ya que causaría revuelos, como dijo Alicia.
- Por eso tengo que volver a por mi hermana – continuo. - Si
no lo hago ella morirá, y no quiero…
Es ella. Realmente está aquí. Me mira y aplaude cada vez que
digo algo, con un gesto de orgullo impreso en la cara. Mi madre está entre la
gente. Me he quedado mudo en cuanto la he visto. No soy capaz de hablar. Noto
como los ojos se me empapan en lágrimas, pero antes de que caiga la primera,
salgo de la plaza, en dirección a la cueva.
La gente me llama a gritos, pero no hago caso. Estoy enfadado
pero alegre al mismo tiempo. He podido ver a la persona que más quería y que
creía que estaba muerta, pero también he visto a la persona que nos abandonó a
nuestra suerte por intentar experimentar conmigo, con mis sentimientos y mi
mente.
Cierro la puerta de mi habitación con un fuerte portazo. Me
tiro en la cama, pero ya no soy capaz de llorar. Golpeo con rabia la almohada,
gritando sin parar. Tiro todo por los suelos, desesperado, intentando aliviar
el dolor que siento. Pero todo es inútil. Si ahora Debby estuviese aquí todo
sería distinto. Podría hablar con ella y ella me calmaría.
Oigo golpes en la puerta de alguien que me pide permiso para
entrar. Y no hago caso de las llamadas hasta que oigo la voz de mi madre.
- Solo quiero hablar.
- Has tenido mucho tiempo para eso, ¿no crees? – contesto.
- Déjame explicártelo todo, hijo.
- Por mi parte yo no tengo padres. Si abandonas a alguien, no
esperes volver después de dieciocho años como si nada hubiese pasado.
La puerta se abre. Veo que la cabeza de mi madre se asoma,
hasta que por fin ella entra. Se sienta en mi cama, a mi lado, tratando de
pensar en lo que hacer y decir.
- No es lo que tú crees –susurra.
- ¿No? ¿Entonces qué? Me abandonasteis. A mí y a Debby. Creí
que estabais muertos, que jamás volvería a veros.
- Os estuvimos cuidando desde lejos. Nunca dejamos que os
pasara nada.
- ¿A no? ¿Y todos esos fríos inviernos que nos alimentábamos
solo con las provisiones de plantas de Jennifer? ¿Y todas esas misiones que
tuve que aceptar para comprar la medicina de mi hermana? Nunca os preocupasteis
de nosotros, excepto ahora que os hacemos falta.
- No es cierto – dice, acariciándome el pelo. – Estuvimos en
pleno contacto con Pit. Le exigíamos que te enviase las misiones más fáciles,
siempre acordes a tus habilidades.
- Experimentasteis conmigo. ¿Por esa razón desterraron a
papá?
- Si. Cuando se descubrió que el experimento fue un fracaso,
todos estuvimos de acuerdo en abandonarlo, pero tu padre estaba convencido de
que había sido un éxito. Por esa razón te entrenó en casa.
- Pero no consiguió nada.
- Te equivocas. Consiguió algo increíble. Pudiste escalar
edificios enteros solo con dos semanas de entrenamientos. Nunca antes habíamos
visto nada igual.
- ¿Dónde está ahora?
- No lo sabe nadie. Se rumorea que viajó al oeste, cerca de
la frontera con la Zona 3, pero perdimos contacto con él al poco tiempo de
marcharse. Él siempre quiso que fueses el Elegido. Y con Jennifer contigo ahora
todo es posible.
- ¿Por qué nosotros?
- Porque todos os conocen por el atentado en el ayuntamiento.
Conseguir explosivos es casi imposible, por lo que todo el mundo cree que
tenéis los medios para empezar una revolución. La gente os seguirá a donde
vosotros queráis.
- No. No encabezaré una rebelión. Ni si quiera estoy seguro
de si entrenaré.
Antes de poder decir nada más, Alicia abre la puerta, con
dificultades para respirar.
- Te he estado buscando por todas partes. Tengo que hablar
contigo.
- Sí. Mi madre ya se iba.
Me levanto de la cama y me dirijo a la puerta, abriéndola con
la intención de que ella salga. Duda un instante, pero finalmente acaba
cediendo. Antes de salir, se para delante de mí, sonriendo y mirándome a los
ojos.
- Te pareces mucho a tu padre – dice. Me acaricia la cara y
se marcha.
- ¿Pasa algo? – le pregunto a Alicia.
- Todo el mundo está hablando de tu discurso y tu huida.
- No voy a volver para terminarlo, si es a eso a lo que te
refieres.
- No. Jennifer lo ha acabado. Me refiero a que la gente
realmente cree que les sacarás de esta situación.
- ¿Por qué me dices esto?
- ¿Tú te crees capaz?
- No lo sé. Todo ha pasado muy rápido.
- Yo estoy aquí para ayudaros. Sé que puedes.
- Gracias. Sin embargo, necesito algo más que palabras para
convencerme.
- Los resultados que verás en estas próximas semanas serán
suficientes, hazme caso.
- Y ¿cuál es tú papel en todo esto? – pregunto. - ¿Por qué
nos ayudas? Arruinamos tú misión.
- Hay algo en ti que me dibujó una sonrisa en cuanto te vi.
Despiertas confianza y seguridad. Yo misma me presenté voluntaria para hacerme
cargo de tu amiga y de ti. Mi misión es que vosotros cumpláis vuestra misión.
Se levanta y se dirige a la puerta. Veo como sus ojos verdes
brillan con la luz de la luna, mientras que dibuja una tímida sonrisa en sus
labios.
- Por cierto – la paro antes de perderla de vista. – Me gusta
tu vestido.
- Gracias –
responde. – Vendré a buscaros mañana a la salida del sol.
0 comentarios:
Publicar un comentario